lunes, diciembre 12, 2011

Parecido, Nelia Curone


Es  viejita, muy viejita. Me recuerda a mi abuela paterna, una italiana que vino a la Argentina cuando tenía 15 años para casarse con su novio piamontés como ella, que la había precedido. El la convirtió en su esposa al poco tiempo de su llegada. Muy pronto nació el primer hijo y luego muchos más, conformaron una familia grande, que le demandó mucho esfuerzo para lograr el bienestar de cada uno.
Me llama la atención que une a su aspecto de anciana su capacidad de adaptación a la modernidad. Me dio mucho gusto verla hablando por su celular, su cara se muestra fel´z y se me ocurre que está recibiendo una buena noticia; por lo menos a ella debió producirle agrado, dad la paz reflejada en su rostro y la dulzura de su mirada. Es que esta señora debe haber pasado de ser abuela. Por su aspecto es una bisabuela, y quien debía de llamarla sería su bisnieto, que le pedía que fuera a jugar con él tal como lo hizo ayer mi bisnieto Santiago, que me llamó y me dijo:
Noni ¿por qué no venís a jugar conmigo? Federico es tan chiquito que no me entiende y yo me aburro, vení por favor.


Silvia Fabiani, in memoriam



La querida Silvia nos dejó este año sorpresivamente, buscando entre sus numerosos textos, encontré éste, un cuento fantástico, soñador, un tanto misterioso como era ella o como le gustaba ser. Creo que este cuento la representa y nos deja una imagen mágica de sus relatos. La recordaremos así,como una mujer imponente, siempre dispuesta a emprender la aventura de un viaje.

Compradora de sueños

Hacia cinco horas que el avión había salido del aeropuerto. Amanda miró a su compañero de asiento que dormitaba y lo envidió. Ella nunca podía dormir en los aviones.
El viaje lo decidió en una semana. Estaba harta de la rutina de su vida. Paris era el destino.
Cuando llegó al hotel, se dió un baño y se acostó, Realmente se sentía cansada. Al despertar el reloj marcaba las tres, En el  ascensor uno de los botones la saludo con cortesía. Joven y atractiva, trataba de disfrutar de la vida, viajar era su gran motivación. Había tenido un novio hacia tiempo pero cuando descubrió la infidelidad, lo abandonó.
Camino por las calles pobladas de tiendas. El aire parisino es reconfortante, pensó. Le encantaba comprar. Su esbelta silueta le permitía usar cualquier estilo.
El apetito le apretaba el estómago, entró en un local de sandchichs, comió frugalmente mientras decidía donde ir, el viento era fresco y el cielo nublado completaban una tarde otoñal.
El conserje le había dado algunos folletos con actividades culturales en la ciudad. Le llamó la atención un nuevo museo de cera con escritores y artistas de diversas ramas del arte.
La sedujo ese aire misterioso, con luces multicolores que realzaban las figuras allí expuestas. Deslumbrada, una idea alocada se apropió de su cabeza. En un descuido del guardia se escondió detrás de un alto mostrador de madera.
Ya lo había decidido, pasaría allí  la noche. Se apagaron las luces, pero no del todo, algunas tenues,  iluminaban los salones. Comenzó a recorrer esta vez con paso lento hasta que llegó donde estaba George Sand, la famosa escritora feminista que ella tanto admiraba.
La mirada profunda la conmovió, parece real, se dijo,
Mientras le quitaba con mucho cuidado una chalina y se la colocaba en su garganta. Un deseo irrefrenable de escribir, la invadió. Buscó en su cartera, siempre llevaba una libreta y apoyada en el escritorio comenzó a llenar la hoja en blanco. Como si una mano invisible guiara su estilográfica. Perdió el sentido del tiempo.Leyó con detenimiento e incrédula comprobó que era una parte del texto “Un invierno en Mallorca”. Allí faltaba Frederic, pensó.
Lo guardó en su bolso y atónita siguió caminando. En un costado, Edith Piaf la miraba, casi sonriente. El gorrión de Paris, dijo casi en voz alta.   Emocionada le acaricio el brazo y de pronto de su garganta comenzó a brotar una melodía,  La  vie en rose y después otra, Milord.
En un escenario de época  apoyada en una barra Marlene Dietrich,  la única que pudo hacerle sombra a Greta Garbo con  su mirada seductora y envuelta en una estola de visón, El ángel azul, la que se atrevió a rechazar propuestas de Hitler y muy amiga de la Piaf no podía faltar. Con delicadeza le quitó el  cuello de piel y se lo colocó. La voz áspera y envolvente salio de su garganta con los acordes de Enamorándome( ich bin von Kopf bis Fuss auf Liebe eingestellt )

Sobresaltada observó que las primeras luces de la mañana se filtraban por algunas ventanas. Sentada sobre una tarima, esperó hasta que oyó las voces de los visitantes, cuando pasaron a su lado, se mezcló entre la gente y se acerco a la puerta. Al salir repitió lo que siempre había pensado
Paris, ciudad mágica e inolvidable.

Silvia N Fabiani
Ilustración: Silvia Schmid














viernes, noviembre 11, 2011

Cazador cazado, Mary Medina



-          ¿Vamos, seño?
-          ¿Desayunaron todos?
-          Si
-          Entonces, vamos
Salimos del comedor de la escuela. Fuimos a lavarnos los dientes y luego al salón.
Se mantenía la rutina diaria pero sentíamos en el ambiente algo raro, frio y pesado como el clima.
Clima que sentíamos desde aquella mañana que estábamos preparando un festejo de cumpleaños  cuando  llegó la secretaria con un policía y nos hicieron desalojar el colegio porque había una amenaza de bomba.
Nos fuimos a la plaza, a las dos horas regresamos. No habían encontrado nada. Nuestra aula estaba como la dejamos, pero los chicos de la señorita Lucia, nos contaron que revisaron los armarios, ella había faltado ese día, no volvió nunca más a la escuela, a la semana siguiente vino una suplente.
 Desde esa mañana, la puerta de calle estaba con llave.
Días más tarde, no dejaron entrar a la señora Celia, la directora, y después llegaron varias personas, las llamaban autoridades del ministerio, y nos presentaron a la nueva directora, Alicia –pero no la del país de las maravillas- Ella dijo que venía a poner orden y disciplina, respeto a la patria y sus símbolos y que se yo cuantas pavadas más.

Hoy, cuando entramos al salón, nos preparamos para trabajar. Comentamos sobre el estado del tiempo, después de poner la fecha en la carpeta. La maestra dividió el pizarrón para indicar la tarea a realizar por los dos subgrupos.
En el patio estaban aun los más chicos terminando la higiene matinal.  
Entrecerramos la puerta. Desde afuera se veía el escritorio vacio, la seño se fue atrás a sacar algo del armario.
De pronto. Se abrió la puerta y entró la directora, desencajada, cuando escuchamos:
-Saludamos a la señorita Alicia.
Ella quedó totalmente desubicada. Respondió a nuestro saludo y no sabiendo qué decir o hacer. Se dirigió a mí y miró mi carpeta, mientras decía algo incomprensible. Salió.
En el patio ya no quedaban chicos y brillaba el sol.

Un alma juguetona, Leonardo Fernández


No entiendo nada, ¿a qué viene tanto apuro si cuando los necesité llegaron a paso de tortuga?
Ahora van rápido por el empedrado y me duele todo.
¡Epa! estoy viendo todo desde arriba y ya no siento ni me duele nada, es como una película, me veo fumando mi pipa mientras cruzo con cuidado la avenida, de pronto una moto a todo trapo perseguida por un patrullero se me viene encima y me pega de lleno, El motoquero se hace bolsa contra un árbol, llegan los policías y ven el desastre uno de ellos pide una ambulancia por la radio.
Estos de la ambulancia sí que son responsables, les avisaron del accidente y el comentario del médico fue; andá despacio que estoy cansado y tengo pocas ganas de laburar, y yo con sueño,  le contesta el chofer.
Los tipos llegaron y primero revisaron al motoquero que estaba finucho, después me pusieron el cuello ortopédico, parece que no se dieron cuenta que tenía clavado el manubrio de la moto en el pecho, hasta que me subieron a la camilla. ¡Che este está jodido subilo con cuidado no vaya a ser cosa que me salpique el ambo nuevo!.
Los dos son de película, decido dejar mi cuerpo en la camilla de la ambulancia y me siento entre ellos, los escucho hablar de todo menos del gil que tienen atrás.
Me tiento y hago sonar la sirena, el médico rezonga porque lo despertó y le pide que no haga eso. 
El chofer cree que debe ser un corto y no le da importancia, estoy sorprendido no creí poder hacerlo  se me ocurre otra prueba le tapo los ojos al chofer haciendo volar una franela,
Sorprendido pierde el control y se sale de la autopista cayendo a la calle. Naturalmente suenan como arpa vieja, no entienden lo que pasó,
Me preguntan y yo les cuento, quieren pegarme pero no pueden, las almas no tienen cuerpo, se resignan y entonces decidimos sentarnos en el cordón de la vereda. Ojalá llegue pronto la ambulancia,  estoy teniendo algo de frío.     

Tu regalo, Nadia Settecasi


Tu regalo, Nadia Settecasi


Flamenca. Así me llamas con cariño. Cuanto te gusta que baile con ese faralac rojo de lunares blancos que vimos en la feria americana de la calle Piedras, ahí cerquita del club. Pero lo mejor, son los zapatos negros que me compraste hace un mes para usar sobre el tableado. De Alicante, madre mía! Que suerte que le caes en gracia a la vieja de la feria. Tenias una ilusión esa noche, los ojitos brillando de dulzura y el paquete en la mano con un moño destartalado. De ahí, que cada noche me pides unos minutos sobre estos tacos. Joder, que desfiles...y tus ojos, transformados. Nunca me aprietan los pies, al contrario, siento que floto, que se me suelta el cabello y se enreda en los volados de la falda. Que me miras como si no me conocieras. Ahora, mientras me los voy calzando, hazme el favor de pasarme la falda. Decía, ahora, me voy dando cuenta que el brillo de tus ojos tan intenso hace ya unos días que se viene opacando y te noto las pupilas grandes y vidriosas. Te sientes bien? La falda, gracias. Y eso. Que tus movimientos están mas toscos. Si hasta tardas en desabrocharme el vestido. Anoche te quedaste mirándome fijo, detrás de mi, los dos frente al espejo, yo desnuda, con solo los zapatos puestos. Como ahora. Que lindos nos vemos. Igual tienes las pupilas enormes esta noche. Por momentos me das una ternura. Pensarte tan enamorado. Siempre tuviste un carácter bravisimo. En cambio, desde que te complazco con los zapatos cada noche, hasta te volviste apasionado. Bueno para, para que me los quito no? Vamos, deja de hacerte el bobo. Que me duele coño. Que no me dejas ver y me enredas el pelo. Que no puedo respirar...

miércoles, noviembre 09, 2011

Lluvia en las manos, Rodolfo Falchetti

Llegó el día esperado. Por instinto ancestral vi acercarse la lluvia. Voy a la vieja casa de la chacra familiar. Está abandonada igual que las de los vecinos, pero habitable durante las jornadas de trabajo. Éste es el mío, además de mi pasión. Pintar imágenes reales que reflejen más que las fotografías. Enmarco con mis manos el paisaje. Ellas trasmiten a la mente, igual que la vista, lo que perciben. Se forma la idea y la llevo a la tela.

Llueve lento, con mansedumbre. Apenas una garúa al comienzo.
Cuando el agua se escurre por mis dedos me refugio bajo el alero y los dejo afuera para que fluyan los recuerdos por sus extremos.
Los verdes cambian de tonalidad al lavarse pastos, árboles, sembrados.

Sólo queda un manchón sin color, donde no crece nada. Es el resabio de una picardía infantil, el lugar donde enterré una lata con sal. Conmovida me veo niña otra vez, caminando sin rumbo, un día como el de hoy, con capa, sombrero y botas cubriéndome. Sólo mis manos sentían la caricia del líquido frío. Calor en el alma, alegría de estar viva. Ahí comenzó mi atracción por la pintura. Quería plasmar con los pinceles lo que sentía.

Luego otra evocación me llega. La de los veinte, en esa última cita bajo el paraguas, con las manos mojadas de llovizna y lágrimas ante el adiós inevitable. Era un día de lluvia cuando nació mi hijo. Las palmas húmedas apoyadas en los vidrios expresaban muchos sentires. Ansiedad, alborozo, dudas, incógnitas. Hoy él me acompaña, en silencio, para no ahuyentar mis pensamientos.Gozamos los dos, pintando el paisaje con las manos.

Quiero los días de lluvia. Traen desde lo alto el agua que hace flotar en la corriente el barco de papel de la existencia.

Sobre inesperado, Raquel Roitman




Eran los últimos días de invierno, llovía, llegué a casa totalmente mojada. Afuera arreciaba una tormenta, truenos, algunas piedras. Fui hacia la cocina, dejé la cartera, los zapatos mojados, el abrigo.
Con el apuro quedó la puerta semiabierta. Me extrañó que no hubiera cerrado, y cuando lo intento encuentro un sobre muy abultado. Lo dejé sobre el mueble donde pongo la correspondencia, pensando que quien lo trajo me llamaría para decirme algo. Estaba en blanco.
Después de varios días, cuando mejoró el tiempo, la tierra estaba ideal para plantar y recordé el sobre misterioso que, al tocarlo, parecía contener semillas. Nadie llamó, así que resolví hacer un almácigo.
Pasó el tiempo casi me había olvidado del hecho, mediaba Septiembre y los días empezaban a ser más templados. Recorriendo el jardín miré el almacigo, un montón de plantas cuyas incipientes hojas un poco puntiagudas me parecía haber visto en algún programa de televisión.
Dejé pasar varios días más, y las plantas crecieron profusamente.
Una tarde, estoy llegando del trabajo y veo a varios vecinos reunidos que hablaban de la muerte de un joven al que, decían, lo había matado una banda de narcotraficantes. Se decía que el joven era el responsable de cultivar para la venta plantas de cannabis.
Entonces recordé mi almácigo, las plantas, y mi corazón dio un salto. Mientras mis vecinos hablaban, yo miraba desde la calle mi jardín, cerca de ellos se asomaba el almácigo que había plantado.



martes, noviembre 08, 2011

Hermandad Lingüística Panhispánica o, Hablar bien no cuesta un C...Comino, Federico E. Hüttner

     ¡Hola! Me comentaron que el mejor chivito del Uruguay, se come aquí, en “La Pasiva” le dije al mozo para entrar en confianza.
      ¡A la orden!  no le han mentido, respondió con seguridad.
      Es mi primera cena en Montevideo. Cuando llegó el pedido, veo que lo que me servía, distaba mucho de ser lo que deseaba cenar y, le dije levantando algo la voz:
      ¡Que me trajiste macho! Te pedí un chivito y, me traés un lomo completo con papas fritas.
      Disculpe señor, pero no se me ocurrió pensar que usted no conocía a nuestro plato nacional, el mundialmente famoso “Chivito Uruguayo”, del que estamos tratando, con la junta de un millón de firmas, sea considerado por la UNESCO, “Patrimonio gastronómico de la humanidad” Además, si no le gustan las patatas fritas, puedo cambiárselas por boniato.
     ¡Llévese todo! y tráigame el menú, le dije con enfado.
      Lamento decirle señor, que no tenemos menú impreso. Pero puedo recomendarle “Pamplonas” o, unos “Chotos” que se le harán agua en la boca. ¿No los probó? decídase hombre, nunca es tarde.
      No le respondí, pero pensé que le vendrían mucho mejor a su hermana que a mi.
      A ver mozo, si esta vez la pegamos. Tráigame un  buen “Bife de chorizo”
      Supongo que se tratará de un chorizo cortado al medio y estirado con la maza de madera, para luego asarlo, me dijo el mozo.
      ¡Escúcheme! Eso es un “Chorizo mariposa” le respondí.
      El mozo, que a esta altura creo que me estaba “gastando” me preguntó:
      Me han dicho que en Buenos Aires suceden muchas cosas raras, pero que haya chorizos de colores y, que además vuelen, me parece algo exagerado, dijo con una sonrisa socarrona.
      Me estoy poniendo muy nervioso y, eso me produce acidez. Puede traerme algo para mitigar el fuego de mi estómago.
      Por enésima vez, me dijo “A la orden” y que me iba a traer lo más indicado. Una “Conaprole”
      Cuando vi que me servía un vaso de leche, pedí que lo retirara de inmediato.
      No piense que lo confundí con un “Botija”, solo le traje lo más adecuado para su dolencia.
¡Cuantos tiquismiquis señor! Me dijo algo molesto.
No quiero nada más, le dije. Y menos esos “Tiquis…” que vaya a saber uno que son.
      Sin haber probado bocado y curiosamente sin hambre, salí a la calle decidido a volver a mi hotel en la playa de Pocitos, preguntándole a la primera persona que se cruzó en mi camino, donde podía tomar el ómnibus hasta ese lugar. El hombre solícito me contesto, aquí cerca, en la otra cuadra, en la rotonda de la “Plaza Cagancha”. Caminé hacia donde me había indicado y, vaya sorpresa, existía la plaza de tan impúdico nombre.
      No la paso bien, pese a que la gente es amable, pero el idioma es una barrera infranqueable para mi.
      Meditando en la playa de Carrasco, frente al Río de la Plata, que ellos si que valoran y lo denominan “Mar” recordé lo que me ocurrió ni bien desembarque por primera vez en el aeropuerto de “Barajas” en Madrid. En el hall de negocios una persona con acento español me preguntó si  tenía yesca o, en su defecto lumbre. Le respondí  con prudencia, debido a no saber de que se trataba , que yesca no tenía y, que para su segundo pedido, tenía una pequeña linterna en el llavero, por si necesitaba alumbrar algo. Me miró con una mezcla de lástima y desprecio y se alejó. Lo seguí. Paró en un puesto en el que el cartel decía “Estanco”, que no era otra cosa que un kiosco. Allí estaba el hombre de la lumbre, que al pedir un yesquero, le dieron un encendedor.
      Unos metros mas allá en el sector de embarques, un par de hombres hablando en un idioma indescifrable quisieron embarcar, pero sin sus tarjetas. Oigo que desde el puesto de al lado, el empleado le solicita a su colega que los dejen pasar, porque recién “Los habían cogido en el mostrador” contiguo.
      Cuando reembarqué rumbo a Moscú me sentí aliviado. No entender nada es mejor que creer que se entiende todo y, a cada paso encontrar una dificultad.
      Este año, para no tener dificultades idiomáticas que tan mal me ponen  creo que vacacionaré en el no muy elegante “Puerto Piojo” en el Dock Sud,  “El Doque” como le dicen sus habitantes. Ni aquí nomás es todo igual. ¡SOCORRO!

                                                       

lunes, octubre 31, 2011

Fútbol para todos, Alicia Sabella



            
Cuando la hija llegó a la casa con aquel bebé debilucho y esmirriado, a la Chola se le apretujó el corazón. Lo puso en sus brazos y le pidió que lo criara.
A fuerza de leche, tapioca y cariño hizo de él un buen chico. Sin embargo, díscolo por naturaleza, no quería ir a la escuela y pasaba todo el día en el potrero gastando zapatillas con la pelota.
Una tarde le dijo que se iba, a la abuela le temblaron las piernas ¿Adónde? Le gritó. El joven, parco, huidizo, le contestó que el club lo había contratado. No satisfecha insistió,¿De qué vas a vivir? Desde la puerta le respondió. Del fútbol.                                                                                       La Chola ya conocía la soledad, viene con una congoja que se instala en el pecho y silencios inagotables, lo había aprendido con cada ausencia.                                     
Mientras freía las últimas empanadas, miró el cielo, amanecía y era domingo y los domingos acentúan su presencia con colores propios. Terminó de preparar las canastas y esperó que el vecino pasara con la camioneta y la llevara a la cancha.
La hinchada, nerviosa, esperaba para entrar. La inmovilidad forzada irritaba a los muchachos y las expectativas les despertaban hambre, entonces los bolsillos de la Chola se llenaban y las canastas quedaban vacías.                            
Una vez que el estadio se tragaba a la muchedumbre, las calles dormían la siesta arropadas por la basura. Ella nunca entendió el fútbol, cuando escuchaba los rumores, los cánticos y los silbidos intuía, desde afuera lo que pasaba adentro. Si el clamor subía al cielo, no le cabían dudas que su nieto avanzaba con la pelota y luego un espacio de silencio, apenas perceptible, como si nadie respirara, después los gritos lo empujaban al área, el gol reventaba las gargantas y la alegría hacía temblar las tribunas.
Le hubiera gustado ver al muchacho, verlo de verdad no como en las revistas o en los diarios, sentarse cerca, abrazarlo, contarle todo lo que había aprendido y que ella también vivía del fútbol.  
                    
                 
                                                                                                        
     

Bailar Tango, Irma Alvarez



Viví años trabajando en el campo, guiaba el arado que abría los surcos, esparcía las semillas, recogía los granos, y los llevaba  al molino. Con la harina, suave, blanca, lista a dejarse amasar, volvía. 
Desde niña, la música me acompañó. Escucharla alegraba mi corazón y  movía mi cuerpo una sensación de armonía.
Ya mayor  me establecí en el pueblo. Y llego el día. Yo Salomé estoy decidida, esperé años, este momento, escuchaba  y practicaba siempre sola. Hoy comienzan a bailar tango en un tablado cercano y ahí voy acompañada por los recuerdos.
Un muchacho se acerca, me invita y comenzamos a bailar. Las mejores cosas en la vida se hacen de a dos y el baile es eso, unir almas, corazones, intenciones y dejarse llevar  que la música como diosa nos domine y como el viento a los juncos nos doblegue. Apoyar el cuerpo al lado del otro y comenzar a moverse al compás de las notas, aprieto mis ojos para gozar esa magia que envuelve, sentir la mano  del compañero que guía, apoyar la mía rozando su cálida espalda, hermanar los sueños hasta ser uno. Fundirse con el otro, deseando que sea eterno ese instante.
Percibir las respiraciones en éxtasis. Girar como calesita y volver a unir nuestros pasos. Al cambiar el compás la cintura se acomoda en los brazos del compañero, alejarse es alegre y  volver a unirse en esos brazos, gozoso.
Sentirse feliz en los reencuentros. Como en la vida.

Declaración Testimonial, Ezequiel Varela



 -¿Cómo te llamás?
-Pedro Pablo
-Bueno Pedro
-Pedro Pablo
-Bien Pedro Pablo, ¿Sabés quién soy yo?
-Sí
-..¿Quién soy?
-No sé
- Recién me dijiste que sabías quién soy
- Es que Pedro Pablo no está seguro. Usted es el comisario pero los comisario se visten de comisario y usted no está vestido de comisario.
-Pedro Pablo, yo soy el juez. ¿Sabés qué hace un juez?
-Sí, hace sonar el pito; lo escucho en la radio. El juez hace sonar el pito cuando algo está mal, como los policías.
- Bueno Pedro Pablo. ¿Te acordás lo que hiciste en la chacra antes de que te trajeran acá?
-Sí
-… ¿Podés contármelo?
-Sí, pero antes quiero decir una cosa.
-Sí, contame.
-No me gusta estar acá.
-Bueno, en un ratito terminamos; contame lo que hiciste
-Corté el pasto.
-Cortaste el pasto
-Sí, siempre corto el pasto
-Ajá
-Sí, a mi me gusta cortar el pasto. La señora dice que si no lo corto debo dormir en el galpón y sin comer.
-Bien. ¿Y después?
-…¿Después?
-Sí, después
-.. Ah, sí, después el juez tocó el pito y jugué al fútbol con Maradona
-Con Maradona.
-Sí, estaban Maradona, Kempes y Labruna. Yo soy Labruna cuando juego al fútbol. Y…Y.. el juez De La Casa es muy bueno, porque cuando le pegan a Labruna él toca el pito.
-Bueno señor fiscal, para mí es suficiente. Lo voy a declarar inimputable, y chau. Cerrado.
-¿Me permite un momento más?
-Dele pues.
-Pedro Pablo. ¿Te acordás de la escopeta?
-Sí, pero no hace fuegos artificiales.
-¿Disparaste la escopeta?
-Sí, pero no hace fuegos artificiales.
-¿Y de dónde sacaste la escopeta?
-…Me dijo que no lo dijera porque si lo hacía me iba a echar a la ruta.
-¿Quién te dijo eso?
-No quiero ir a la ruta.
-No te asustes, el juez De La Casa no va a dejar que te lastimen como a Labruna
-¿Ni que los chicos se burlen?
- Tampoco. Tranquilo Pedro Pablo, no te va a pasar nada.
-… …Hay que decir la verdad, pero si me callo no estoy mintiendo.
-¿Inimputable señor juez?
-¡¿Qué quiere, mi puesto?!... ¿Cuántas veces disparaste?
-Una vez sola, una vez sola. ¡No miento! Pedro Pablo nunca miente.
-Y después ¿qué pasó?
-No salieron fuegos artificiales así que se la devolví a la señora, pero ella no la quiso y se puso a gritarme. Yo quise hacer fuegos artificiales como ella me dijo pero no pude.
-Sargento, vaya a buscar a la mujer del muerto.
-¡No, no! Usted no es un buen juez. La señora me va a pegar con el rebenque otra vez.
-No vamos a dejar que te haga nada.
-¿Me lo jura? Porque el que jura tiene que cumplir para no irse al infierno.
-Te lo juro… Decime, cunado lo viste al patrón ¿cómo estaba él?
-Usted no es bueno, me quiere confundir.
-¿Cómo podría confundirte? Sos un chico muy inteligente.
-¡Se está burlando. Yo sé que no soy inteligente!... Pero no miento.
-Lo sabemos… Decime ¿Lo viste a tu patrón?
-… … ¡No lo sé! …El patrón no había salido a cazar porque lo escuché en su pieza con la señora. No se enoje, ya sé lo de los ruidos en la pieza ¿eh?... Pero después lo sentí llegar de los esteros como siempre. ¿Ve? No miento pero no sé lo que vi.
-Ves. Si no sos inteligente, tenés mucha imaginación ¿Qué crees que pasó?
Para mí que con la señora estaba un fantasma. Y capaz que al patrón lo maté yo no más.
-Y porqué crees que era un fantasma?
-Porque nadie lo vio y porque no usó la puerta ni para entrar ni para salir… Pedro Pablo será tonto pero no miente.

Mi calesita, Norma Laniecki

  

Leyenda del tiempo, Cristina Diez


“Cuando te regalan un reloj,  
te regalan un pequeño 
infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire”Julio  Cortázar

 
En los orígenes, en el Paraíso, el tiempo fue laxo, ilimitado, libre. Punto, curvas o recta infinita, según sus deseos y los del viento que, en aquel paraíso, fue un espíritu travieso y amistoso, por el que el tiempo se dejaba desgranar y amontonar en una danza liviana, sin prisas y con pausas elegidas.
Pero el hombre y la mujer mordieron la manzana, mirándose a los ojos, disfrutaron de la textura ligeramente áspera, de la pulpa dulce y jugosa y fueron condenados a ser mortales. El tiempo-que es justo decirlo- no había probado ni una mísera cáscara del fruto prohibido fue funcional al castigo: lo encerraron en los relojes y, desde entonces, lo custodian con celo cronologías, calendarios, agendas, péndulos, alarmas y vibraciones digitales. Vive medido y no puede demorarse ni mucho menos detenerse. La sentencia lo obliga a repetirse como un autómata y a producir el sonido más trágico de la vida: tic-tac, tic-tac, tic-tac.

viernes, octubre 21, 2011

Intercambios creativos

Desde el taller de fotografía de la BCN, coordinado por Laura Brugnoni, se produjo esta intervención artística, este diálogo entre texto e imagen. Agradecemos especialmente a Cynthia Rimoli, autora de la foto inspirada en el texto de Rodolfo Falcetti y a Laura por la propuesta.



jueves, octubre 20, 2011

Icono, María del Carmen Cerezal



La iglesia estaba en esos momentos en que la luz cenital la convierte en un ámbito perfecto para el recogimiento. Los niños habían terminado de ensayar el coro. Estaban preparando los elementos para el oficio siguiente. El sacristán encendía el incensario que iba a perfumar y sacralizar aún más la celebración.
Entró tratando de no hacer ruido para no quebrar la magia del momento. Se deslizó hacia la nave principal, buscando acercarse al altar mayor.
Fue cuando la vio. Un brillo dulce, emanado de los cirios que escoltaban el ícono de San Vladimir daba a su cabello, casi blanco de tan rubio, reflejos ebúrneos. Era la viva imagen de la pureza.
Trató de no hacer ruido que la perturbara, tan ensimismada en su oración la percibió. Raramente se encontraba sola, así que decidió aprovechar el momento para acercarse. Casi en puntas de pie. Como si pudiera espantarla.
Estaba sufriendo una conmoción tan grande que tenía miedo de estallar en llanto. Se ahogaba. Pero pidió al santo la entereza necesaria para afrontar ese momento. Con un hilo de voz, la llamó por su nombre. Ella se volvió extrañada, miró sin ver y continuó con su plegaria.
Entonces decidió rozar su mano, apenas rozar.  La sintió tibia, dulce pero ajena. En ese instante un fárrago de emociones la invadió: pasaron ante sus ojos las imágenes más dolorosas. Su llegada al país lejano y exótico de la mano de  Serguei, su amigo de la infancia  con quien  iniciarían una vida posible escapando de la guerra inmisericorde. El aprendizaje de lenguas y costumbres tan extrañas, el barrio extramuros, la contención de la colectividad que le aliviaba la angustia de la familia ausente y  en peligro, el amor prodigado por su compañero que la hicieron pensar que era retribuido por ella.
La niña llegó a esa dicha esquiva que pretendían, iluminándolos  . Vislumbraron una posible felicidad que duró un par de años. Hasta que él entró en sus vidas y Tatiana  se dio cuenta  de que la tranquilidad se esfumaba. El amor la arrasó a su pesar  y comprendió qué sentía realmente por su marido. Su mundo se volvió un infierno. Luchó denodadamente contra esta pasión que destruiría su hogar, porque sabía que Serguei no sabía perdonar, pero tenía veinte años y ninguna experiencia de la vida.
Huyó con su amante, pero tardó apenas un mes en volver. No podía con su conciencia, extrañaba a su niña desesperadamente.  Su marido, inmisericorde, ciego de despecho y rencor, cerró para siempre las puertas de su casa y de su corazón. Nunca más le permitió ver a la niña.
Tatiana lloró, rogó, suplicó, se humilló de todas las formas posibles. Nada. El odio pudo más. La pequeña jamás salía sola, y ella pasaba horas espiándola pues la acompañante tenía orden estricta de no dejarla acercar. La veía ir a misa, al jardín , a piano. Conocía todas sus actividades pero fisgando tras  de un árbol, entremezclada con otras personas, como un fantasma.
Serguei crió a la niña con todo amor y dedicación, enseñándole a rogar a San Vladimir por el descanso eterno del alma de su madre. Y  era lo que estaba haciendo en este instante. Por eso cuando la pequeña  de cinco años se volvió, esa extraña no era más que otra señora que compartía su devoción y la había rozado a modo de saludo cómplice, dejando en su manita un perfume de lavanda que le recordaba vagamente algo que no podía identificar.

martes, octubre 18, 2011

El regalo, Ruth Moguilner


Desde siempre Ramiro era cabulero, inventaba tradiciones a cumplir con exactitud. Los lunes jugaba a la lotería, los jueves a la quiniela, nunca bajó de la cama con el pie izquierdo. Por la calle, todo obedecía  a un sentido especial; si un hombre rodeaba un charco, Ramiro percibía que iba a recibir un regalo, si lo pisaba, mala suerte para toda la semana. Prohibió a su familia pasar por debajo de las escaleras; cuando hubo que reparar el frente de la casa,  nadie salió a hacer mandados durante un mes. Él limpiaba los espejos, por temor de que alguno sufriera un daño.
Un viernes trece, vio un hombre rodeando un charco; como era de esperar, su hija, al volver de un viaje, le trajo un gato de yeso comprado en Egipto. Ramiro, embelesado, guardó cuidadosamente el piolín y el diario en el que estaba envuelto; apenas vio el contenido sintió una enorme conexión con el animalito. Era negro con ojos amarillos. Michi, la mascota de la casa, se acercó corriendo, fijando la mirada. Desde entonces hubo  órdenes estrictas de que Michi se llamara Pharaón.
Ramiro estaba exultante, todos sus vecinos se enteraron del magnífico regalo, que según su dueño, curaba las enfermedades. Lo mostró con orgullo, pero no permitió que nadie lo tocara. Pharaón, al anochecer, fijaba sus ojos; se petrificaba ante la mirada amarilla.
Para festejar el cumpleaños del regalo, lo acomodaban sobre un almohadón de raso. Durante uno de estos festejos, Ramiro empezó a sentir dolores reumáticos en un pie, observó con asombro que una pata del gato se estaba despintando, y que Pharaón empezó a renguear.
Como hombre de acción envió a su esposa a comprar una pirámide, indicándole las medidas exactas. Cambió de lugar al gato y le puso la pirámide al lado. Llamativamente Pharaón no quiso comer ese día ni al día siguiente.
Ramiro, que era un hombre de recursos, compró una segunda pirámide, y abolló el plato de Pharaón para que se mantuviera en la cúspide de la misma. Como por arte de magia, Michi-Pharaón apareció como un rayo y comió con apetito ante la satisfacción de sus dueños.
Así todo estaba encadenado: la luz sobre el espejo, el reflejo sobre la pirámide, la pirámide rozando el gato, el gato sobre el almohadón, el almohadón sobre la mesita, la mesita sobre la séptima baldosa desde la entrada, y el diario en el que había venido envuelto ese gran benefactor, en un cuadrito, colgando del piolín egipcio
Con ese toque final, basado en su genialidad, Ramiro sintió que el mundo era un lugar realmente agradable y seguro.

lunes, octubre 17, 2011

El mensaje, Irma Alvarez



Memu, todo está perdonado. Te quiero. Papá.  Nota encontrada en una bolsa de nylon con  trocitos de galletas junto a los restos del avión, que llegaron a la playa después de ocurrido el accidente.  
La periodista que halla la nota, comienza la búsqueda  entre los hijos de las víctimas y lo publica en el diario. Entrevista a tres personas, que perciben que ese texto les brinda una segunda oportunidad. Ella recuerda a su padre, hace tiempo que no se ven, se enojó al enterarse de su casamiento. Lo llama. Es tiempo de reencuentros.

jueves, octubre 06, 2011

El pueblo del Gran Bonete, Bárbara Benitez



Atendí el teléfono. La voz despreocupada del otro lado no anduvo con vueltas.
- Será según lo planeado.
- ¿Cuándo?
- Cuando usted haya recibido la encomienda. Va a encontrar dos sobres. Uno con cuarenta mil euros y otro con un montón de semillas. Pero tenga cuidado, para tocarlas deberá usa guantes de látex; son muy peligrosas.
Nunca antes realicé una operación de esta extraña manera, pero el pago es bueno y aprender algo distinto me sacaría de lo rutinario. Hace años que lo hago con mucha dedicación y nada lo tomo como personal; ese enfoque objetivo me hacer ser uno de los mejores.
- Trato hecho (contesté deleitado con el desafío).
- De cualquier manera, no viaje hasta tener el envío. Eso le indicará que el momento ha llegado.
Cortamos. Yo sabía qué hacer. Sólo era cuestión de esperar. En tanto tendría tiempo para dedicarme a un trabajo solicitado y aún pendiente.
Los meses transcurrieron con rapidez. Aquel día me llamaron del correo para retirar la entrega. Tal cual lo pactado, encontré el sobre del dinero y el de las semillas.
De inmediato saqué boleto a San Juan. El bolso con lo necesario yacía preparado sobre el sofá. Esa misma noche viajaría.
Recién llegado a la provincia adquirí un pasaje a Rodeo, donde me instalé en una posada para descansar hasta la noche. Antes pasé por una fonda en la que el único tema era la minería a cielo abierto, la contaminación y el diagnóstico para muchas personas con males terminales o desconocidos.
Ya en la habitación tomé el sobre de las semillas envueltas en terciopelo rojo, las que no me atreví a tocar y que
me causaron estremecimiento; sentimiento desconocido para mí, dado que siempre debo manejarme con mucha frialdad.
Recostado pensaba en la tarea concluida, pese a haber calculado mi permanencia  ahí más por más  de dos meses.
Me levanté y al mirar por la ventana me dije:
Es un bello pueblo para vivir. Y morir también.
Noté que el relieve se parecía más a uno volcánico que a uno montañoso. Los agujeros en él daban aspecto de cráteres.
Qué pena, tanta belleza volando por el aire (lamenté con auténtico desconcierto).
Luego me acosté tranquilo hasta las veintidós. A esa hora caminaba hacia la dirección dada por la voz, según sus indicaciones.
Atravesando la tranquera alcancé el pozo de agua; habiéndome colocado primero los guantes, tiré en él una de las semillas. Nadie alrededor. El invierno los tendría a todos frente a las salamandras.
De mañana alguien en un barsucho se acercó:
- Disculpe la molestia, pero no estamos acostumbrados a ver extraños. ¿Es turista?
- No. Un escritor buscando buen sitio para la inspiración (deseé que la mentira fuese verdad).
- No creo que sea éste, don. Hay explosiones constantes. Esos bastardos hacen lo que quieren con nuestras montañas.
- Sobre eso escribo.
- Entonces cuente cómo el pueblo muere por el cianuro del agua y la tierra.
- ¿Se han registrado casos?
- De todo tipo. Los que tengamos suerte moriremos enseguida; el resto va a agonizar por años.
Como si me importara, tomé nota de lo escuchado.
- Haga saber que éste es el poblado del Gran Bonete. Acá nadie tiene la culpa.
Pobre gente; están condenados a pena de muerte (reflexioné con algo de tristeza).
Aunque inmediatamente reflexioné que al menos una familia lo estaría.
Tras algunas semanas me había ganado saludos cordiales. No pude evitar sentir cierto apego, por más que todas las noches iba a esa estancia para echar en el mismo lugar una nueva semilla. Por cábala, al amanecer, las contaba y después hacía una revisión a lo dicho por los lugareños, con fidelidad apuntado y pretendiendo ejercer el mentiroso oficio.
A los tres meses la noticia corrió por Rodeo y por los titulares de los diarios de todo el país. Los Anderson, señores del poblado, habían contraído una rara enfermedad.

                  IMPORTANTE FAMILIA SANJUANINA MUERTA POR CONTAMINACIÓN.
                                           Luego de tres meses de intensa agonía,
                                           Sus cuatro miembros fueron muriendo
                                           De a uno, junto con gente de su perso-
                                           Nal y varios de sus animales. Nadie en
                                           El pueblo se sorprende.   
                                         
Lo que no les dio  vida  para gastar las riquezas obtenidas con la destrucción (cavilé indignado).
La bronca se hizo urticaria:
Estos mierdas no hacen referencia a la gente simple que lleva en su cuerpo el mismo estigma.
Y la rabia cedió paso al sarcasmo:
Ahora resulta que soy un asesino con conciencia. El mundo está de cabeza.
Esa misma tarde la despreocupada voz llamó por teléfono.
- Hizo bien lo suyo. Le estoy enviando un sobre con un bonus. Lástima los animales y el personal doméstico. Pero todavía queda mucho para heredar.
Sin más comentario cortó y yo tiré las pocas semillas sobrantes, guardadas hasta confirmar el suceso (tal vez como fetiches de lo que fue una tarea sorprendente, incluso para mí).

Un año después el libro El Gran Bonete tiene muy buena venta. En él expongo la muerte de los Anderson y tantos otros como resultado de las explosiones.
Lo cuento todo. Menos lo de las semillas de Curare.