Eran
los últimos días de invierno, llovía, llegué a casa totalmente mojada. Afuera
arreciaba una tormenta, truenos, algunas piedras. Fui hacia la cocina, dejé la
cartera, los zapatos mojados, el abrigo.
Con
el apuro quedó la puerta semiabierta. Me
extrañó que no hubiera cerrado, y
cuando lo intento encuentro un sobre muy abultado. Lo dejé sobre el mueble
donde pongo la correspondencia, pensando que quien lo trajo me llamaría para decirme algo. Estaba en blanco.
Después
de varios días, cuando mejoró el tiempo, la tierra estaba ideal para plantar y
recordé el sobre misterioso que, al tocarlo, parecía contener semillas. Nadie llamó, así que
resolví hacer un almácigo.
Pasó el tiempo casi me había olvidado del hecho, mediaba Septiembre y los días empezaban a ser más templados. Recorriendo el jardín miré el almacigo, un montón de plantas cuyas incipientes hojas un poco
puntiagudas me parecía haber
visto en algún programa de televisión.
Dejé
pasar varios días más, y las plantas crecieron profusamente.
Una
tarde, estoy llegando del trabajo y veo a varios vecinos reunidos que hablaban
de la muerte de un joven al que, decían, lo
había matado una banda de
narcotraficantes. Se decía que
el joven era el responsable de cultivar para la venta plantas de cannabis.
Entonces
recordé mi almácigo, las plantas, y mi corazón dio un salto. Mientras mis vecinos hablaban, yo
miraba desde la calle mi jardín,
cerca de ellos se asomaba el almácigo
que había plantado.
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