domingo, octubre 10, 2010

Vendo zapatos de bebé, sin usar, Nelia Curone, martes de 14 a 16 hs

“Vendo zapatos de Bebé, sin usar”
Ernest, Hemingway


Este epígrafe me lleva a pensar en el valor de las cosas pequeñas, insignificantes. En este caso me referiré al cambio de significado por la presencia de la coma. Para entender mejor procederé a sacarla y entonces escribiré Vendo zapatos de Bebé sin usar, donde lo que parece fuera de uso es el Bebé. Pobrecito.

Este ejemplo de anfibología lleva a mi imaginación a pensar que el niño es una especie de objeto de descarte como lo serían sus zapatos a los que creemos todavía nuevos quizás porque tendría otros y le quedaron chicos sin haber dado un solo paso con ellos.

Esto me remonta a mis tiempos de docente en actividad, cuando les enseñaba a mis
alumnos un gracioso trabajo de Don Pedro Calderón de la Barca en el que cuenta que
un vidriero enamorado oriundo de Tremecén (Africa) ante el deseo de su amada de poseer una mona envió a pedir tres o cuatro a su amigo de Tetuán. El exceso respondía a su intención de halagar a su dama al brindarle la posibilidad de elegir su mona entre varias. Pero cometió un error y escribió 304, es decir que omitió el acento sobre la O, que la hubiera diferenciado del cero.

Imaginemos al Tetuanense corriendo como loco para conseguir semejante cantidad de
monas. Pero mucho peor debió haberlo pasado el enamorado que ante la llegada de
los graciosos e inquietos animalitos tuvo que ver como se destruía su negocio de frágiles
vidrios.

En realidad, muy irónico nuestro Don Pedro.

El autito azul, Leonardo Fernández

La puerta abierta, la plaza desierta bajo una llovizna fina que no moja mostraba en su camino el reflejo de las baldosas rojas brillando a su paso.
Estaba solo en esa cita inexplicable.
Jamás había pensado en una tarde gris; daba igual.  Justo en este día el mástil, añorando los colores de su bandera y la calida mirada de los niños mostraba su desnuda soledad, se acercó a el y apoyó su mano en el hierro frío e inexpresivo que se llevó su calor para siempre. Giró la vista y al costado, el recuerdo de su infancia estaba allí; en los juegos inmóviles.  El silencio sin música de la calesita y el caballo blanco preferido lo hicieron vacilar por un instante.
La mirada de Gardel y su sonrisa de cara a la calle Cochabamba, y  la tristeza de los indigentes bajo la autopista a solo algunos metros, son
imágenes muy fuertes que querría conservar y no podrá.
Le parece escuchar el rumor del último partido en el centro de jubilados.  Una idea le viene a la cabeza y aflora una sonrisa triste.

Salta la valla que lo separa de la calesita, acaricia el caballo blanco como acariciando los recuerdos y la tos seca le mancha los labios.
Elige un pequeño autito azul se sienta y cierra los ojos; ha decidido que sea allí.  
El día siguiente amaneció con sol, los niños extrañaron la música de la calesita.