lunes, agosto 23, 2010

Levante a la antigua, Carlos Merlino, lunes de 14 a 16 hs

Primavera: árboles y plantas con verdores nuevos. Sol deslumbrante pero no agresivo. Paseando, mirando, todo parece nuevo, recién estrenado.
Es sábado de tarde e Iñárritu fue a caminar a Puerto Madero. Pasó por el Yacht Club, el Museo de Amalita, los restaurantes, los hoteles, el Puente de la Mujer, vio gente por todos lados.
Para las seis de la tarde está cansado y se quiere volver. Se halla a la altura de la avenida Belgrano y va a dar un último vistazo al imponente Hilton hotel. Luego la salida hacia Paseo Colón.
En la parada del ciento once estaba delante de él. Podía divisar los claritos en su cabeza, la tez blanca de su cara. Campera, pantalones deportivos, zapatillas anaranjadas. Aspecto de piba, años de veterana.
Subieron y ocuparon los dos asientos del fondo que quedaban libres. Codo contra codo. Él iba hasta Villa Pueyrredón, viaje de cuarenta y cinco minutos mínimo.
Cuando después ella levantó el brazo derecho el codo izquierdo de él se clavó en la última costilla de ella y ahí se quedó. El traqueteo del ómnibus favorecía el movimiento de su brazo. No creía que no sintiera que con la punta de su brazo le contaba las costillas. Uno, dos tres, tres dos, uno. Ella miraba el paisaje por la ventanilla.
Después, despacito, colocó su antebrazo derecho sobre el codo de él, y entonces el movimiento fue un todo combinado: antebrazo, codo, costillas. Se estaba bien así. Cuando cruzaban Scalabrini Ortiz ella levantó el brazo para acomodarse el cabello. Luego lo volvió a bajar y se dio vuelta. Con su mejor sonrisa le dijo –disculpe, ¿sabe si falta mucho para la avenida Elcano?. –Bastante- le dijo-si quiere le aviso. –Cómo no- contestó.
Ahora el codo de él había bajado y estaba a la altura de la cadera, que no era muy exuberante pero tenía lo suyo. Y lo mejor era que no se movía para evitar, para eludir esa punta de lanza. Imperturbable, observaba muy interesada el paisaje.
Cuando se acercaban a destino Inárritu le dijo –para la avenida Elcano son dos paradas- siendo correspondido por una sonrisa deslumbrante y un ¡gracias! modulado como los dioses. Como con desgano ella se prepara. Se levanta sin ningún apuro pidiendo permiso y luego dispara: -buenas tardes-. –Que le vaya bien- dice Iñárritu. Después se levanta y va tras ella. Se bajan los dos y él deja que se adelante veinte pasos. Al llegar a la esquina dobla a la izquierda y a poco se detiene ante la puerta de una casa que tiene sus años.
Levanta el bolso para sacar llaves y ahí él cae en la cuenta de que la pregunta sobre dónde había que bajarse fue verso. Eso lo animó a apurar el paso y acercarse. Ya a su lado le dice –me pareció que…- -¿qué le pasa? dijo ella reconociéndolo. Y luego ¿está loco, cómo me siguió? pero sin mucho énfasis. –Vamos, nena, sólo un ratito- Ella hace como que no sabe qué decir y coloca la
llave. –Bueno, pero sólo un ratito ¿Toma mate? Entran al pasillo, en el que caen las últimas luces de la tarde. –Si lo hace usted, seguro que sí- contesta, y luego ¿va llegando el calor, no?-Una no sabe qué ponerse en esta época.
Mientras abre la puerta del PH se oye el inquieto ladrido de un perro. Al entrar ellos se deja ver: es un cuzquito que olvida el ladrido y los saluda moviendo la cola, contento de ver gente.