jueves, julio 23, 2009

La partida, María del Carmen Cerezal, Lunes: 17.30 a 19.30 hs.


La partida

Ya casi no le queda cómo ni dónde esconderse. De pronto una bandada de patos surge asustada del pastizal, remontando un vuelo más que ruidoso.
Se repliega. Sabe que alguien más está en las inmediaciones. El tropel de su corazón lo ahoga, le impide moverse. No hay subterfugio que le permita escudriñar los alrededores de la laguna.
No ha escuchado ruido alguno de galope.
La pampa sigue tan inescrutable como siempre.
El sol, alto, es un testigo indiferente de su drama. Sólo le queda esperar, mimetizarse con el entorno, sin pestañear siquiera.
Pasará tiempo hasta caer la noche.
Vuelve la calma. Tensa. Sigue inmóvil.
Pero su instinto le dice que la otra presencia persiste.
Está entumecido; las ropas húmedas por el sereno de la noche anterior no han llegado a secarse y se le pegan al cuerpo como un retobo gélido.
Tiene frío y no debe temblar. Hambre. Feroz hambre ¡Si al menos pudiera fumar! Pero cualquier movimiento podría delatarlo, cuánto más el tizón de un cigarro.
El pajonal no es escudo suficiente.
Trata de hacer un balance de su situación para saber que estrategia acometer. Es entonces cuando lo ve, o más bien lo sospecha.
Es de seguro un pampa y también lo está buscando.
No lo oyó llegar, porque ha seguido el hábito de emponcharle los cascos al caballo para ahogar así el ruido de la marcha.
Pero ahora sí lo descubre parado sobre el animal, oteando.
Es un indio joven, fuerte, cuya piel morena lo escondió en el paisaje y ahora brilla magnífica al sol.
Se incorpora como un resorte y dispara su carabina un par de veces.
El pampa salta del potro con la agilidad de un puma,
gritando: “Huinca, toro, Huinca!”
El soldado le responde: “acá, Calvaiú, Hermano toro, acá!”
La sonrisa ilumina el rostro de ambos mientras se abrazan, fraternales.
El cristiano está feliz. Llegó a la toldería y allí, la partida nunca lo alcanzará. El corazón del desertor, ahora a salvo, late agradecido.

Sin título, Integrante:Alejandro Crimi, Curso: Lunes 17.30 a 19.30 hs


A veces parece que los recuerdos no son míos. Que los tomo de alguien más y me los pongo encima. Los deshago y los vuelvo a hacer sobre un borde pelado de mi memoria.
Ahora me remito a los cinco años o quizás me haya impuesto esa edad arbitrariamente. Cuando la conocí, no llegaba a la mesa (puedo asegurarlo). Tuve que alejarme para verla y con el envión tropecé con una silla quejosa de mimbre. No me importó. Me puse en puntas de pie y ahí estaba. Asomando el cogote negro y brillante, como si estuviera lustrado. Erguida entre el pan y el humo ligero de la sopa.
Me lavé las manos antes que mamá lo pidiera y gané una sonrisa de aprobación. Con algo de esfuerzo me senté y entonces la pude ver completa. Me sorprendió la suave curva del lomo, la dura luz oscura, comparada con las servilletas y los platos hondos.
Escuché de fondo como mi abuelo empezaba a cantar la sopa. Y aún así esos silbidos opacos la hacían más bella, única.
La abuela me sirvió, yo metí los dedos en el plato por no mirar, pero fue una quemazón dulce. Todo un hombrecito (dijo mamá) y mi hermana aprovechó para decir algo que a mí no me importó.
Vacié el plato enseguida. A tiempo para ver como el abuelo la destapaba. Juro haber escuchado el canto de algunos grillos. Y una punta de burbujas brillantes, reventando ruidosas contra el mantel. Entonces las letras blancas del lomo se iluminaron por el contraste. “Coca Cola” leí o supe que eso decía y agarré la tapita por el filo. Un pequeño gato de chapa pensé y dejé que me marcara un poco la piel.
Esperé todo el almuerzo, pero mamá me sirvió agua de compota. La tomé de un solo trago y volví a esperar.
Las mujeres empezaron a levantar la mesa y yo me quedé con el vaso vacío algún tiempo más, hasta que también se lo llevaron. Ella quedó un momento sola entre las servilletas y las migas del pan. Ahora tenía el cuello casi transparente pero aún así no perdía nada de su belleza. Entonces la toque por primera vez. La panza apenas fría y húmeda. Dejé que mis dedos dibujaran el contorno y la imaginé entre mis manos, con la inclinación perfecta para que me inundara la boca, la garganta. La abuela me sostuvo la mano que todavía estaba sobre la botella, sonrió y dijo algo en italiano, que no entendí. Al final se la llevó y hasta la heladera festejó, eso creo, porque encendió la luz más fuerte. Yo me quedé esperando, hasta me dormí en la mesa, soñando su color, su perfume y las burbujas encendidas en la punta de la lengua.

Fantasía Negra, Integrante: Bárbara Benitez, Curso: Lunes 17.30 a 19.30 hs.


Cierro los ojos y tamborileo con todo mi cuerpo. Mis manos golpean fuerte el parche que cuanto más tenso, más las desgarran hasta causar en mí el sangrado que todo candombero sacraliza.
Muevo mis piernas bailoteando al ritmo del milongón que hago sonar mientras mis caderas forzadas -oprimidas por el tambor que calzo entre las piernas- siguen el compás; en tanto mis hombros se sacuden frenéticos ante esos golpes lujuriosos que le saco al parche y que me permiten dar rienda suelta a los deseos y a las sentimientos que surgen de mis ilusiones.
Se me hace difícil tocar y bailar al mismo tiempo. Pero nada me parece imposible cuando la negra pasión se desata. Ese es el momento cuando mi alma, extasiada, se deja llevar por ese sonido vertiginoso y sinfónico a la vez.
Ese místico desenfreno que sale de la sangre y del inconciente colectivo en el que guardo mis raíces, son mi razón de ser
En mi boca, las cuerdas vocales se aturden con la africana onomatopeya que resuena con el repiqueteo rítmico de los labios y los chasquidos contagiosos de mi lengua que en desatada danza golpean en el paladar.
Vivir por él es el único motivo que me aferra a la existencia. Sin él solamente hubiese sido un montón de carne sin sentido anclado en lo inhumano. Una maraña exagerada de impulsos sufridos y padecidos por culpa de la naturaleza y sus azares.
Esa es mi constante lucha entre el hombre y el fantoche que se engendró en mí, solamente derrotado por mi magia interior y gracias a que mi cabeza es el instrumento indómito de mi ejecución, lo cual es cosa de negros.

¿Ocupación o trabajo?, Integrante: Carlos Merlino, Curso: Lunes 14.30 a 16.30 hs.


UNO

Me veo en el espejo y no me gusto. Ese pelo largo que quiere ser lacio y no puede; la altura mediana, mucho busto y algo de barriga. Las piernas, cortas y regordetas, que rematan en tacos altos.
Con dejar de mirar basta. Me calzo el vestido corto –cortito- y agradezco que estemos a principios de abril: no sufriré frío. Como dice la Sofía la mercadería hay que mostrarla, sino estamos jodidas.
Son las cinco y cuarto. En una hora tengo que estar en Solís y Cochabamba donde paro con las chicas. Esto de vivir en Guernica y trabajar en Constitución jode bastante, pero no hay otra. Desde las seis y media hasta las dos de la madrugada hay que estar, esperar, caminar. Hay que atender a los autos que piden precio. Una vez hecho el levante ir a los hoteles, después volver al puesto. Viernes y sábados se pasan rápido, pero hay que estar todos los días. Algunos lunes me quedo: estoy molida y descanso todo el día.
A la mañana duermo. Duermo pesadamente como si estuviera muerta, hasta la una. Juancito se levanta temprano. Trabaja en un taller de tornería y antes de irse toma mate con pan o galleta. A las siete y media se pianta. Al rato se va la vieja –tan vieja no es: tiene cuarenta y nueve. Ahora está trabajando por Caballito. Quedo yo con Oscarcito que va al cole a la tarde, y Miriam.
En tiempo de verano –aunque es calurosa- la casilla anda al pelo. Con una garrafa de diez nos arreglamos para cocinar y calentar agua para lavarnos. Juancito se baña en el taller y yo siempre que puedo me baño en los hoteles. Los demás se arreglan con una tina chica. En invierno no hay frazada ni estufa que alcancen.
Miriam tiene dieciséis y empezó segundo año del nacional de Glew. En la primaria repitió y no quería ni oir del secundario. Yo le rompí las bolas para que fuera. Resulta que como en el fondo me admira me hizo caso. Hasta aprobó en marzo dos materias que se había llevado de primero. Como buena adolescente no sabe lo que quiere y pensó en empezar con lo que yo hago. En cuanto me lo dio a entender la frené y le dije que ella tenía que estudiar. No es que me haga la moralista, pero prefiero que termine el secundario y haga la vida normal de una chica. Que se case o qué se yo.

DOS

A veces se da que comemos todos juntos en la mesa de la casilla. Entonces Juancito me mira como para decir o pedirme algo. Una vez me dijo que había un puesto para atender un maxiquiosco cerca del laburo de él. Cuando me habló del sueldo me reí, tratando de no ofender. –Yo saco el doble de eso, a veces más- le dije. Es lógico que no le guste lo que hago, pero él sabe que lo tengo cortito. Que se meta en sus cosas.
En relación a lo que piensa la gente me acuerdo que una noche cayó uno a pie. Vestía como todos con zapatillas y jean pero no era ningún pendejo. Arreglamos el precio y fuimos para el hotel. Una vez allí me empezó a hacer preguntas: - ¿tenés familia?¿qué hacen tus hermanos?¿y tu vieja? Yo, sin perder mi sonrisa pintada, lo frené. –Señor, usted me va a pagar por acostarnos y hacer lo que quiera. Deje a mi familia tranquila que usted no la conoce-. Contestó que quería saber cómo era el ambiente en que vivía. –Mi ambiente es mío- le dije –levante los brazos que le bajo el pantalón-.
Cuento esto porque para mí un cliente es sólo eso. Los hay suaves y caballerosos, y otros que son guarangos insoportables. Pero sé cómo tratarlos. Ahora, que me quieran arreglar la vida no lo acepto. ¿Para qué quieren saber de mi familia si van a pagar por mi cuerpo? Lo que falta es que los evangelistas y los moralistas se hagan clientes de las putas.

TRES

Oscarcito es inocente como cualquier pibe chico. El padre es gasista y vive por Temperley. A veces lo viene a buscar y lo lleva en la camioneta al Parque de la Costa o al zoológico. Para no estar es bastante cumplido y cada tanto le deja al nene un sobre con plata para que se lo dé a la madre.
Yo no sé dónde está mi viejo. Por mí puede estar muerto, para lo que sirvió.
En cambio Mario, el padre de Juancito y Miriam, de vez en cuando llama al taller y pregunta cómo están. O se junta con Juan en algún bar para verse, y manda guita para Miriam. Además los reconoció, llevan su apellido.
En casa todos, menos Oscarcito, saben a qué me dedico. La vieja no está de acuerdo pero sabe que es inútil que se meta a opinar y me deja tranquila.
Hubo uno en la villa que me quería para casarse. Como futuro de vida no me atraía en lo mínimo. Jesús era un buen tipo, trabajador, pero a juntarme con un pobre albañil prefería seguir en lo mío Cuando se lo dije de frente durante unos días se quedó piola. Después una tarde me encaró cuando yo me iba. Dijo que ya que lo rechazaba se quería acostar conmigo pagando. Le contesté que en la villa no trabajaba, que yo trabajaba en hoteles y que si quería me buscase por Constitución. Nunca vino. Y era verdad: ningún hombre ha entrado a la casilla para encamarse conmigo. Mi familia es sagrada.

CUATRO

Me metí en el puterío porque me salió fácil. Con Leonor, después de los dieciocho, nos avivamos que era una especie de trabajo por cuenta propia. Patrones hay: la cana, los hoteles. Pero cuando se conoce el trabajo no hay muchos problemas. A los borrachos sabemos cómo tratarlos, y sino está el celular para llamar y pedir ayuda. Desde el hotel mandan a alguien que los raja, y de no, los cagan a trompadas.
Yo trabajo con dos hoteles. Tengo que dejar una suma mensual en cada uno, como todas. Con eso arreglan al comisario y listo. A veces cae un patrullero en las paradas y hace como que nos llevan. Al otro día estamos otra vez en la esquina, firmes como rulo de estatua.
Hay que cuidarse: que el forrito por aquí, que el forrito por allá. Con una sonrisa y de buenas maneras pero exigir que se lo coloquen. Todos hacen caso, y el que no chau y gracias.
Indigna cuando nos cuentan de los travas que llevan a la televisión. Los empilchan y los pintan como artistas y todavía los entrevistan. ¿Qué les pasa a los porteños con los travas? ¿son todos putos?
El trabajo en sí es bastante rutinario. No habría gran cosa para contar, y tampoco hace tanto que estoy en esto. Lo más raro que me pasó fue una vez que nos vinieron a buscar dos tipos. Querían cuatro chicas para una fiesta de la Cámara del Automotor o de los concesionarios de autos, o algo parecido.
Era un viernes a la tarde y nos teníamos que presentar a eso de la medianoche. Dejaron una seña y a la hora pactada nos bajamos de un taxi en la calle Lima al trescientos. Nos esperaba uno que nos llevó en ascensor hasta un piso. Había ocho o diez tipos y se veía por los restos de comida y botellas en una mesa que ya habían festejado, aunque no parecían estar muy en pedo.
Dejamos las carteras y enseguida nos pidieron que bailáramos en corpiño y bombacha con ellos. Al ratito apareció uno con una filmadora y empezó a filmar. Quisieron que nos acostáramos en el piso y moviéramos las piernas. Podían tocarnos o besarnos pero nada más. La penetración en una orgía se permite únicamente con forro y allí nadie parecía querer usarlo.
Al rato alguien gritó: ¡Viene Joaquín! Mientras tomábamos algo con las chicas vimos que hacían entrar a un pibe, mogólico, que no tendría ni veinte años, y lo sentaban, en bolas, en un sillón. Después pidieron que nos moviéramos delante de él, provocándolo. El tipo se nos quería abalanzar, pero cada vez que se levantaba lo tomaban de los brazos y lo volvían a sentar. Se desesperaba y pedía que lo dejaran libre para agarrarnos. Mientras tanto todos se reían y se burlaban de sus esfuerzos. ¡Las chicas no te quieren, Joaquín! le decían. Estaba completamente al palo pero no lo dejaban acercarse, cosa que les debíamos agradecer a esos hijos de mil putas. Después de hacerlo desear y burlarse de él durante varios minutos se lo llevaron.
Terminamos la noche chupando y bailando todos desnudos. Ya muy tarde hubo dos que nos llevaron en coche hasta Constitución, donde nos pagaron lo arreglado.

CINCO

La vieja nunca llegó a prostituirse. Los hijos que tuvo con diferentes hombres fueron cosas que le pasaron en su vida. Laburó siempre de doméstica, lo que no tiene nada de malo. Su desgracia fue que con los hombres tuvo el sí fácil. Ahora dice que no quiere saber nada de sexo. Por lo menos un nuevo hermano ya no creo que me dé.
No quiero que Miriam haga la calle. No es para ella. Va a sufrir con las miserias que se ven. Mientras pueda le voy a bancar el estudio y no voy a permitir que se dedique al yiro.
Un sábado al mediodía Juancito trajo a la novia para que la conociéramos. Se acercó a mi cama, me despertó y me pidió que me levantara para presentarla. Se llama Nancy y se quieren juntar pronto. Parece que en la casa de ella les dejarán hacerse una comodidad. -¿Y para cuándo?- pregunté. –Yo entré de cajera en el supermercado el mes pasado-dijo Nancy-así que por ahí en unos meses…
-Ojalá- les dije sinceramente. Además sin Juancito en casa estaríamos más cómodos, pensé, pero no lo dije.
Juancito se casa pronto. Oscarcito va al colegio, Mirian-aunque sin ganas- también. A mí me gustaría largar lo que hago al llegar a los treinta. Conocí dos o tres chicas que encontraron buenos hombres y dejaron la calle. Por Constitución pasan miles de tipos. Puede ser que alguno se enamore de esta gordita teñida y también yo lo presente un día en casa, para avisar que me voy a juntar con él.
Hasta podríamos hacer una fiesta y todo.

miércoles, julio 22, 2009

¿Soy un hombre? Integrante: Beatriz Roman Porcel, Curso: Martes 14.30 a 16.30


Soy un hombre, me lo he formulado una y mil veces. Soy un hombre de pelo en pecho y aventurero ¿Por qué no puedo tomar una decisión tan simple como ésta? ¿Si fuese mujer, como actuaría? Tal vez no pensaría ni un instante y adelante con ello. Pero eso no me tiene que preocupar. Vamos, hombre, adelante, que tiene que ser hoy y no mañana. Agarrá la navaja y afeitate de una buena vez, el bigote.

Las pupilas, Integrante: Alicia Sabella, Curso: Lunes 14.30 a 16.30 hs


Buenos Aires, 1932

Christe audi nos

El silencio del descanso dominical se interrumpe con las campanadas que preanuncian la misa. Los pasillos del convento, iluminados por luces mortecinas se llenan de ecos y susurros. Pasos sigilosos y el roce de los hábitos despiertan a las pupilas que, por decisión paterna, permanecen en el colegio los fines de semana.
Después de las ocho, las muchachas salen de la capilla. Es la hora del desayuno y en el comedor, las recibe el olor a café con leche mezclado con el persistente perfume a incienso. El entrechocar de la vajilla produce disonancias que resuenan en lugares distantes. Entonces se sientan alrededor de la mesa, una novicia lee algo, pero nadie escucha, porque las pupilas, rostros pálidos con ojos tristes se pierden en recuerdos y ensoñaciones, liberándose así del encierro.
A media mañana en sinuosa fila, custodiadas por las monjas, atraviesan el patio, cruzan las verjas y salen del colegio. Caminan por la calle, las manos juntas, los ojos bajos, leves en el andar, casi etéreas a pesar de los gruesos uniformes.
El paseo dominical es un recorrido de pocas cuadras hasta llegar a la iglesia donde las espera un adusto sacerdote, dominador de palabras, que despierta con sus sermones miedos y sobresaltos.

Kyrie eléison

Comienza el descanso dominical y la casa se cierra, pero siguen resonando en la sala las carcajadas de Doña Sarita que prolonga la tertulia con algún cliente demorado. Por los pasillos del prostíbulo iluminados por luces ambarinas, se escuchan ecos de pasos, son las pupilas que aún en ropa interior y dominando el cansancio se van acercando al comedor para desayunar. Las recibe el olor a café mezclado con el penetrante perfume que se agota en los pebeteros.
El entrechocar de la vajilla produce disonancias apenas audibles en el rumor de las charlas. Entonces se sientan alrededor de la mesa, el sonido monocorde de la voz de Doña Sarita se desvanece en el humo del cigarrillo, porque nadie la escucha. Las pupilas, rostros pálidos con ojos tristes, se pierden en recuerdos y ensoñaciones, liberándose así del encierro.
A media mañana ataviadas con trajes de seda, leves en el andar, casi etéreas van subiendo a los coches que las llevarán a pasear por espacios arbolados.
El trote acompasado de los caballos balancea los vehículos y los cascos resuenan en la soledad de las calles.

Amén

El domingo soleado acaricia una ciudad que descansa. Los coches se detienen al llegar a la esquina, un caballo se encabrita, entonces el cochero se baja para acomodar el correaje del animal nervioso.
Una fila de muchachas uniformadas espera para cruzar. Las monjas, perturbadas, agachan la cabeza y aprietan el rosario.
Las pupilas observan el singular cortejo, desde los vehículos las prostitutas ven a las jóvenes que han detenido la marcha.
Por algunos minutos, las miradas se encuentran y se reconocen. Sin gestos, ni palabras se entienden, cada una hace suya la sumisión de la otra. Acostumbradas a la desesperanza acallan las broncas inútiles.
Los carruajes comienzan a moverse. Los caballos sacuden las cabezas en una silente despedida, mientras las pupilas atraviesan la calle.
En el cielo las nubes se apelmazan, bellas en la diversidad de sus formas y matices, pero sin libertad porque el viento las desarma empujándolas hacia destinos diferentes.

viernes, julio 17, 2009

Con los ojos cerrados, Integrante: María Cristina Mastrolonardo, Martes: 14.30 a 16.30 hs.


Aún no despierto del todo, en medio de la noche, aparecen imágenes de un sueño recurrente. Estoy en medio de un gran patio, rodeado de plantas, baldes con ropa, escobas y participo de una reunión familiar, junto a los que ya no están, en sus mejores épocas de juventud. Ahora, el ruido de la calle, el tictac del reloj, el murmullo del ventilador, me desorientan.
Quiero atrapar esa escena, cierro los ojos y procuro dormirme para rescatarla, pero se aleja veloz a medida que trato de recordar. Tendré que aguardar otra noche para alcanzarla.

La enfermera, trae un nuevo día junto con el control de mis funciones antes de que amanezca y concluya su turno de trabajo. La sonrisa amable, los modales suaves son un aliciente para enfrentar lo que resta por vivir. Tal vez, una madrugada llegue hasta mi cama, acerque su rostro al mío, me hable como siempre y yo, sonriéndole también, apoye mis manos sobre sus pechos abundosos. Y aunque reciba su voz contrariada en el reto, me iré de este mundo con ese consuelo.

Textos breves, Integrante: Héctor Guetufian. , Curso: Lunes 17.30 a 19.30 hs.

Sahara

El escorpión se refugia en la roca, el desierto es privilegio del sol, la caravana pasa muy cerca, las patas de los dromedarios parecen remolinos, las pirámides emergen y rompen el cielo, la esfinge descansa, un dromedario se sienta y parece una esfinge, el escorpión sale de la roca y camina entre las huellas de la caravana, un guía bebe agua como si fuese la primera vez, cabeza de hombre cuerpo de león contempla las pirámides, un turista fotografía a la caravana, un avión se pierde en el horizonte de arena, el viento borra las huellas de la caravana, los turistas caminan con dificultad, el escorpión parece una roca.

Escorpión

Viste poner piedra sobre piedra para construir las pirámides, caballero negro que recorres el desierto blanco, tus periplos son temidos por hombres y bestias, la esfinge te mira con recelo, tus delicados pies se hunden en la arena y avanzan constantes, no mutan.

Historia del hallazgo, rescate y salvataje de una monedita de diez centavos, Integrante: Alejandro Daniel Torres, Curso:Martes 14.30 a 16.30 hs


Y esta es la historia de una monedita de diez centavos, la cual pobrecita de no haber sido por mis ágiles ojos y mi vista de lince, que la descubrí transitando la Av. San Juan, el día viernes 22 del corriente, en una de las típicas salidas que realizo con mi perrito “El Pety” (le puse este nombre porque a pesar de ser de la calle, no es muy grande).Bueno, estos son detalles mínimos que no hacen a la cuestión.
Volviendo al principio de esta historia, descubrí esta monedita de diez centavos gracias al brillo del sol que realizó una especie de destello ¿qué era eso que estaba brillando?
Acto seguido, detengo mi marcha, inclino mi cintura y me llevo la sorpresa de que era una pequeña monedita de diez centavos, un poco machucada por todas las veces que le habrán pasado por encima, tantos autos, colectivos, motos, camiones de basura, transportes escolares, hasta que pasé y la rescaté de convertirse en chatarra.
Y así como Bart Simpson tiene su gorra de la suerte, yo a la monedita que me encontré, la voy a considerar como mi moneda de la suerte.

Obsesión, Integrante: Adriana Páez Montero, Curso: Lunes 17.30 a 19.30 hs.


Acordate de regarla todos los días un poquito. No la pongas al lado de la ventana, por los golpes de aire, ni cerca del televisor, por las ondas. No fumes en el living, sacala al balcón a la hora del sol. No le pongas abono, de eso me ocupo yo. Vuelvo en una semana.
Todas las recomendaciones de ella al irse unos días fuera de la ciudad, le molestaron. ¿Qué era tanta preocupación por la plantita? Desde que la trajo al departamento, poco después de haberse ido a vivir juntos, le dedicó tiempo, trabajo y esfuerzos. Tanto, que él se sintió dejado de lado. Y ahora, al irse, parecía que era lo único que le interesaba.
En cuanto oyó que el ascensor se cerraba abrió las ventanas, encendió un cigarrillo, puso en funcionamiento el televisor y decidió no ocuparse para nada de la plantita. Pero no pudo, al día siguiente notó algo raro. Las ramas habían crecido y, no sabía bien por qué, tenían un aspecto amenazador. Se sentó en el sillón de enfrente y comenzó a observarla. Vio como los tallos y las hojas se extendían e iban invadiendo poco a poco el piso del living, se acercaban a él y comenzaban a trepar, primero por una pierna, luego por el cuerpo hasta llegar a los brazos y los aprisionaban, se enroscaban en su pecho y subían hasta la garganta. Todos sus movimientos, inútiles. Trató, con todas sus fuerzas de deshacerse de ese abrazo vegetal. Tironeaba, pateaba, intentaba desprenderse, salir corriendo hacia el dormitorio, cerrar la puerta y ponerse a salvo de esa fuerza verde que lo inmovilizaba. Se sintió acorralado y un miedo sordo le nubló los ojos.
Un grito ahogado, interrumpido por las hojas que le impedían respirar. No puede seguir luchando, las fuerzas lo abandonan, se entrega, piensa que se le va la vida.

Cuando la mujer llega y abre la puerta del departamento encuentra al hombre acurrucado y temblando en un rincón. La expresión de terror y la mirada extraviada, se dirigen hacia la maceta. Y la plantita está allí, un poco marchita por la falta de riego pero igual que cuando ella se fue.

La hoja distinta, Integrante: Hada Lekini, Curso: Martes de 14.30 a 16.30 hs

En mi diaria caminata, se me ocurrió cambiar el rumbo, ya que hacía muchos días mis pies pisaban las misma baldosas; entonces decidí ir al parque y disfrutar la tibieza del sol, el canto de los pájaros, el perfume de las flores silvestres. Después de una hora, tiempo que dura mi rutina, empezó una suave brisa que fue lentamente creciendo, provocando una lluvia de hojas muertas que alfombró el césped del parque. Pero casualmente encontré una, diferente de las otras, que empujada por el viento se posó en mi pecho como buscando protección, la tomé en mis manos, la miré, la acaricié y le dije: yo también estoy perdiendo el color y tengo miedo del viento.
La puse junto a sus compañeras y me marché pensando no sé en qué cosas.

Sin título, Alejandro Crimi, Curso: Lunes 17.30 a 19.30 hs


Le pedí a mamá que lo trajera al aeropuerto. En la puerta seis, le dije. La luz blanca del hall empardaba todo, se metía en los rostros anónimos, en los murmullos abiertos, en las pequeñas búsquedas de perfiles conocidos.
Estaba inquieto, compré el diario sin querer. Leí los títulos y lo tiré, un amasijo de papel y tinta. Como los recuerdos, aplastados, amontonados contra la primera página del documento, contra las primeras canas que empezaban a clarear.
Miré el reloj, como si pudiera hacer fuerza para que los minutos pasen. Para que dejen arbitrariamente de estirarse. Y entonces los ví entrar. Mamá lo traía colgando de la mano. Se detuvieron en un puesto, ella sacó un billete arrugado y le compró un globo rojo. El sonrió un poco y dejó la sonrisa pegada, embadurnada de caramelo.
Ella tenía puesto el vestido azul. El de las tardes de domingo y sol en Plaza Francia. La boca flexible empezaba a alargarse en una sonrisa cortada por el llanto, apenas me vió. Papá estaba hundido hacia fuera. Esa fue la impresión. Supe que era él. Reconocí el perfil, el halo autoritario de su figura. El resto era la enfermedad desnuda metida en su cuerpo, en su mano arrugada sosteniendo el globo.
La miré a Mamá, ví mi figura reflejada en sus ojos. La abracé y con ella a la colonia de siempre. La de los besos mansos en las tardes de abril. Lloramos juntos ella y yo. Papá no me reconoció. Sonrió y jugó ausente con el globo. Ella me volvió a abrazar.Cada vez está peor dijo sobre mi oído. Lo malo (extendió los brazos para decirlo), es que no lo mata, sólo lo aleja cada vez más. Se puso triste en silencio y guardó todo en el bollo del pañuelo. En la saliva amarga que descendió hasta el estómago.
Él se alejó hasta el ventanal, dio largos y ruidosos pasos imitando el motor de un avión. Me acerqué a su lado y le hablé, le extendí la mano y caminamos juntos. La sonrisa plegada, blanda, vieja entre la baba del caramelo. Papá le dije y no reaccionó. Le toqué el hombro y volvió a desnudar la boca.
Nos enfrentamos de golpe, nos asombramos, Papá y yo, cruzamos la vista a través del globo rojo. Me detuve en su mirada, la misma que tenía cuando me fui. Te quiero hijo, dijo o creí que su boca se armaba para decírmelo. Y enseguida el globo se le escapó de las manos y volvió a tener la vista sucia, parda.
Al final, anunciaron mi vuelo, los abracé, los dejé ir. Mamá forzó la mueca conteniendo el llanto. Metió toda la tristeza en el borde de los ojos. Él rió y gritó ausente, dio algunos saltos y se reunió con ella, que le acarició el pelo como lo hacía conmigo. Estuve a punto de embarcar. Pero volví corriendo al pasillo. Me detuve en el puesto y compré cuatro o cinco globos de todos los colores. Quizá papá pudiera decirme algo que nunca me dijo.