miércoles, julio 22, 2009
Las pupilas, Integrante: Alicia Sabella, Curso: Lunes 14.30 a 16.30 hs
Buenos Aires, 1932
Christe audi nos
El silencio del descanso dominical se interrumpe con las campanadas que preanuncian la misa. Los pasillos del convento, iluminados por luces mortecinas se llenan de ecos y susurros. Pasos sigilosos y el roce de los hábitos despiertan a las pupilas que, por decisión paterna, permanecen en el colegio los fines de semana.
Después de las ocho, las muchachas salen de la capilla. Es la hora del desayuno y en el comedor, las recibe el olor a café con leche mezclado con el persistente perfume a incienso. El entrechocar de la vajilla produce disonancias que resuenan en lugares distantes. Entonces se sientan alrededor de la mesa, una novicia lee algo, pero nadie escucha, porque las pupilas, rostros pálidos con ojos tristes se pierden en recuerdos y ensoñaciones, liberándose así del encierro.
A media mañana en sinuosa fila, custodiadas por las monjas, atraviesan el patio, cruzan las verjas y salen del colegio. Caminan por la calle, las manos juntas, los ojos bajos, leves en el andar, casi etéreas a pesar de los gruesos uniformes.
El paseo dominical es un recorrido de pocas cuadras hasta llegar a la iglesia donde las espera un adusto sacerdote, dominador de palabras, que despierta con sus sermones miedos y sobresaltos.
Kyrie eléison
Comienza el descanso dominical y la casa se cierra, pero siguen resonando en la sala las carcajadas de Doña Sarita que prolonga la tertulia con algún cliente demorado. Por los pasillos del prostíbulo iluminados por luces ambarinas, se escuchan ecos de pasos, son las pupilas que aún en ropa interior y dominando el cansancio se van acercando al comedor para desayunar. Las recibe el olor a café mezclado con el penetrante perfume que se agota en los pebeteros.
El entrechocar de la vajilla produce disonancias apenas audibles en el rumor de las charlas. Entonces se sientan alrededor de la mesa, el sonido monocorde de la voz de Doña Sarita se desvanece en el humo del cigarrillo, porque nadie la escucha. Las pupilas, rostros pálidos con ojos tristes, se pierden en recuerdos y ensoñaciones, liberándose así del encierro.
A media mañana ataviadas con trajes de seda, leves en el andar, casi etéreas van subiendo a los coches que las llevarán a pasear por espacios arbolados.
El trote acompasado de los caballos balancea los vehículos y los cascos resuenan en la soledad de las calles.
Amén
El domingo soleado acaricia una ciudad que descansa. Los coches se detienen al llegar a la esquina, un caballo se encabrita, entonces el cochero se baja para acomodar el correaje del animal nervioso.
Una fila de muchachas uniformadas espera para cruzar. Las monjas, perturbadas, agachan la cabeza y aprietan el rosario.
Las pupilas observan el singular cortejo, desde los vehículos las prostitutas ven a las jóvenes que han detenido la marcha.
Por algunos minutos, las miradas se encuentran y se reconocen. Sin gestos, ni palabras se entienden, cada una hace suya la sumisión de la otra. Acostumbradas a la desesperanza acallan las broncas inútiles.
Los carruajes comienzan a moverse. Los caballos sacuden las cabezas en una silente despedida, mientras las pupilas atraviesan la calle.
En el cielo las nubes se apelmazan, bellas en la diversidad de sus formas y matices, pero sin libertad porque el viento las desarma empujándolas hacia destinos diferentes.
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