miércoles, abril 28, 2010

La guillotina, Silvia Fabiani, Lunes 14 a 16 hs.


El verdugo acomodó el cuerpo del reo.
Las palabras sonaron en el aire, por favor sea breve. Siempre estiraba el momento
Se agachó para confirmar lo que había escuchado.
Si era cierto, sintió lástima por él y por primera vez se conmovió
Esta vez sería diferente
Se acomodó el chaleco, ajustó su cinturón y levantando la filosa hoja
la lanzó hacia abajo.
El estruendo de la cabeza al rodar sobre la tarima de madera, lo enfureció.
Por favor sea breve sonaría por siempre en sus oídos.

lunes, abril 26, 2010

Y no pudo, Beatriz López Siritto, Curso: miércoles de 17:30 a 19:30 hs.

Por favor sea breve, dijo-. Y es así que no supo como empezar a contar que le había clavado el cuchillo en la garganta. y llevó su mano ligeraramente hacia su rostro ensombrecido por el dolor.
Sentía frío y al mismo tiempo un sudor tibio.
Por favor sea breve, dijo-. Las palabras se anudaron en su paladar sin poder abrir paso hacia esa boca herméticamente cerrada.
Con las uñas como garras fue descascarando cada lágrima amarrada al costado de sus pómulos.
Y pensando en eso de la brevedad que se repetía constantemente no pudo explicar porqué la había matado.

viernes, abril 23, 2010

Haydeé Santoro, Paz, Curso: Martes de 14 a 16 hs

Apresurada pero muy insegura bajó al acantilado. Observó su entorno y se dirigió hacia un rellano, tomó el cofre que guardaba en su mochila y muy nerviosa lo arrojó al mar. En el descenso rozó con una piedra, quedando allí. Bajó unos pasos, lo levantó muy molesta y esperó una gran ola que avanzaba. Repitió el movimiento, lo lanzó bruscamente y lo vio partir. Giró y con tranquilidad, se retiró del lugar.

Por favor, sea breve, Alba Gloria Shand, Curso: Miércoles de 17.30 a 19.30 hs.

Muerte del sol

Por favor, sea breve. la sombra se acerca. Todo parece perturbarse.
Nos acecha un halo de oscuridad.
Ya no queda luz.
Las fantasmales figuras desaparecen y el sol se esconde en el horizonte.

Nostalgia

Por favor, sea breve, necesito entrar. Las ganas me invaden profundamente. Necesito escuchar su voz y, sólo existe esta cabina telefónica.

Las gárgolas

La calle solitaria y oscura. Una sombra se oculta de mi vista.
El silencio perturbado por un movimiento sórdido, seco.
Aunque resulte extraño, las gárgolas petrificadas parecen sonreir y me bañan con su agua fresca.

Oro

El sol aprieta con su calor. La vista dudosa, no distingue el horizonte. En busca del oro, el cuerpo doblado, sujeta con fuerza y zarandea la paila. Cuando, entre la arena, aparece el precioso metal, los ojos brillan y el alma grita.

jueves, abril 22, 2010

Adrián Heller, Por favor sea breve, Curso: Jueves 16.30 a 18.30 hs.


Por favor sea breve y  guarde silencio dice el cartel del hospital mal deletreado.
Por favor sea breve y humano, o su brevedad será castigada .
Por favor sea breve si no desea ser olvidado.
Por favor sea breve si su dicotomía lo enloquece.
Por favor sea breve si su trono es su perdición.
Por favor sea breve o su castigo será brevemente abreviado

Cazar al niño, Jacques Prevert, Traducción María del Carmen Cerezal, Martes de 14 a 16 hs

Bandido, granuja ladrón, malvado
por sobre la isla se ven los pájaros
alrededor de la isla hay agua
Bandido, granuja ladrón, malvado
Qué son esos aullidos

Es la jauría de los honestos
que van a la caza del niño.
El dijo: estoy harto del reformatorio
y de los guardianes que a golpes de llave
me partieron los dientes
y después me dejaron tirado sobre el cemento
Bandido, granuja ladrón, malvado
Ahora él se salvó
y como bestia acorralada
galopa en la noche
y todos galopan detrás
los gendarmes, los turistas, los rentistas, los artistas
Bandido, granuja ladrón, malvado
Es la jauría de los honestos

Pablo Borreani, Por favor, sea breve, Curso: Miércoles de 17.30 a 19.30 hs.

“Por favor, sea breve”, dijo el sordo al mudo quién parecía querer responder. Este sacó de su bolsillo una libreta en la que escribió una oración, arrancó la hoja y se la dejó frente al ciego para que la leyera; pasaron varios minutos y el sordo volvió a repetir: “Por favor, sea breve”, el mudo parecía querer responder y frente al ciego se irían acumulando infinitos papeles.


“Por favor, sea breve”, dijo el comisario al agente quién sacó de su cartuchera el arma reglamentaria, y de dos tiros certeros, dio por finalizado el interrogatorio.


“Por favor, sea breve”, dijo apresurando el interrogatorio del que se acababa de despertar; a lo que este preguntó: “¿Hace mucho que usted está aquí?”
“¡Claro que sí!, ahora vuélvase a dormir”, respondió el dinosaurio y apagó la luz.

Por favor, sea breve - dijo con firmeza. El plato,grande, el caldo sudoroso. Las verduras cortadas giraban sobre sí mismas sobre las burbujas de la sopa. A través de los lentes empañados, notó la mirada que se clavaba sobre su mano que subía con torpeza la cuchara colmada. Abrió la boca y cerró los ojos. El metal de la cuchara se sintió de inmediato. Aguantó las lágrimas. La madre, orgullosa de tener una hija tan obediente.

Pablo Borreani, Ciudad Imaginaria, Curso: Miércoles de 17.30 a 19.30 hs.


Corría sobre el asfalto de la avenida desierta; entre sombras que lo acosaban deambulando frente a sus ojos. Por detrás, trataba de darle alcance la oscuridad que todo lo deglutía a su paso. Los edificios ondulaban hasta que sus estructuras cedían por la presión de ríos formados de lluvias densas. En cada esquina se erguía una figura de ella –sin rostro-, y en cada esquina esa misma figura se volvía sombra que lo acosaba frente a sus ojos. Cada nuevo latido de su corazón más fuerte y rápido que el anterior. Esa violencia cardíaca, igualada por la velocidad con que los árboles –a los costados de la avenida, sobre la acera-, emergían hasta alcanzar alturas que rozaban el cielo. Algunas ramas se deslizaban hasta su cuello, intentando ahorcarlo; otras se enredaban en sus zapatos gastados de tanto correr. El pecho parecía estallarle; hubiese deseado encontrar a alguien para pedirle ayuda. Sus piernas pesadas se hundían en cada zancada, más y más. El cielo deliraba entre luces de aurora boreal y soles de verano que le chamuscaban los pelos de la cabeza, sin embargo el perfume que percibía era el de su amada. –Ah, Victoria ¿Por qué? –balbuceaba y las lágrimas alfombraban el suelo.
            En la avenida parecía vislumbrarse un final, una luz que iba en aumento. Sobre los edificios se distinguían las primeras puertas; primero cerradas, luego abiertas, y más adelante con sujetos que lo invitaban a quedarse. Él estaba agotado, el estómago se le agarrotaba; la luz que tenía enfrente, sobre el horizonte, iría tomando la forma de su amada, y de sus labios se oían susurros: “Ignacio, ¿Por qué? ¿Por qué?”
            La oscuridad le desgarró la ropa; desnudo, dejaba de sentir el ambiente de la ciudad. Frenó su carrera, y cuando la oscuridad parecía envolverlo por completo, las manos de Victoria se esforzaron para sacarlo de la bañera repleta de agua con sales minerales. Mientras ella acariciaba los cabellos empapados, las pastillas que no fueron digeridas por Ignacio se le acercaban brillando en la penumbra del baño.

Adriana Paéz Montero, El garbanzo peligroso, Curso: Miércoles de 17.30 a 19.30 hs.

Doña Sinfonía estaba separando garbanzos y cayó uno bajo la mesa. Hizo KEC y despertó a la pulga que vivía sobre el gato. La pulga enojada gritó SIC y pico al gato que maullando MIAU salió corriendo y atropelló al loro. El loro saltó por el aire gritando POBRE PEDRITO POBRE PEDRITO y fue a dar sobre la tortuga junto a la mecedora de la abuela. La tortuga hizo CHUC y dio un salto que asustó a la abuela que clamó VALGAME DIOS; y empezó a mover la mecedora que pisó la cola del perro que dormitaba. GUAU ladró el perro y pegó un brinco que hizo caer un florero que estaba en una mesita. El florero hizo CRACH estrellándose en el suelo después que una lluvia de flores mojó al garbanzo, a la pulga, al gato, al loro, a la tortuga, a la abuela y al perro.
¿Qué pasa aquí? - preguntó Doña Sinfonía que se levantó taconeando TOC, TOC, TOC - ¿Qué son esos ruidos?
KEC dijo el garbanzo; SIC, la pulga; MIAU, el gato; POBRE PEDRITO, POBRE PEDRITO, el loro; CHUC, la tortuga; VALGAME DIOS, la abuela; GUAU, el perro; CRASH, el florero y TOC TOC TOC Doña Sinfonía que fue a separar garbanzos y uno cayó bajo la mesa.

jueves, abril 15, 2010

Fiaca viajera, María del Carmen Cerezal. Curso: martes de 14 a 16


Ni bañarme. No tengo tiempo ni ganas. Jean. Jean y zapatillas. Remera.
Eso. Ahora sí. Ahora soy yo.
No. La cama no. Brisky se quedaba en la cama, jugando a los convoys. No. Yo voy a ir más lejos. La mía es una fiaca viajera, aventurera, descubridora de nuevos horizontes! ¡Seré el trekiefiaquero que llega a dónde nadie llegó jamás! ¡El Colón de la fiaca, que arriba a la tierra soñada por una ruta ignota, aún equivocándose!¡A mí todos mis sueños postergados! Porque ésta no es una fiaca incidental. Es vieja, tan vieja que le cuesta incorporarse. Está entumecida, dolorida de tanto estar agazapada. Pero al final, la pordiosera, la excluida, toma su último impulso y pega el salto del puma cebado y zàs! se me incorpora para siempre, me posee al fin!
Tomaré un tren cualquiera como el Doctor Maradona y a bajar donde se me cante.¡Que la vida me busque a mí!
Pensar todo lo que me disparó esa vieja película que pasaron anoche…

Este es el tren. No se adonde va. Tengo mi mochila y unos pocos pesos. Pero ahora descubrí que en el fondofondo de mi también queda algo semejante a un resto de esperanza y me siento como el hambriento que raspa con fruición las sobras pegadas a la olla, sin importarle si están o no quemadas. Sólo piensa en su hambre. Y yo también. Porque esta fiaca me despertó hambre de mí. Por primera vez.
Hay pocos pasajeros en este vagón. Algunos miran por la ventanilla, expectantes.
Otros dormitan y hay a quienes se les escapa una sonrisa beatífica.
No se porque, pero los siento cómplices. Hermanos en fiaca. Miembros de la más secreta de las cofradías.
Nadie habla. Sólo las miradas reconocen al semejante.
Algunos parecen asustados, pero ninguno desiste.
Esperan.
Largamente esperan.

No hay guarda.
El tren se detiene y todos sabemos que es la meta.
Bajamos.
Nadie se mira, como si cada uno se dirigiera hipnotizado a un `punto fijo del que no puede o no quiere apartarse, su compartimento estanco.
Sólo nosotros,- si pudiera aplicársenos ese colectivo a este hato de soledades- quedamos un momento en el andén.,
Un momento que dura siglos porque la vía divide en dos al pueblo a descubrir.
El dilema es clarísimo: cruzar o no cruzar?
¿En cuál de los dos lados morará la pasión?

Dos masculinos, Carlos Merlino. Curso: Lunes de 14 a 16

Iba caminando por Córdoba hacia el bajo. Era una tarde de fin de verano, con un sol fuerte, que todavía exigía anteojos oscuros.

Crucé la interminable anchura de la Nueve de Julio y antes de hacer los primeros metros de la siguiente cuadra me dí cuenta que en la esquina, al llegar a Suipacha, ocurría algo.

No soy afecto a las aglomeraciones. Las marchas de piqueteros, gremiales y cualquier reclamo me motivan a abrirme, a apartarme en búsqueda de cierta tranquilidad en mi camino. Tampoco me acerco cuando sospecho un accidente. Soy impresionable y varios días después me acuerdo si vi sangre derramada.

Pero esa vez cierto automatismo, cierta inercia inevitable dirigió mis pasos hacia la acumulación de personas que miraban todas hacia un punto determinado.

A medida que me acercaba a Suipacha fui comprendiendo. Dos patrulleros de la policía con las puertas abiertas y las luces del techo girando estaban colocados como barricadas en la intersección con Córdoba. Una especie de “no pasarás” rotundo y categórico ante el intento de huída de alguien.

Al llegar a la esquina y pedir permiso para tener un panorama de lo que pasaba, me di cuenta de que nadie se iba a poder escapar. Seis o siete policías, algunos con armas largas, rodeaban a dos tipos que estaban acostados boca abajo sobre la vereda de Suipacha, con los brazos a la espalda, esposados, y las cabezas cubiertas por sus remeras.

Obviamente el tránsito estaba cortado en las dos calles, y dos uniformados que interrogaban a los que parecían testigos anotaban sus dichos en carpetas.

-¿Qué pasó?- pregunté a uno a mi lado. –Asaltaron una escribanía pero parece que pudieron avisar al novecientos once y los agarraron cuando salían- me dijo. --- Lástima que mañana están otra vez en la calle. Habría que matarlos a todos –agregó. –No es para tanto-, dije, o pensé, ya no me acuerdo.

Me quedé un poco más a ver cómo terminaba. La policía parecía no tener apuro en llevarse a los chorros, y de a poco los grupos de curiosos se disgregaban. Al rato, cuando ya me aburría de esperar e iba a seguir camino, los canas ayudaron a levantarse a los tipos –que a efectos de las capuchas no veían nada- y los guiaron hacia los coches. Ahí les bajaron a la fuerza las cabezas y los metieron en el asiento trasero. Subieron también los policías, menos uno que quedó parado a la puerta del edificio asaltado. Los patrulleros, con toda su parafernalia de luces girantes y ulular de sirenas, enfilaron por Córdoba hacia su destino.

De a poco, las calles fueron tomando su enloquecida normalidad diaria y los curiosos que quedábamos nos fuimos desperdigando. Autos, colectivos y motos volvieron a cruzar por sus carriles. Cinco minutos después allí no había pasado nada.

La barra, Leonardo Fernández. Curso Lunes de 17.30 a 19.30


— Carlitos…,avisale a José que faltan trapos y una media, que no se haga el opa y le choree a la vieja porque si no,  no hay fulbo.
Y allá parte Carlitos con la orden de Manucho el jefe de la barra, éste con dos años más y la habilidad de transformar papel y trapos en una pelota tenía la admiración y el respeto de todos.
El colorado era increíble, de físico grande para sus trece años, con su pelo hirsuto siempre despeinado tenía una mirada azul que cortaba cualquier discusión. No buscaba pendencia ni se  metía en líos, pero las veces que lo buscaron lo encontraron dispuesto y sin arrugar nunca.
—  Coco, como tarda este salamín, fijate si viene.
— Si recién salió, no tiene bici para ir más rápido y son seis cuadras, son.
— Vos siempre lo defendés, se ve que te gusta la hermana gilún.
— No es cierto, la Rosita no me gusta, tiene los dientes chuecos y no te deja copiar en las pruebas.
— Mejor sería que estudiaras, así no tenés que hacer machetes, cada vez que te veo estás todo escribido con la pluma cucharita.
— Bueno che finishela, al fin y al cabo no repetí nunca. Mirá viene Carlitos, y parece jaboneado.
El mensajero llega transpirado por la carrera y con la cara desencajada.
— No saben lo que pasó muchachos, estábamos en el conventillo y en el momento que yo lo tapaba al José en el piletón, para que pudiera afanar algunos trapos y alguna media, el salame se equivocó de tacho y le estaba metiendo mano a la ropa del tano Antonio.
— Justo con el tano chinchudo se fue a meter.
— Pará, pará, apareció de golpe, no me dio tiempo a avisarle y de refilón me comí un squiafo, pero el que la pasó peor fue Josesito que se ligó un bruto cazote y encima lo sentó en el piletón lleno de agua.
— Parece que se enojó en serio. ¿Y después?
— Yo rajé pero vi que lo llevaba de la oreja a la pieza de la madre.
— Este tano es una fiera, siempre encuentra la manera de arrimarse a la viuda - comenta Manucho.
— Vos siempre con la maldad, la cuestión que nos quedamos sin pelota y sin fulbo.
— No te calenté, alcanza para una chica, pero no hay que mojarla porque si se moja, chau, tiene mucho papel y poco trapo.
La barra se queda conversando en la esquina y deciden jugar al hoyo pelota para preservarla.
En el conventillo, don Antonio golpea la puerta de María, la gallega viuda del hielero, al abrir se encuentra con Josesito zapateando en el aire mojado y sostenido de una oreja por su enojado vecino.
— ¡Oiga qué pasa! suelte al nene quiere. Qué le ha picado, mire como tiene la oreja.
— La orequia se la teniva que traere en una bandeca señora, cuesto delincuente me estabano caloteando lo calzoncillo batarace que teniba al piletone.
— Bueno, tanto lío, por una travesura de pibe, a la final si le llevaba el calzoncillo le hacía un favor, si no lo lavaba nunca.
— Cosa diche doña Maria si e yusto el nuevo, el que usé toda la setimana pasada, ademá lo querían para hacerlo balone y cagarlo a patadas.
— Josesito ¿es cierto lo que dice don Antonio? pídale perdón ahora mismo por el disgusto y vaya para adentro.
El pibe rezongando se disculpa y los deja mientras se frota la oreja. La viuda trata amablemente de quitarle importancia al incidente  y don Antonio va amainando en su calentura.
— Mire, el chico es travieso pero a usted le tiene mucho respeto Antonino.
— Si fuera ico mío, andaría derechito, derechito, pero osté no tiene la culpa, está solita y e difichile sin el suo marito.
— Me alegra que me comprenda, son tiempos muy malos para una mujer sin hombre, ¿que puede una esperar?
— E sí, il huomo non la pasa mecore, e triste vivire solo, fare la comida, lavare lo calzoncillo, e
Laborare al puerto doce hora a la estiba, dopo dormire solo, e si e difichile.
— Usted tiene suerte, es soltero y sin compromiso, en cambio yo, viuda y con un hijo no tengo futuro.
El tano agarra al vuelo la intención y se apoya en el marco de la puerta en actitud ganadora.
— Non crea doña Maria osté tiene a Cosesito que e muy respetuoso y bien educado, e osté e una molle muy trabacadora y molto simpática e además linda come una madona.
— Que cosas dice Antonino, mire si lo escucha la polaca de la pieza ocho. ¿Que le parece si tomamos unos mates así se le pasa la bronca?
Don Antonio acepta encantado y al entrar se tropieza con la presencia de Josesito, sorprendido, mira a doña Maria con gesto cómplice, ésta solo encoje los hombros.
— ¿Me permete doña Maria?
— Lo que guste Antonino.
— Cosesito… io te perdono, va vía presto con il bandido de Manucho e la tua barra, dopo si se portano bien te prometo un balone de goma así non afanan ma calzoncillo a nenguno. Palabra
de Antonio Malatesta ¿capito?.

Tormenta y Cortesía, Blanca Topet, Curso: Lunes de 14 a 16

El sabía que Bea realizaba la sacrosanta dieta con evidentes adelantos. Por esos días ella abría tan poco la boca, tanto, como otros varios que ya ni le hablaba. Tampoco surgía ninguna pelea habitual.
Fue cuando, para atraer su atención, Raven arremetió vuelta tras vuelta por el living cerca de ella, aunque esto apenas alcanzó para que cambiara de posición y prosiguiera su lectura.
Entonces él aumentó con la frecuencia, el ritmo, hasta el intolerante umbral de cualquier paciencia, y Bea abandonó el libro en su falda y lo miró.
Esa mirada oblicua fija en ella, le indicaba algo que no entendió ni entendería en ese momento, por qué sin más, vino aquello que le estaba reservado, una andanada de coloreadas golosinas en forma de lluvia que le cayeron de la cabeza a los pies.
Sin tiempo de reaccionar a la primera, recibió una nueva descarga, lo cual evidenciaba claramente un reclamo pendiente y silencioso.
Sin conmoverse esta vez por Raven –que quizá se sintiera abandonado- tomó el ataque, por ataque, ya que él consecuentemente se surtía de nuevo para tirárselo con simbólica cortesía; entonces Bea, olvidando la idea del posible niño rencoroso, se ocupó laboriosamente en arrojar por la ventana todo aquello que venía cada vez , como también por el momento, sus propósitos de amor
Ya al día siguiente, suspiró hondo al ver los despanzurrados chocolates y brillantes paquetitos derritiéndose al sol, que la obligaban a un repaso sincero de lo ocurrido.