jueves, julio 23, 2009

Sin título, Integrante:Alejandro Crimi, Curso: Lunes 17.30 a 19.30 hs


A veces parece que los recuerdos no son míos. Que los tomo de alguien más y me los pongo encima. Los deshago y los vuelvo a hacer sobre un borde pelado de mi memoria.
Ahora me remito a los cinco años o quizás me haya impuesto esa edad arbitrariamente. Cuando la conocí, no llegaba a la mesa (puedo asegurarlo). Tuve que alejarme para verla y con el envión tropecé con una silla quejosa de mimbre. No me importó. Me puse en puntas de pie y ahí estaba. Asomando el cogote negro y brillante, como si estuviera lustrado. Erguida entre el pan y el humo ligero de la sopa.
Me lavé las manos antes que mamá lo pidiera y gané una sonrisa de aprobación. Con algo de esfuerzo me senté y entonces la pude ver completa. Me sorprendió la suave curva del lomo, la dura luz oscura, comparada con las servilletas y los platos hondos.
Escuché de fondo como mi abuelo empezaba a cantar la sopa. Y aún así esos silbidos opacos la hacían más bella, única.
La abuela me sirvió, yo metí los dedos en el plato por no mirar, pero fue una quemazón dulce. Todo un hombrecito (dijo mamá) y mi hermana aprovechó para decir algo que a mí no me importó.
Vacié el plato enseguida. A tiempo para ver como el abuelo la destapaba. Juro haber escuchado el canto de algunos grillos. Y una punta de burbujas brillantes, reventando ruidosas contra el mantel. Entonces las letras blancas del lomo se iluminaron por el contraste. “Coca Cola” leí o supe que eso decía y agarré la tapita por el filo. Un pequeño gato de chapa pensé y dejé que me marcara un poco la piel.
Esperé todo el almuerzo, pero mamá me sirvió agua de compota. La tomé de un solo trago y volví a esperar.
Las mujeres empezaron a levantar la mesa y yo me quedé con el vaso vacío algún tiempo más, hasta que también se lo llevaron. Ella quedó un momento sola entre las servilletas y las migas del pan. Ahora tenía el cuello casi transparente pero aún así no perdía nada de su belleza. Entonces la toque por primera vez. La panza apenas fría y húmeda. Dejé que mis dedos dibujaran el contorno y la imaginé entre mis manos, con la inclinación perfecta para que me inundara la boca, la garganta. La abuela me sostuvo la mano que todavía estaba sobre la botella, sonrió y dijo algo en italiano, que no entendí. Al final se la llevó y hasta la heladera festejó, eso creo, porque encendió la luz más fuerte. Yo me quedé esperando, hasta me dormí en la mesa, soñando su color, su perfume y las burbujas encendidas en la punta de la lengua.

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