La puerta abierta, la plaza desierta bajo una llovizna fina que no moja mostraba en su camino el reflejo de las baldosas rojas brillando a su paso.
Estaba solo en esa cita inexplicable.
Jamás había pensado en una tarde gris; daba igual. Justo en este día el mástil, añorando los colores de su bandera y la calida mirada de los niños mostraba su desnuda soledad, se acercó a el y apoyó su mano en el hierro frío e inexpresivo que se llevó su calor para siempre. Giró la vista y al costado, el recuerdo de su infancia estaba allí; en los juegos inmóviles. El silencio sin música de la calesita y el caballo blanco preferido lo hicieron vacilar por un instante.
La mirada de Gardel y su sonrisa de cara a la calle Cochabamba, y la tristeza de los indigentes bajo la autopista a solo algunos metros, son
imágenes muy fuertes que querría conservar y no podrá.
Le parece escuchar el rumor del último partido en el centro de jubilados. Una idea le viene a la cabeza y aflora una sonrisa triste.
Salta la valla que lo separa de la calesita, acaricia el caballo blanco como acariciando los recuerdos y la tos seca le mancha los labios.
Elige un pequeño autito azul se sienta y cierra los ojos; ha decidido que sea allí.
El día siguiente amaneció con sol, los niños extrañaron la música de la calesita.
1 comentario:
Muy buen relato del final de una vida, felicitaciones Leonardo.
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