domingo, octubre 10, 2010

El autito azul, Leonardo Fernández

La puerta abierta, la plaza desierta bajo una llovizna fina que no moja mostraba en su camino el reflejo de las baldosas rojas brillando a su paso.
Estaba solo en esa cita inexplicable.
Jamás había pensado en una tarde gris; daba igual.  Justo en este día el mástil, añorando los colores de su bandera y la calida mirada de los niños mostraba su desnuda soledad, se acercó a el y apoyó su mano en el hierro frío e inexpresivo que se llevó su calor para siempre. Giró la vista y al costado, el recuerdo de su infancia estaba allí; en los juegos inmóviles.  El silencio sin música de la calesita y el caballo blanco preferido lo hicieron vacilar por un instante.
La mirada de Gardel y su sonrisa de cara a la calle Cochabamba, y  la tristeza de los indigentes bajo la autopista a solo algunos metros, son
imágenes muy fuertes que querría conservar y no podrá.
Le parece escuchar el rumor del último partido en el centro de jubilados.  Una idea le viene a la cabeza y aflora una sonrisa triste.

Salta la valla que lo separa de la calesita, acaricia el caballo blanco como acariciando los recuerdos y la tos seca le mancha los labios.
Elige un pequeño autito azul se sienta y cierra los ojos; ha decidido que sea allí.  
El día siguiente amaneció con sol, los niños extrañaron la música de la calesita.      

1 comentario:

maria cristina dijo...

Muy buen relato del final de una vida, felicitaciones Leonardo.