martes, noviembre 08, 2011

Hermandad Lingüística Panhispánica o, Hablar bien no cuesta un C...Comino, Federico E. Hüttner

     ¡Hola! Me comentaron que el mejor chivito del Uruguay, se come aquí, en “La Pasiva” le dije al mozo para entrar en confianza.
      ¡A la orden!  no le han mentido, respondió con seguridad.
      Es mi primera cena en Montevideo. Cuando llegó el pedido, veo que lo que me servía, distaba mucho de ser lo que deseaba cenar y, le dije levantando algo la voz:
      ¡Que me trajiste macho! Te pedí un chivito y, me traés un lomo completo con papas fritas.
      Disculpe señor, pero no se me ocurrió pensar que usted no conocía a nuestro plato nacional, el mundialmente famoso “Chivito Uruguayo”, del que estamos tratando, con la junta de un millón de firmas, sea considerado por la UNESCO, “Patrimonio gastronómico de la humanidad” Además, si no le gustan las patatas fritas, puedo cambiárselas por boniato.
     ¡Llévese todo! y tráigame el menú, le dije con enfado.
      Lamento decirle señor, que no tenemos menú impreso. Pero puedo recomendarle “Pamplonas” o, unos “Chotos” que se le harán agua en la boca. ¿No los probó? decídase hombre, nunca es tarde.
      No le respondí, pero pensé que le vendrían mucho mejor a su hermana que a mi.
      A ver mozo, si esta vez la pegamos. Tráigame un  buen “Bife de chorizo”
      Supongo que se tratará de un chorizo cortado al medio y estirado con la maza de madera, para luego asarlo, me dijo el mozo.
      ¡Escúcheme! Eso es un “Chorizo mariposa” le respondí.
      El mozo, que a esta altura creo que me estaba “gastando” me preguntó:
      Me han dicho que en Buenos Aires suceden muchas cosas raras, pero que haya chorizos de colores y, que además vuelen, me parece algo exagerado, dijo con una sonrisa socarrona.
      Me estoy poniendo muy nervioso y, eso me produce acidez. Puede traerme algo para mitigar el fuego de mi estómago.
      Por enésima vez, me dijo “A la orden” y que me iba a traer lo más indicado. Una “Conaprole”
      Cuando vi que me servía un vaso de leche, pedí que lo retirara de inmediato.
      No piense que lo confundí con un “Botija”, solo le traje lo más adecuado para su dolencia.
¡Cuantos tiquismiquis señor! Me dijo algo molesto.
No quiero nada más, le dije. Y menos esos “Tiquis…” que vaya a saber uno que son.
      Sin haber probado bocado y curiosamente sin hambre, salí a la calle decidido a volver a mi hotel en la playa de Pocitos, preguntándole a la primera persona que se cruzó en mi camino, donde podía tomar el ómnibus hasta ese lugar. El hombre solícito me contesto, aquí cerca, en la otra cuadra, en la rotonda de la “Plaza Cagancha”. Caminé hacia donde me había indicado y, vaya sorpresa, existía la plaza de tan impúdico nombre.
      No la paso bien, pese a que la gente es amable, pero el idioma es una barrera infranqueable para mi.
      Meditando en la playa de Carrasco, frente al Río de la Plata, que ellos si que valoran y lo denominan “Mar” recordé lo que me ocurrió ni bien desembarque por primera vez en el aeropuerto de “Barajas” en Madrid. En el hall de negocios una persona con acento español me preguntó si  tenía yesca o, en su defecto lumbre. Le respondí  con prudencia, debido a no saber de que se trataba , que yesca no tenía y, que para su segundo pedido, tenía una pequeña linterna en el llavero, por si necesitaba alumbrar algo. Me miró con una mezcla de lástima y desprecio y se alejó. Lo seguí. Paró en un puesto en el que el cartel decía “Estanco”, que no era otra cosa que un kiosco. Allí estaba el hombre de la lumbre, que al pedir un yesquero, le dieron un encendedor.
      Unos metros mas allá en el sector de embarques, un par de hombres hablando en un idioma indescifrable quisieron embarcar, pero sin sus tarjetas. Oigo que desde el puesto de al lado, el empleado le solicita a su colega que los dejen pasar, porque recién “Los habían cogido en el mostrador” contiguo.
      Cuando reembarqué rumbo a Moscú me sentí aliviado. No entender nada es mejor que creer que se entiende todo y, a cada paso encontrar una dificultad.
      Este año, para no tener dificultades idiomáticas que tan mal me ponen  creo que vacacionaré en el no muy elegante “Puerto Piojo” en el Dock Sud,  “El Doque” como le dicen sus habitantes. Ni aquí nomás es todo igual. ¡SOCORRO!

                                                       

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