Cuando la hija llegó a la casa con aquel bebé debilucho y esmirriado, a la Chola se le apretujó el
corazón. Lo puso en sus brazos y le pidió que lo criara.
A fuerza de leche, tapioca y cariño hizo de él un buen chico. Sin
embargo, díscolo por naturaleza, no quería ir a la escuela y pasaba todo el día
en el potrero gastando zapatillas con la pelota.
Una tarde le dijo que se iba, a la abuela le temblaron las piernas
¿Adónde? Le gritó. El joven, parco, huidizo, le contestó que el club lo había
contratado. No satisfecha insistió,¿De qué vas a vivir? Desde la puerta le
respondió. Del fútbol. La Chola ya conocía la soledad, viene con una
congoja que se instala en el pecho y silencios inagotables, lo había aprendido
con cada ausencia.
Mientras freía las últimas empanadas, miró el cielo, amanecía y era
domingo y los domingos acentúan su presencia con colores propios. Terminó de
preparar las canastas y esperó que el vecino pasara con la camioneta y la
llevara a la cancha.
La hinchada, nerviosa, esperaba para entrar. La inmovilidad forzada
irritaba a los muchachos y las expectativas les despertaban hambre, entonces
los bolsillos de la Chola
se llenaban y las canastas quedaban vacías.
Una vez que el estadio se tragaba a la
muchedumbre, las calles dormían la siesta arropadas por la basura. Ella nunca
entendió el fútbol, cuando escuchaba los rumores, los cánticos y los silbidos
intuía, desde afuera lo que pasaba adentro. Si el clamor subía al cielo, no le
cabían dudas que su nieto avanzaba con la pelota y luego un espacio de
silencio, apenas perceptible, como si nadie respirara, después los gritos lo
empujaban al área, el gol reventaba las gargantas y la alegría hacía temblar
las tribunas.
Le hubiera gustado ver al muchacho,
verlo de verdad no como en las revistas o en los diarios, sentarse cerca,
abrazarlo, contarle todo lo que había aprendido y que ella también vivía del
fútbol.
1 comentario:
detrás de las bambalinas... delante de los muros ... gooooool!!!!!!!!!!!!!
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