lunes, octubre 31, 2011

Leyenda del tiempo, Cristina Diez


“Cuando te regalan un reloj,  
te regalan un pequeño 
infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire”Julio  Cortázar

 
En los orígenes, en el Paraíso, el tiempo fue laxo, ilimitado, libre. Punto, curvas o recta infinita, según sus deseos y los del viento que, en aquel paraíso, fue un espíritu travieso y amistoso, por el que el tiempo se dejaba desgranar y amontonar en una danza liviana, sin prisas y con pausas elegidas.
Pero el hombre y la mujer mordieron la manzana, mirándose a los ojos, disfrutaron de la textura ligeramente áspera, de la pulpa dulce y jugosa y fueron condenados a ser mortales. El tiempo-que es justo decirlo- no había probado ni una mísera cáscara del fruto prohibido fue funcional al castigo: lo encerraron en los relojes y, desde entonces, lo custodian con celo cronologías, calendarios, agendas, péndulos, alarmas y vibraciones digitales. Vive medido y no puede demorarse ni mucho menos detenerse. La sentencia lo obliga a repetirse como un autómata y a producir el sonido más trágico de la vida: tic-tac, tic-tac, tic-tac.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen microrrelato

Anónimo dijo...

La idea de un tiempo originario libre es original