Atendí el teléfono.
La voz despreocupada del otro lado no anduvo con vueltas.
- Será según lo
planeado.
- ¿Cuándo?
- Cuando usted haya
recibido la encomienda. Va a encontrar dos sobres. Uno con cuarenta mil euros y
otro con un montón de semillas. Pero tenga cuidado, para tocarlas deberá usa
guantes de látex; son muy peligrosas.
Nunca antes realicé
una operación de esta extraña manera, pero el pago es bueno y aprender algo
distinto me sacaría de lo rutinario. Hace años que lo hago con mucha dedicación
y nada lo tomo como personal; ese enfoque objetivo me hacer ser uno de los
mejores.
- Trato hecho
(contesté deleitado con el desafío).
- De cualquier
manera, no viaje hasta tener el envío. Eso le indicará que el momento ha
llegado.
Cortamos. Yo sabía
qué hacer. Sólo era cuestión de esperar. En tanto tendría tiempo para dedicarme
a un trabajo solicitado y aún pendiente.
Los meses
transcurrieron con rapidez. Aquel día me llamaron del correo para retirar la
entrega. Tal cual lo pactado, encontré el sobre del dinero y el de las
semillas.
De inmediato saqué
boleto a San Juan. El bolso con lo necesario yacía preparado sobre el sofá. Esa
misma noche viajaría.
Recién llegado a la
provincia adquirí un pasaje a Rodeo, donde me instalé en una posada para
descansar hasta la noche. Antes pasé por una fonda en la que el único tema era
la minería a cielo abierto, la contaminación y el diagnóstico para muchas
personas con males terminales o desconocidos.
Ya en la habitación
tomé el sobre de las semillas envueltas en terciopelo rojo, las que no me atreví
a tocar y que
me causaron
estremecimiento; sentimiento desconocido para mí, dado que siempre debo
manejarme con mucha frialdad.
Recostado pensaba
en la tarea concluida, pese a haber calculado mi permanencia ahí más por más de dos meses.
Me levanté y al
mirar por la ventana me dije:
Es un bello pueblo
para vivir. Y morir también.
Noté que el relieve
se parecía más a uno volcánico que a uno montañoso. Los agujeros en él daban
aspecto de cráteres.
Qué pena, tanta
belleza volando por el aire (lamenté con auténtico desconcierto).
Luego me acosté
tranquilo hasta las veintidós. A esa hora caminaba hacia la dirección dada por
la voz, según sus indicaciones.
Atravesando la
tranquera alcancé el pozo de agua; habiéndome colocado primero los guantes, tiré
en él una de las semillas. Nadie alrededor. El invierno los tendría a todos
frente a las salamandras.
De mañana alguien
en un barsucho se acercó:
- Disculpe la
molestia, pero no estamos acostumbrados a ver extraños. ¿Es turista?
- No. Un escritor
buscando buen sitio para la inspiración (deseé que la mentira fuese verdad).
- No creo que sea éste,
don. Hay explosiones constantes. Esos bastardos hacen lo que quieren con
nuestras montañas.
- Sobre eso
escribo.
- Entonces cuente cómo
el pueblo muere por el cianuro del agua y la tierra.
- ¿Se han
registrado casos?
- De todo tipo. Los
que tengamos suerte moriremos enseguida; el resto va a agonizar por años.
Como si me
importara, tomé nota de lo escuchado.
- Haga saber que éste
es el poblado del Gran Bonete. Acá nadie tiene la culpa.
Pobre gente; están
condenados a pena de muerte (reflexioné con algo de tristeza).
Aunque
inmediatamente reflexioné que al menos una familia lo estaría.
Tras algunas
semanas me había ganado saludos cordiales. No pude evitar sentir cierto apego,
por más que todas las noches iba a esa estancia para echar en el mismo lugar
una nueva semilla. Por cábala, al amanecer, las contaba y después hacía una
revisión a lo dicho por los lugareños, con fidelidad apuntado y pretendiendo
ejercer el mentiroso oficio.
A los tres meses la
noticia corrió por Rodeo y por los titulares de los diarios de todo el país.
Los Anderson, señores del poblado, habían contraído una rara enfermedad.
IMPORTANTE FAMILIA
SANJUANINA MUERTA POR CONTAMINACIÓN.
Luego
de tres meses de intensa agonía,
Sus
cuatro miembros fueron muriendo
De a
uno, junto con gente de su perso-
Nal
y varios de sus animales. Nadie en
El
pueblo se sorprende.
Lo que no les
dio vida
para gastar las riquezas obtenidas con la destrucción (cavilé
indignado).
La bronca se hizo
urticaria:
Estos mierdas no
hacen referencia a la gente simple que lleva en su cuerpo el mismo estigma.
Y la rabia cedió
paso al sarcasmo:
Ahora resulta que
soy un asesino con conciencia. El mundo está de cabeza.
Esa misma tarde la
despreocupada voz llamó por teléfono.
- Hizo bien lo
suyo. Le estoy enviando un sobre con un bonus. Lástima los animales y el
personal doméstico. Pero todavía queda mucho para heredar.
Sin más comentario
cortó y yo tiré las pocas semillas sobrantes, guardadas hasta confirmar el
suceso (tal vez como fetiches de lo que fue una tarea sorprendente, incluso
para mí).
Un año después el
libro “El Gran Bonete” tiene muy buena venta. En él expongo la muerte de los
Anderson y tantos otros como resultado de las explosiones.
Lo cuento todo.
Menos lo de las semillas de Curare.
3 comentarios:
Muy Interesante. Me gustó.
Realmente me ASOMBRO, es un cuento que mezcla el misterio (bien llevado), la intriga, excelente relato y lo que me parece interesante y novedoso es la integracion ECOLOGISTA en la trama, con un final inesperado, a lo Agatha Christie, con veneno exotico, (curare) y todo. Me parecio, REALMENTE E X C E L E N T E Espero se repita este talento. GRACIAS.
Me parecio un cuento corto MUY bien llevado, tiene la intriga y el suspenso de Agatha Christie introduciendo un NOVEDOSO AIRE ECOLOGISTA con un remate clasicamente cientifico como es el veneno Curare. ME GUSTO......FELICITACIONES..
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