Gladis cumplirá quince años la próxima semana. Hace meses que estudia en el Conservatorio de Música. Sus padres orgullosos por su progreso, decidieron obsequiarle un piano.
Victoria, su mamá, se deleitaba imaginando a Gladis ejecutar el piano, cercano al balcón, escuchada por los vecinos.
Había gestionado la compra pero le faltaba resolver cómo lo subiría a su departamento del segundo piso. La empresa de mudanzas le cobraría ciento veinte pesos , para introducirlo por el balcón con la colaboración de tres operarios. Desechó esta oferta por considerarla excesiva.
Su vecina le sugirió entrevistar en el Mercado Central al señor García, changador que cobraba poco por sus trabajos. Era un hombre robusto, de anchas espaldas y mediana estatura, tez mate, pelo corto azabache, dotado de fuerza inusual para manipular bultos muy pesados. Lo conocían por el mote de “El sordo García”, porque oía muy poco y hablaba menos.
Resolvieron trasladar el piano al día siguiente.
Cuando llegó, Victoria lo interrogó, dudando:
- ¿García podrá levantarlo?
Ël asintió con la cabeza, mientras lo revisaba. Le cruzó dos anchas fajas que se unían en su pecho. Al inclinarse, el piano quedó en vilo, comenzó a caminar hacia la escalera haciéndole seña a Victoria para que se adelante. Lento, subiendo de a uno los escalones, llegó al segundo piso y con suavidad dejó bajar la carga.
Ella miraba embelesada el piano junto a la ventana, sin reparar que él esperaba.
García ¡ Gracias! ¿Cuánto le debo?
Sesenta pesos.
Victoria dio un respingo, se tiró para atrás, altiva mientras decía:
¡Es un disparate, por diez minutos de trabajo! ¿Pretende ganar trescientos sesenta pesos la hora? No, García, le pagaré menos.
En su ofuscación no reparó en el rostro de él, se denotaba su enojo por la ofensa recibida. Había reprimido el impulso de reacción, porque era mujer. Dijo secamente:
¡Son sesenta!
Victoria dispuesta a no pagar esa cantidad, ideó rápida una coartada.
Voy a consultar por teléfono a mi esposo.
Luego le diría que él opinaba igual, es excesivo lo que cobra, García. Demoró pocos minutos en regresar pero García se dirigía a la salida cargando el piano Esperó creyendo que era una estrategia para coaccionarla pero cuando había bajado cinco escalones, comprendió la situación.
Espere señor…¡No baje! (Ahora lo trataba de señor)
García continuaba bajando con el piano.
Espere señor, le voy a pagar diez más o veinte…o lo que pida.
Fue inútil la súplica. En la acera depositó el piano, le quitó las fajas y con ellas debajo del brazo se alejaba. Victoria con un ataque de desesperación e impotencia, apoyada en el piano para no desplomarse, miraba la ancha espalda del sordo García que con pasos cansinos se dirigía al Mercado Central.
Juan Francisco Martínez
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