Estación de tren
Soledad, tiempo de espera, tiempo vacío; manos traspiradas; ojo atento, inquieto; las piernas solas, las piernas siguen el chis-chis de las ruedas del tren. Arrulla una nube gris enviada a distancia: bocanadas de humo oscuro. Aparece a lo lejos la formación. El badajo de la campana de bronce con el tintineo infantil que remite a un aviso: tan-tan-tan.
Soledad, tiempo de espera, tiempo vacío; manos traspiradas; ojo atento, inquieto; las piernas solas, las piernas siguen el chis-chis de las ruedas del tren. Arrulla una nube gris enviada a distancia: bocanadas de humo oscuro. Aparece a lo lejos la formación. El badajo de la campana de bronce con el tintineo infantil que remite a un aviso: tan-tan-tan.
La gente, poca gente, sube a los vagones.
Hace frío, mucho frío. Los sacos, los tapados, los pañuelos, se incorporan,
toman distancia, se arremolinan, ocupan asientos desvencijados. No se miran.
Abren diarios, hojean revistas. Los chiquitos espían por las ventanillas, comen
bizcochos, cuentan a sus muñecos lo que alcanzan a ver. Trapitos manoseados,
chupeteados.
El tren prosigue, el anochecer deambula
por las vías: se derrumba, desaparece. Las melenas al viento desmelenan el
ocio.
El Hermético
Cenicienta y el gato
No era luz, no era línea, no era sombra.
Como viborita, luciendo solitario,
destacándose.
Milímetros de materia inmaterial, color
indefinido.
Lo quería; lo necesitaba. Cada vez que
alargaba la mano, huía, aumentando mi desconsuelo.
Decidí dejarlo. ¿Quién gobernaba ese
objeto? Librado a su soledad, muchas veces pensé abandonarlo a su efímera
suerte.
Puse fin a esta situación. Alguien me
estaba estudiando. Dejé el objeto a su propia soledad.
¿Para quién era? ¿Para él, para mí, o para
quien deseara hermético el poder?
La corte alborotada busca la dueña de la
sandalia sin tapita en el taco, llena de estrellas y lazos plateados, que se
traspapeló en la escalinata del Palacio junto con una bota.
El príncipe, que ha bailado Twist con ella,
no la olvida. Se llama Cenicienta.
El jerarca envió comisionados hacia todas
direcciones para ubicarla. Ella, la muy ladina, ha huido con el “gato gatungo”,
alias “mishomishungo”, que a su vez perdió una bota de siete leguas porque el
cordón de este calzado se quebró. Igual da paso de tres leguas y media por
minuto.
La hermosa damisela después de haber
bailado con él el “Vals de las horas” se dejó engatusar y, subida a la grupa
del gato, se fueron felices perdidos en la larga madrugada, vagando a placer.
El príncipe, mucho disgusto, ha proclamado
por doquier que donará bienes y monedas a granel a quien la encuentre y jura
que le retorcerá el cogote al caballero que la ha secuestrado. (Por supuesto,
no sabe que el joven de nuestro cuento tiene poderes mágicos ocultos y que su
calzado gana velocidades increíbles).
Por ahora, la jovencita y el felino, han
llegado hasta la estrella que está a la derecha de la luna. . . ¡y van por más!
1 comentario:
Hola Marina, impecables tus escritos, cada uno en su estilo.
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