sábado, octubre 31, 2015

Tres textos breves, Marina Guarnieri

Estación de tren     


 Soledad, tiempo de espera, tiempo vacío; manos traspiradas; ojo atento, inquieto; las piernas solas, las piernas siguen el chis-chis de las ruedas del tren. Arrulla una nube gris enviada a distancia: bocanadas de humo oscuro. Aparece a lo lejos la formación. El badajo de la campana de bronce con el tintineo infantil que remite a un aviso: tan-tan-tan.

     La gente, poca gente, sube a los vagones. Hace frío, mucho frío. Los sacos, los tapados, los pañuelos, se incorporan, toman distancia, se arremolinan, ocupan asientos desvencijados. No se miran. Abren diarios, hojean revistas. Los chiquitos espían por las ventanillas, comen bizcochos, cuentan a sus muñecos lo que alcanzan a ver. Trapitos manoseados, chupeteados.

     El tren prosigue, el anochecer deambula por las vías: se derrumba, desaparece. Las melenas al viento desmelenan el ocio.


El Hermético 



     No era luz, no era línea, no era sombra.
     Como viborita, luciendo solitario, destacándose.
     Milímetros de materia inmaterial, color indefinido.
     Lo quería; lo necesitaba. Cada vez que alargaba la mano, huía, aumentando mi desconsuelo.

  
     Decidí dejarlo. ¿Quién gobernaba ese objeto? Librado a su soledad, muchas veces pensé abandonarlo a       su efímera suerte.
     Puse fin a esta situación. Alguien me estaba estudiando. Dejé el objeto a su propia soledad.
     ¿Para quién era? ¿Para él, para mí, o para quien deseara hermético el poder?


Cenicienta y el gato 


    La corte alborotada busca la dueña de la sandalia sin tapita en el taco, llena de estrellas y lazos plateados, que se traspapeló en la escalinata del Palacio junto con una bota.
    El príncipe, que ha bailado Twist con ella, no la olvida. Se llama Cenicienta.

    El jerarca envió comisionados hacia todas direcciones para ubicarla. Ella, la muy ladina, ha huido con el “gato gatungo”, alias “mishomishungo”, que a su vez perdió una bota de siete leguas porque el cordón de este calzado se quebró. Igual da paso de tres leguas y media por minuto.

    La hermosa damisela después de haber bailado con él el “Vals de las horas” se dejó engatusar y, subida a la grupa del gato, se fueron felices perdidos en la larga madrugada, vagando a placer.

    El príncipe, mucho disgusto, ha proclamado por doquier que donará bienes y monedas a granel a quien la encuentre y jura que le retorcerá el cogote al caballero que la ha secuestrado. (Por supuesto, no sabe que el joven de nuestro cuento tiene poderes mágicos ocultos y que su calzado gana velocidades increíbles).

     Por ahora, la jovencita y el felino, han llegado hasta la estrella que está a la derecha de la luna. . . ¡y van por más!





                                                                                    

1 comentario:

maria cristina dijo...

Hola Marina, impecables tus escritos, cada uno en su estilo.