sábado, abril 27, 2013

Embrujo, Carlos Alberto Graziadio


Embrujo

          Rafael hacía todos los esfuerzos a su alcance para dejar de fumar. Había consultado con doctores, asistido a cursos dictados por especialistas, recurrido a tratamientos alternativos y, hasta ese año, sin éxito. Fue entonces cuando conoció a un terapista que le recomendó hacer ejercicios físicos para liberar la mente y cansar el cuerpo. “Nadie fuma dormido ni mientras practica deporte”, era el lema.
          Las caminatas formaban parte de esa terapia y, por tal razón, una mañana estaba recorriendo a paso vivo un parque, siguiendo el circuito que había armado para facilitar su entrenamiento. En dichas circunstancias, iba por un sendero solitario cuando -de pronto- se cruzó con una mujer hermosa y se sintió impactado por esa presencia sorpresiva. Calculando que la mujer, vestida con atuendo deportivo, estaba recorriendo un circuito similar al suyo aunque en sentido contrario, siguió su camino y al cabo de un rato volvió a cruzarla. Entonces no reprimió una sonrisa, que le fue graciosamente correspondida. Así sucedió durante varias vueltas, hasta que Rafael no aguantó más: la saludó e invitó a compartir asiento a la vera del sendero, en uno de los típicos bancos de plaza con respaldo, hecho con listones de madera pintados de verde y soportados por patas metálicas.
          Fuertemente impresionado por la sensualidad que emanaba de su recientemente conocida caminante, soltó su impulso de decirle: “No quisiera que ésta fuese la última vez que nos encontramos ¿Por qué no me decís tu nombre y tu número de teléfono?” Levantándose de inmediato, la mujer le respondió: “No puedo”, y se marchó siguiendo su camino.
          Rafael hizo lo propio, imaginándose que volvería a cruzarla, pero no lo lograba. En un principio intrigado, recorrió otros senderos bordeados de vegetación, hasta casi perderse como en un laberinto. Luego, ya triste por no poder encontrarla y agotado de tanto caminar, se sentó a descansar en un ensanche del camino, donde había una sucesión de estatuas de desnudos femeninos. Paseando su mirada por esas obras artísticas, llevó sus ojos hasta un pedestal al que le faltaba la escultura. A través de volutas de humo tabaquero que no le permitían ver con nitidez y haciendo foco en la placa con los nombres del escultor y de su obra, leyó:

Carlos Alberto Graziadio

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