Ramón, el cartonero, encontró una cajita de madera durante el itinerario
nocturno. Era una caja pequeña. Sus lados llevaban dibujos pintados en
diferentes colores que representaban imágenes de dragones y basiliscos que
Ramón solía ver en las películas de televisión. La examina. Una y otra vez la
mira, la palpa, la agita. Un sonido agorero en su interior le estimula la
codicia. Quizá unos pesos que pudieran salvarle la semana, el mes o tal vez más. Busca la cerradura pero no la
encuentra. Ansioso intenta abrirla clavando las uñas en las ranuras que,
talladas en la madera, rodean su perímetro. No hay caso. No puede. Irritado lanzó
la caja dentro del saco de lona blanca que ya llevaba carga y siguió su trayecto no sin dejar de
rumiar qué encontraría en ella cuando la abriera al llegar a destino.
Ávido apura el paso dejando a un lado, inclusive, algunos objetivos. No
importaba, el contenido de la caja era ahora para él lo esencial.
Vertiginosamente
la ruta llegó a su fin y con ello el momento de revelar el misterio. Dos
martillazos impacientes hicieron estallar la caja en pedazos. Dentro, un papel
dobladito en cuatro ilustraba: Caja China Dinastía Mings siglo XIV.
Desilusionado,
Ramón arrojó el papel al suelo pues en la cajita no había nada con qué comerciar.
1 comentario:
Pobre Ramón.
Lo que es no saber.
Besos.
Octavio
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