Las calles extrañan el rumor de los paseantes, las pequeñas cosas que suceden cada día. Por las noches las paredes, sus amigas, guardan los sonidos para recreárselos en las frías madrugadas de invierno. Las calles extrañan las voces de los artistas callejeros, la presencia de sus artesanos y el raro parloteo de una babel de idiomas.
Les gustaría, estoy seguro, que todos ellos se quedaran esperando el crepúsculo y la llegada de la luna y las estrellas. Les contarían cuentos de borrachos y enamorados escondiendo su pasión en los portales;nacimientos en pleno día, los sollozos de los niños desamparados con una frazada mugrienta cubriéndolos en la entrada de los subtes.
Extrañan el bullicio de los alumnos a la salida de la escuela, las palomas en las cornisas y su voracidad con las migas de pan que los jubilados esparcen para tenerlas un rato como compañía. El sol y los colores de la gente y las vidrieras que encandilan a los chicos con ofertas de juguetes imposibles de comprar.
L a noche cae, sin embargo el día hace el esfuerzo todavía por quedarse un rato mas acompañando a sus amigas, sabe de su soledad, del inútil buzón colorado con su boca siempre abierta incapaz de decirles nada. Sabe que una vez más intentarán comunicarse con el gato negro de andar sigiloso y desconfiado. Intentarán con el viento, al que nunca logran entender porque pasa muy rápido.
Tratarán de mantener el calor del día para la gente que necesita abrigo, para los que no tienen nada. A ellas sólo les queda esperar el primer rayo de luz anunciando el nuevo día.
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