Mi amigo José
La niebla del río por la noche jamás fue de mi agrado, mucho menos cuando el camino si bien más corto, es bastante más peligroso. La gente que trabaja en el muelle suele ser muy desordenada, dejan las cosas en cualquier lado y a veces se producen accidentes por desconocimiento de la zona o por falta de luz. En este momento por ejemplo el lugar está a oscuras y solo me guío por intuición y algún recuerdo de éste camino que hice muchas veces. De pronto, una sombra surgida de la nada me obliga a cambiar de dirección y detenerme, creo reconocer su cara, paralelamente un transformador de corriente deja caer un cable casi en el lugar donde yo estaba, el chisporroteo al tocar el suelo me dice que la suerte estuvo de mi lado. Un grupo de obreros pasa a mi lado apurado para vedar la zona y reparar el desperfecto, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que soy el único en el lugar. Más sereno, recuerdo el momento en que la sombra interrumpió oportunamente mi camino. Siento a mi espalda una presencia y giro la cabeza, creo ver a José que se aleja hacia la bruma ¡José! le grito sorprendido, pero no obtengo respuesta, quedo con la desagradable sensación de haberme dirigido a nadie. Los electricistas realizan una reparación de emergencia y la luz empuja la oscuridad hacia el río, voy hacia ella y me siento mejor
Más tranquilo me pregunto si era José, o mi cabeza lo tenía presente, ya que me dirigía a su casa a devolverle una visita. Si era José, por qué no se detuvo, qué hacía en ese lugar inesperado y solitario.
Con esos pensamientos llegaba ya a la casa de mi amigo, cuando el mismo grupo de antes pasa alborotado y gesticulante para detenerse y señalar horrorizado hacia arriba.
Alcé la cabeza y allí estaba José, enredado por la cintura a un cable eléctrico, con los brazos abiertos hacia adelante, como si fuera su último abrazo. Me sentí descompuesto, se mezclaban mil imágenes de nuestra relación, nacida casi en una niñez, huérfana entonces de sueños y vivencias pero rica en juegos y potrero. Nuestra adolescencia luchando a brazo partido contra nuestras carencias y limitaciones, el juramento frente al cuerpo de su madre de recibirnos juntos y pelearle a la vida sin aflojarle nunca. Las jornadas de trabajo y luego las horas de militancia en el sindicato que formaron nuestro carácter y nos pusieron frente a realidades que muchas veces no pudimos cambiar. Más de cuarenta años entendiéndonos con la mirada, compartiendo los primeros pasos de los chicos, la felicidad del hogar y sus pequeñas cosas. Nunca olvidaré el orgullo cuando su hija se recibió de ingeniera, hasta se compró un traje para la ocasión. Con el tiempo se nos fue despoblando el nido, la juventud pidió espacio en el gremio y la jubilación nos sorprendió aferrados a nuestra amistad insobornable. José apenas un año mayor que yo había tomado últimamente la costumbre de protegerme y darme consejos ya que según el yo era bastante gil para los años que tengo.
Miré nuevamente hacia arriba, sentí la calidez de su abrazo y comprendí entonces su presencia en el puerto, su sombra protectora cambió definitivamente mi destino.
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