La red colgaba mágicamente sin sostén. Desde la montaña que enfrentaba a esa ciudad, un grupo de turistas observaba, todos los días, los reflejos y espacios cambiantes, sacando fotos con sus espléndidas cámaras.
Una semana aparecían los alemanes, otra los japoneses, un día las amas de casa, otro los médicos cirujanos.
Finalmente llegaron los que estaban vestidos con armaduras de metales rarísimos. Uno de ellos dió un salto enorme, como de catapulta. Desde dentro de su traje emergieron patas gigantes de insecto que se apropiaron de la red, y, perforándola en parte, colocaron por la mañana racimos de huevos.
Se produjo un silencio interminable, y luego un murmullo que crecía, a medida que las larvas maduraban.
Una semana aparecían los alemanes, otra los japoneses, un día las amas de casa, otro los médicos cirujanos.
Finalmente llegaron los que estaban vestidos con armaduras de metales rarísimos. Uno de ellos dió un salto enorme, como de catapulta. Desde dentro de su traje emergieron patas gigantes de insecto que se apropiaron de la red, y, perforándola en parte, colocaron por la mañana racimos de huevos.
Se produjo un silencio interminable, y luego un murmullo que crecía, a medida que las larvas maduraban.
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