Al comenzar la tarde, un hombre, con sus manos, hacía pan.
La puerta de madera se abrió. Abrasador, irrumpió el verano. Un canto inteligible lo distrajo. por un instante ínfimo, levantó la vista. Bajó la cabeza y siguió amasando. Por la puerta ingresó el verano abrasador y un canto inteligible lo envolvió.
Voló el polvo entre las flores del vestido. Cayó blanca, una flor, entre los dedos pequeños de los pies desnudos. Brillaba como un gritito. Como un gemido.
El olor de la fruta la precedía. Dulce, almibarado.
Arqueando el cuerpo, como un junco, estiró los brazos con un dejo de entrega.
Se apoyó en el mostrador de vidrio, y “con disimulo de niña que ha matado un cisne”(1), lo interrogó. El hombre negó tímidamente, moviendo apenas su cabeza. La masa del pan futuro era blanca, apenas. No blanco de cumbre de montaña nevada, un tinte amarillento la oscurecía. La masa, apenas blanca, necesitaba de más líquido. El hombre, iba agregando , poco a poco agua tibia a la masa.
Ella, observaba. Miraba todos los movimientos del hombre que amasaba pan, con sus manos, en la tarde de verano.
El gajo despedía un perfume dulce, penetrante. Pegajoso. Masticaba suave, lentamente , con la boca entreabierta.
En un acto irreverente, escupió una semilla en sus manos una semilla, luego otra.Parecen piedritas del río.Sin respuesta, el diminuto dedo índice dibujó sobre la grasa del mostrador, primero una montaña, luego un árbol. Más tarde lo deslizó despacio sobre su piel.
Las cáscaras desgajadas se balancearon. Baile sensual rojo de pulpa amarilla. Anaranjadas, se balanceaban provocativas.
El hombre que al comenzar la tarde , amasaba pan, agregó chispas salinas a la tarea.
¿Un gajo mandarino?
Levantó desacompasadamente los hombros. Había, hubo un intento de negación en ese movimiento.
Entreverada en la maraña del cabello, una abeja buscaba el origen de la fruta. Ante el gesto leve , diminuto, la abeja continuó con el juego.
El acaso del quizás, mordisquea las mejillas, acrecentando los fulgores.
Abruptas sobrevinieron todas las respuestas. Todas juntas, sin palabras.
Pedacitos de masa salpicaron los cuerpos. Los cubrieron. El junco, estremecido, se arqueó aún más.La levadura, ácida y dulce, deslizó lentamente su efecto.
La masa tiñó el espacio de salmón. La pulpa, amarilla, más aún naranja, enrojeció. El salmón saltó y rozó las mejillas. Soles en las manos ardieron y quemaron los abrazos y caricias. La ternura.Enrojeció la pulpa. El almíbar escapó por los poros de la cáscara.
Cuando la fibra blanca de las hilachas se deshizo entre los dedos, los hilillos blancos se pegaron al sudor del pecho. Robusto y velludo. Tembloroso.
Cayeron uno a uno cayeron , pedazo a pedazo los hollejos. Minúsculas gotas cubrieron la mesa. Blanco sobre marrón. Sabores, olores en el aire. La región se estremeció. Algo nuevo viejo había transformado la tarde cálida. La levadura, ácida comenzó su trabajo.
El juego se prolongó hasta la sequedad. Extenuación. Placidez rosada. Mandarinas en almíbar. Jalea agridulce. Caramelos asalmonados. Azúcar en el aire.
Al caer la tarde, la puerta volvió a abrirse. Una suave brisa dulzona calmó.
Pasos de niña que probó el dulce amargo, un nuevo sabor. Desvergüenza en las mejillas. Olor a fruta agridulce. El olor la precede, la sigue. El aroma a deleite la envuelve.
Crujió milenaria. El ropaje verde del mandarino, crujió.
Pareció estallar l a tierra cuando las raíces intentaron despegarse. Quebró el viento interrogante, el árbol miró al cielo. Embraveció oscuro, verde el follaje. Las ramas, las manos, se levantaron hacia el cielo, suplicantes. Los pájaros, aves pequeñas levantaron vuelo escapando de la ira. Enojo ancestral de mandarín.
Quebradas, las ramas cayeron al costado del tronco frágil. Las manos del mandarín se extendieron laxas, resignadas, a los lados del cuerpo. Amargamente lloró el mandarino.
Y al caer la tarde, el olor a pan cubrió la región. Pan de miel y frutas.
martes, septiembre 25, 2007
SATSUMA, Integrante: Norma Starke, Curso: Martes de 14.30 a 16.30 hs
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