jueves, julio 08, 2010

Beatríz López Siritto, Fermina siente frío, curso: miércoles de 17.30 a 19.30

Las manos mojadas de Fermina tienen aroma a perejil y a mate amargo. Es invierno y se le erizan los pelos de la nuca al entrar el viento por la banderola de la piecita del hotelucho de Barracas. Entibia sus manos ajadas sobre la hornalla del calentador a kerosén mientras pone el guiso en la olla de barro.
Ha juntado unos pesos después de vagabundear todo el día pasando de hombre en hombre. Tiene la boca seca y la suela de los zapatos pegoteada de barro.

Pronto será el año nuevo y esta vez Fermina ha decidido por fin viajar a Misiones a ver a su viejita y cebarle mate bajo la higuera mirando las colinas bajas. Esta noche se arma la bailanta en el conventillo del Juanjo y tiene ganas de sacarse el frío y mover su cuerpo flaco y huesudo, pero no sabe si irá porque también tiene ganas de dormir el sueño eterno de la soledad. Se tira en el catre y cierra los ojos por un rato pero no duerme, sueña despierta con el calor de unas manos, con la mirada profunda de un hombre y con el abrazo franco del amor que no conoce.

Ya es 30 de diciembre y prepara el bolsito gris para enfilar hacia la estación del ferrocarril. pronto llega el tren y ella se acomoda apretadamente en las butacas de madera. El viaje es largo, sus ojos divagantes miran sin cesar por la ventanilla que de vez en cuando deja asomar una vaca con los ojos muy abiertos.
Pasó un día y las campanadas de la estación anuncian la llegada, ella toma el bolso y alquila un caballo para llegar a la casa de abobe. Su madre está agachada junto a la bomba de agua con un balde azul en sus manos y las gallinas cacarean a su alrededor, tal vez implorando no ser las desplumadas para la noche de fin de año.
Fermina se para adelante y ambas con los ojos mojados se acercan para abrazarse apretadamente y luego entre mates, recuerdos y sonrisas, con la vieja casamentera del barrio preparan la lista de invitados donde figuran los hombres que aún siguen solos.
Al fin, 31 de diciembre y ella feliz con su vestido negro muy apretado mira a cada uno que llega a la pista de barro. Risas, llantos, abrazos, todo se entremezcla hasta que Doña Juana le presenta a Jacinto alguien que ella no conocía, se miran, comienzan a bailar y después de contarse las cosas que siempre se cuentan, quedan en verse otra vez.

Ya no quiere volver a Buenos Aires, después de dos meses largos de planes y deseos compartidos, deciden irse a vivir juntos a la casita del Jacinto. Se casan secretamente en medio de la montaña, ella con la mantilla blanca de su madre y él con el cinto grueso de su abuelo y de ahí en más la convivencia, los almuerzos tomados de la mano, la cama caliente, después los gritos, los ojos enrojecidos de Fermina, los reproches, las noches en vela, el cuerpo golpeado, el abrazo con su viejita y los ojos mojados y otra vez el bolso gris, las campanadas del tren anunciando su partida, la ventanilla que deja asomar una vaca de vez en cuando, las butacas de madera, el catre del hotel de Barracas, las manos sobre el calentador, la olla de barro, el viento entrando por la banderola y sus manos con aroma a perejil y a mate amargo.

1 comentario:

Adriana Lis dijo...

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El 21 de agosto de 2010 a las 19hs. en la Casa de Olga Orozco
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Un encuentro para compartir lecturas, tés perfumados y conversación.