No sé cuando fue que comencé a chatear
con ella, tampoco tengo idea porque lo hice, no es el tipo de mujer que me
atrae, pero cada una de las sesiones me llevaba algo personal, particular,
íntimo. No sé si era su sensibilidad al escribir en su cuaderno, la ternura que
me daba que no use computadora para tomar sus notas, el modo en que cruzaba las
piernas, o como arreglaba su cabello detrás de su oreja izquierda, pero me
encandilé, me enloquecí.
Y cuando me mandaron del banco a la
capital, le rogué llorando no cortar el tratamiento y ella accedió.
Luego de mis sesiones por Chat, nos
mandábamos mails que pasaron de ser, algunas aclaraciones más de lo conversado,
a cartas personales. Aquí las tengo oficial, se las traje para ampliar mi
declaración.
Fuimos armando un lazo más estrecho,
hasta que hablamos de amor…
No sé qué ocurrió con ella, esa mañana
por chat alcanzó a decirme que hablaría con Joaquín, y le pediría un tiempo. Lo
quería, yo sabía que lo quería, me repitió hasta el cansancio que si él le
decía que no se vaya, que le diera otra oportunidad no vendría conmigo a la
capital. Contaba con el mutismo de su marido como una acción a mi favor.
Él encendió la computadora y vio todas
nuestras cartas, estoy seguro, seguro. Joaquín era un laburante pero no le
faltaba educación y eso de no hablar nada de nada la noche anterior, hasta a mí
me llamó la atención. Cuando éramos amigo-paciente, me contaba que a diario
tenían relaciones, algo debe haber sospechado, porque María me dijo que ya no había
sexo entre ellos. Fue desde que me confesó su amor y luego de que yo declaré el
mío, parece que el contacto se terminó.
¡Claro que creí! Le creí! Cómo no iba a creerle! María no era una chica más,
nunca lo fue en ese pueblo, anótelo ahí y que quede bien escrito, no era una
más, por eso me enamoré perdidamente.
Joaquín debió leer las cartas, los
chat, hasta debió ver las fotos que le mandé cuando fui orador en el Congreso
de Australia. Me alentó tanto ella cuando era mi psicóloga a que vaya, sino
fuera por María me hubiera perdido ese viaje.
En la cocina, es donde me atendía como
paciente, ahí estaba tirada la mesa, patas para arriba, bah! Todo estaba
revuelto, me asusté. Entré, vi el charco de sangre que reflejaba el sol que
entraba por la ventana, ese sol siempre daba de lleno a la mesa, tenía tan
presente ese sol cuando la extrañaba, porque pensaba en ese sol iluminándola,
nunca quiso poner cortinas, nunca, quería sol pleno.
Cuando vi la sangre en el piso pensé
lo peor, porque además había olor a quemado, quemado de humo, quemado de
humano, trabajo cerca de Chacarita y ese olor se sentía como los miércoles
cuando creman, así que mientras llamaba a la policía por mi celular comencé a
buscarla con desesperación.
Desde la cocina vi a lo lejos, que
frente al galpón salía humo, corrí y en mi corrida encontré manchas de sangre
que traté de no pisar y a Platón muerto. Platón era el perro de María, un
labrador negro hermoso, ya estaba grande, quién lo cuidaría después de esta
tragedia.
Llegué a ella, no quería reconocerla,
su figura carbonizada aún humeaba, y la verdad me tapé la boca por el olor y
por el horror. Demasiado espanto fue ver al perro morir, uno ve los perros ya
muertos por la calle, pero Platón me hacía compañía en mis sesiones, Joaquín no
lo quería, bah! Eso decía María.
-¿Y qué pasó con él?
-¿Con Platón?
-Con el marido…
María me contó que Joaquín había
despertado más temprano que ella, que se había ido sin desayunar, y que no
contestaba su celular, ahí decidí viajar al pueblo, imaginé que algo malo
estaba por suceder. Nunca me gustó la gente que no habla, que es tan callada y
que encima hace bien el amor.
Cuando entré la puerta estaba
entreabierta, el charco de sangre me impresionó, después de buscarla seguí las
manchas y parecían ser de Platón, estaba tirado, casi muerto, apenas respiraba,
pero… ella estaba peor, muerta claro, por eso digo peor, muerta por completo.
De repente Joaquín me llamó por mi
nombre, y por el apodo afectuoso que María me había puesto, por eso le digo que
vio todo, que sabía todo… yo estaba armado, me dí vuelta y ni bien lo vi, tan
enorme como una pared … tiré. Creo que le dí en las piernas no sé.
Yo no maté a María, y apuesto que él
mató a Platón por venganza. Aclaro que si aparece él, yo aquí le traje mi
pistola, fue en defensa propia, no hay duda ¿no?
La mujer tenía un tiro en la cabeza y
en la casa no había armas, dijo el comisario. El galpón fue incendiado y como
había elementos inflamables, puede que haya ocurrido varias explosiones, que el
hombre haya volado por el aire, que haya volado, me repitió.
-¿Volado cómo?- pregunté
Para eso debió estar dentro del
galpón, encerrado en el galpón, el galpón ardió por horas, costó apagar el
incendio, tal vez haya quedado reducido a cenizas, se refería a Joaquín.
Cuando entré María estaba a unos pasos
del galpón pero el galpón estaba entero… ¿Cómo se explica María quemada y
muerta en el parque? ¿y el perro muerto? ¿Y la sangre en la cocina?
La sangre es del perro y las únicas
pisadas que hay en el lugar son de la pareja, y las suyas, claro, sentenció el
comisario.
-No entiendo, usted dice que a María y
al perro los mataron y que él voló por el aire? ¿Y entonces… ¿quién los mató?
El paciente quedó con la pregunta que sobrevoló
mientras miraba desorbitado, el silencio ahora era de él, le pertenecía.
Espero el juicio pensando en María,
imaginándola con el sol cálido que se posa cada mañana, en su hermosa sonrisa,
mientras no dejo de compartir mi historia con aquel que crea en mi inocencia.
1 comentario:
Muy bien contado Meche!
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