A Pocho Lepratti
el ángel de la bicicleta
Apasionado por echar claridad a cada parte
oscura del mueble.
Sus
incursiones lo impulsan; va hacia al filo y observa el precipicio. La altura de
la mesa le equivale a un pico de diez veces su tamaño.
Trastabilla y se cae rumbo al suelo, tan
lejano. Se sujeta sorpresivamente en el tirante del cajón. Le cuesta aferrarse
firmemente por la superficie redondeada del tirador de acero. Resbala su mano y
cae nuevamente. Con sus pies flexionados toca una saliente de madera a metros
del piso. Y usa la fuerza de la caída como aceleración. Des flexiona. Sale
despedido hacia arriba con toda la energía del descenso. Una fibra colorida
sale de su pubis y se aferra a la superficie superior del mueble. Justo en el
centro; lugar alejado a todo borde. (Como una poderosa sensación de vértigo que
así lo resuelva)
Se desliza en el aire hasta depositarse
liviano en su suelo. Su madera. Observa la lámpara como a un gran monstruo
metálico que se dobla sobre él, tira una mirada cuestionadora al control
remoto. Descubre un renovado interés
sobre unas figuras vecinas. Un loro de madera, una tortuga hábilmente tallada,
un jarro pequeño de losa.
El odioso despertador junto a la lámpara,
con sus sonidos agudos y constantes, repetitivos, rutinarios. Se sube con otra
atracción de su pubis sobre al velador. Observa la inmensidad con la lámpara
prendida. Direcciona y re direcciona el foco. Apunta en todas direcciones.
Lo deja en una posición y se para tranquilo
sobre sus erguidos flancos. Respira al cerrar los ojos. Cierra los ojos al
respirar.
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