Crucé la calle con mucho cuidado
por la senda peatonal y la luz que habilitaba. Igual no me sentí tranquilo.
La última semana se había convertido
en un verdadero infierno. Todo me asustaba o le tenía desconfianza.
Yo sé que soy un poco paranoico
pero pensando con cuidado supe que esto había comenzado en una cena entre
amigos del circo. Esa noche dábamos la bienvenida a un nuevo integrante, el
mago y mentalista Doctor Alí. A los postres dio una pequeña exhibición para
matizar la cena.
El doctor Alí, halagado, se
prestó a demostrar su habilidad como adivino. Dijo que estudiando el aura de
cada uno podía predecir el futuro y comenzó con algunos voluntarios, utilizando
extrañas palabras y tocando distintas partes del cuerpo.
Mis compañeros se prestaban con
gusto y otros como yo de mala gana.
Alí se molestó especialmente
conmigo, y al llegar mi turno, me tocó y se puso a temblar extrañamente y a
gritar que mi aura estaba invadida por el maligno, y me auguraba todo tipo de
accidentes y desgracias además de una muerte violenta en mi futuro.
A partir de allí comencé a
dormir sobresaltado. Me encontraba de pronto en un pasillo del edificio sin
ninguna explicación. Despertaba bañado en transpiración y el tranquilizante que
usaba habitualmente no daba ningún resultado.
Estaba en todos mis sueños.
Decidí consultar a un psicólogo
que evidentemente no entendió mi urgencia y quería comenzar llevándome a las
frustraciones y miedos de mi adolescencia. Naturalmente aboné la consulta y no
volví a verlo.
Comencé a fallar en mi trabajo
ya que la falta de descanso impedía concentrarme; siendo el encargado de luces no generaba
peligros con mis errores pero si fastidio y bronca ya que los artistas no la recibían a tiempo, o por el contrario se iban
en penumbras.
El mago tenía gran éxito y me
fui dando cuenta de que todo estaba preparado con anterioridad, que gente del
circo mezclada entre el público colaboraba con el engaño. El doctor Alí me
eludía toda vez que me cruzaba y me miraba con desprecio. Yo pensaba
en lo fácil que podía devolverme la tranquilidad con solo algunas
palabras.
Cada prueba de magia tenía un
complicado esquema de entradas y salidas de luces y aparatos que facilitaban desplazamientos de artistas que
vestidas de un modo aparecían luego en otro lugar con ropa diferente;
naturalmente no eran las mismas.
El dueño del circo, que me
conoce desde hace diez años, me llamó a su oficina y me planteó su preocupación
por las reiteradas fallas. Me habló con dureza y elípticamente mencionó un posible
despido.
Decidí contarle lo que sucedía y solo obtuve consejos
para dormir mejor. No me creyó y solo me reiteró que pusiera más atención en el
trabajo.
La presencia del mago despertaba
lo peor de mí, deseaba el fracaso en alguno de sus trucos que lo pusiera en
ridículo.
Varias veces pensé en matarlo,
tal era mi estado emocional. Estudié
cada uno de sus trucos para ver si podía lograr por lo menos un grave accidente
que lo sacara de circulación.
El espectáculo tenía momentos de
gran emotividad y supuesto peligro, que mi habilidad con las luces y manejo de
los aparatos acentuaba. El cierre de la actuación consistía en emular al
gran Houdini y su famoso acto de la caja de cristal llena de agua. El mago
encadenado se liberaba y salía exitosamente a recibir el aplauso.
Luces apropiadas daban suspenso
al momento de sumergirse y la lucha por sacarse las cadenas. Siempre había
salido bien pero en esta ocasión la puerta de la parte superior se trabó y no
pudo abrirla. La posibilidad estaba convenientemente estudiada y el ayudante
solo debía abrir un candado inferior para que el agua se descargara con
violencia. Noté que no podía. Corrí para ayudar. Le quité la llave de la mano y
segundos después conseguí abrirlo. Lamentablemente el mago había muerto ahogado. El dueño del circo me
ordenó apagar las luces para que
ingresaran los payasos mientras retiraban el cuerpo.
Volví al trabajo y terminamos la
función casi con normalidad. Más tarde la policía comprobó que la tapa superior
estaba deformada posiblemente por el traslado
de la grúa hasta la pista. En cuanto al candado inferior, verificaron su
correcto funcionamiento y llegaron a la conclusión de que los nervios del
ayudante impidieron actuar con la velocidad necesaria para evitar el accidente.
Al día siguiente luego de la
autopsia fue enterrado en respetuoso silencio y despedido con aplausos.
A partir de esa noche volví a
recobrar el sueño. Ahora tengo en el cuello un nuevo amuleto contra la mala
suerte: junto al crucifijo agregué una inútil y antigua llave de candado.
Espero que dé buenos resultados.
1 comentario:
ja ja ja, muy bien Leonardo, a veces "los fines justifican los medios"
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