Camino por la playa, un día de
otoño ventoso y gris.
Fernando tiene cáncer. Pero quiere bailar, como los ratones, con su
música, sus amigos, su familia de afectos.
-La tía siempre decía, que de chico, tenía cara de ratoncito y cuando
lloraba, sus ojitos colorados le hacían parecer más ratón que nunca.
Sigo, pateando guijarros y pensamientos.
El aire marino vigoriza, da vuelo a mi interior, en volutas de
caracolas tropicales.
Mis ratones son rosados; son ratas, gorditas, de pelambre brillosa, con
un reflejo plateado; una cinta violeta alrededor del cuello las decora, violeta
con pintas verdes y en sus pies, cascabeles de la India. ¡No! ¡Minie no era
así! Está reinventada.
Otros ratones. Grises, proletarios,
con cola de látigo marrón. Son músicos de rock duro, sus chillidos
ensordecedores suenan como vidrios rotos de botellas de cerveza, rascando el
pavimento adoquinado de un puerto. Tienen sentido del ritmo. Parecen autómatas,
tocan la misma melodía repetidamente.
-La tía no entiende. Sólo escucha Mozart.
El ruido del mar es avasallante; sube, baja, con fuerza, con
acompañamiento de batería y en el fondo, el sonido de una flauta traversa; la
música de Fernando.
Sí, es cierto detrás de esa homoritmia vigorosa, hay un texto, prosa
pesada y poética que leen y disfrutan los que viven en ese mundo.
Aparecen unas rocas negras,
verdosas, algunas ocres, mojadas intermitentemente por las olas, una formación
fantasmagórica, señal en la arena, mostrando una cadena montañosa, que prefiere ocultar su cuerpo
voluptuoso bajo el mar salobre, fiel y perseverante, dejando a la vista, sólo
las puntas de sus dedos arrugados.
Y allí encalló el buque. Recaló en la orilla. Y nadie
lo quitó. Y pasaron los años.
Fue envejeciendo solo, arrullado por agua y viento. Sus acompañantes
esporádicos le hablaban con soles y lunas. La herrumbre era su pareja
caprichosa, que cada día engordaba más,
con arrugas y estrías.
Peces y medusas, a veces, le brindaban el espectáculo de la noche; él
agradecía con vozarrones de hierros retorcidos, que caían vencidos por la
memoria
Alguna que otra rata asomaba sus ojitos colorados con curiosidad,
disfrutando de su hábitat.
Me acerqué con provocación. A través de un pequeño boquete, allá a lo
lejos, iluminados por luces imperceptibles de luciérnagas marinas, jugueteaban
hipocampos transparentes y decenas de ratoncitos con sus ojitos rojos semejaban
un brocado estampado en la puerta metálica, cuya placa aún ostentaba las letras
de autoridad.
Sí, Fernando, los ratones
bailan y los buques hundidos, también.
3 comentarios:
Hola Delia, soy una "ex-alumna" de Adriana, precioso y conmovedor relato, pleno de imágenes, felicitaciones!
Que lindo tenerte como compañera de taller Delia. Compartí tu cuento en mi perfil, creo que es necesario que sea leído...
Delia.
Los acordes de la flauta traversera evocan el alma sencible de Fernando y la homorritmia que refleja el rock duro rascando el pavimento, cuando todas las voces obedecen a un mismo ritmo mantienen vivo su espirítu creador en nuestro corazón y en el mundo de la música metalera.
Publicar un comentario