Jacinto se había echado a dormir la siesta
bajo la sombra de un sauce luego de la tarea rural acostumbrada. Se extendió
sobre la tierra, apoyó la cabeza sobre la raíz más prominente, cruzó una pierna
sobre la otra y ambos brazos sobre el vientre. Meneó ligeramente los hombros
para terminar de acomodarse y así esperó el sueño que no tardó en llegar. Lo
cierto es que pronto, esa postura indolente, prolijamente planeada dio lugar a
un desparramo de humanidad ni bien entró en el sueño, lo mismo que su cara que,
serena de sonrisa suave se vio suplantada por una de expresión laxa,
boquiabierta, de la que exhalaba un ronquido feroz capaz de espantar cualquier
alimaña. No obstante, una mosca audaz, atrevida se animó a merodearlo. Aleteó
sobres los pies y siguiendo el trayecto del cuerpo llegó a su cabeza. Sobrevoló la nariz luego los
labios hasta finalmente, merced a la
honda inspiración que precede a un gran ronquido, ser aspirada al interior de
su boca. Cuando Jacinto se despabiló era demasiado tarde porque la intrusa ya
estaba batiendo alas a la altura de las fauces. Jacinto tosió y tosió, carraspeó, escupió, pero no había caso,
el insecto trepado a su úvula se columpiaba, ganaba una amígdala luego la otra
desafiando cuanta agitación provocara Jacinto con el fin de expulsarla. El
cosquilleo en la garganta sumado al bss bss que hacía eco en su cabeza lo
estaban volviendo loco. Agitado y confuso buscó otra alternativa. Un dedo, sí, un
dedo, lo más a mano, literalmente hablando, que tenía. Pero el espasmo que le producía a Jacinto tocarse
la garganta lo llevó a desistir de la iniciativa antes de llegar a vomitar Entre el bss bss, el carraspeo y la tos que él mismo provocaba, buscó entre el pasto
una ramita. La desbastó y como si fuera
una batuta comenzó a hurgar en el fondo de su gola. La intrépida se le
esquivaba. Profundizó Jacinto con su lanza improvisada hasta sentir correr por
sus labios un fluido tibio que al bajar por la barbilla y gotear al suelo le
reveló que era sangre. Ahora Jacinto tenía su boca inundada de ella. Más y
más sangre. La hemorragia profusa iba embebiendo su camisa, el pantalón. Se
desplomó en el suelo mientras el líquido seguía brotando de su boca como una
gran catarata púrpura.
El
insecto sobrevoló el cuerpo de Jacinto durante su corta agonía, remontó vuelo y
desapareció.
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