miércoles, julio 04, 2012

Cuando el buque se hunde las ratas huyen primero, Delia Takara, lunes de 14 a 16 hs.




Camino por  la playa, un día de otoño ventoso y gris.
Fernando tiene cáncer. Pero quiere bailar, como los ratones, con su música, sus amigos, su familia de afectos.

-La tía siempre decía, que de chico, tenía cara de ratoncito y cuando lloraba, sus ojitos colorados le hacían parecer más ratón que nunca.

Sigo, pateando guijarros y pensamientos.
El aire marino vigoriza, da vuelo a mi interior, en volutas de caracolas tropicales.
Mis ratones son rosados; son ratas, gorditas, de pelambre brillosa, con un reflejo plateado; una cinta violeta alrededor del cuello las decora, violeta con pintas verdes y en sus pies, cascabeles de la India. ¡No! ¡Minie no era así! Está reinventada.
Otros ratones. Grises, proletarios, con cola de látigo marrón. Son músicos de rock duro, sus chillidos ensordecedores suenan como vidrios rotos de botellas de cerveza, rascando el pavimento adoquinado de un puerto. Tienen sentido del ritmo. Parecen autómatas, tocan la misma melodía repetidamente.

-La tía no entiende. Sólo escucha Mozart.

El ruido del mar es avasallante; sube, baja, con fuerza, con acompañamiento de batería y en el fondo, el sonido de una flauta traversa; la música  de Fernando.
Sí, es cierto detrás de esa homoritmia vigorosa, hay un texto, prosa pesada y poética que leen y disfrutan los que viven en ese mundo.
Aparecen unas rocas negras, verdosas, algunas ocres, mojadas intermitentemente por las olas, una formación fantasmagórica, señal en la arena, mostrando una cadena  montañosa, que prefiere ocultar su cuerpo voluptuoso bajo el mar salobre, fiel y perseverante, dejando a la vista, sólo las puntas de sus dedos arrugados.
Y allí encalló el buque. Recaló en la orilla. Y  nadie  lo quitó. Y pasaron los años.
Fue envejeciendo solo, arrullado por agua y viento. Sus acompañantes esporádicos le hablaban con soles y lunas. La herrumbre era su pareja caprichosa, que  cada día engordaba más, con arrugas y estrías.
Peces y medusas, a veces, le brindaban el espectáculo de la noche; él agradecía con vozarrones de hierros retorcidos, que caían vencidos por la memoria
Alguna que otra rata asomaba sus ojitos colorados con curiosidad, disfrutando de su hábitat.
Me acerqué con provocación. A través de un pequeño boquete, allá a lo lejos, iluminados por luces imperceptibles de luciérnagas marinas, jugueteaban hipocampos transparentes y decenas de ratoncitos con sus ojitos rojos semejaban un brocado estampado en la puerta metálica, cuya placa aún ostentaba las letras de autoridad.

Sí, Fernando, los ratones bailan y los buques hundidos, también.



3 comentarios:

maria cristina dijo...

Hola Delia, soy una "ex-alumna" de Adriana, precioso y conmovedor relato, pleno de imágenes, felicitaciones!

Vero dijo...

Que lindo tenerte como compañera de taller Delia. Compartí tu cuento en mi perfil, creo que es necesario que sea leído...

Anónimo dijo...

Delia.
Los acordes de la flauta traversera evocan el alma sencible de Fernando y la homorritmia que refleja el rock duro rascando el pavimento, cuando todas las voces obedecen a un mismo ritmo mantienen vivo su espirítu creador en nuestro corazón y en el mundo de la música metalera.