miércoles, septiembre 15, 2010

Sin título, Alejandro Crimi, miércoles de 17.30 a 19.30 hs

Apoyo la mano en el lomo del río. Y con el movimiento se expande y contrae (animal) en pequeñas madejas de espuma rubia. Un gato gordo abriéndose manso a la caricia.
Al rato hundo la mano, como si le estuviera (te estuviera) arrancando las tripas. Aprieto y descubro el albor de una sonrisa (mi sonrisa) sobre el tipo que se refleja en el agua. Siento la piel al filo de perder el estado de impermeabilidad, pero ya no importa. La saco y la vuelvo a hundir con más furia. Hasta con un ramalazo de odio. Enseguida descubro que el río no tiene nada que ver con vos. Suelto los ojos, el alma, hasta hacerte desaparecer. Hasta dejar que se cierre el pequeño hueco que dejan mis dedos al salir. Sin embargo la imagen (intuyo que es la mía) persiste en la base del agua. Le escapo, la parto pero sigue ahí. Los ojos mudos, la boca plana, el hoyo al costado de la nariz. Debo ser yo, entonces río o lloro, (en este punto el dolor es el mismo). La estupida expresión de haber dejado escapar el tiempo al lado tuyo. Te odio y me aborrezco por ello. Porque no lo mereces. Ese o cualquier otro sentimiento es mucho para vos. Entonces lo dejo ahí, en la superficie, lo rompo una vez más, lo tomo en forma de agua y me lo pego en la cara. Todo cae en míseras tiritas de agua y ya no hay nada que me haga pensar en vos. Ahora huelo a río, (soy río). Lo llevo en la mano derecha, que coincide con la manija del acelerador. Aplasto el agua, con la espalda de la lancha, reboto en el vientre inflado. Y todo es agua y río. Con las espinas de la velocidad metiéndose de lleno en los ojos. Expandiendo los huecos de la nariz hasta dejarlos ardientes. Curiosamente recién ahora pienso en Panigutti, en Soria, en la estúpida sonrisa de la Gladis. Atendiendo a los viejos desde el mostrador. Aguantando el bollito de dos pesos de propina y en el mismo acto metiéndose la puteada en el culo. Sumando bolsas de odio. Poniendo la cara a la miseria del sueldo. No hay ninguno de nosotros que le escape a eso. A las doce horas de mostrador, al olor a viejo, a la mugre injusta. A la envidia que juntamos cada día al ver al director bajando del auto importado. Se que hoy debiera estar ahí. Comiendo los ravioles, con EL Pocho y Tuqui. El olor a grasa en el pelo, en la ropa, en las mesas del “águila”. Tuco y pesto por quince pesos. Y la acidez gratis. No hoy no.
Aflojo la velocidad solo porque estoy perdido en la conciencia. Y es el río el que me aleja de todo eso. La lancha es solo una excusa. Apago el motor y dejo que la corriente me arrastre. Empale de uno todos los pensamientos ajenos al río. A su color. A la blandura del sol arremangándosele sobre el lomo. Entonces no me queda más que apretar los ojos. Pertenecer a ese rato de felicidad, hasta que la conciencia me lleve otra vez a verte la cara. A la indiferencia, a tu cama fría y oscura.

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