Saltó el botón de mi vestido azul y rodó por la vereda y a pesar de haber seguido con los ojos su recorrido se perdió en los recovecos de la calle y tuve que seguir caminando mostrando los pechos.
Se me ha caído una lágrima sobre el mantel cuando pensaba en vos y lo lejos que estás y se diluyó en la tela y no la pude rescatar.
Perdí la sonrisa hace mucho tiempo y mirándome en el espejo traté de recuperarla pero es imposible, ya no se dibuja más en mi rostro.
Se deslizó de mi boca un suspiro de dolor y como una bocanada rebotó en el aire y quise atraparlo con la mano y se quedó vacía.
No pude recordar el sueño que tuve esta noche que me hizo reír y despertarme feliz y cuando intenté memorizarlo se fue a algún lugar que no sé dónde queda.
Ya no se perfila en mi mente ese sentimiento que me hacía vibrar, que aceleraba mi pulso y cosquilleaba mi cuerpo, fue desapareciendo sin darme casi cuenta y no logro rescatarlo.
Estoy quieta, como dormida y no puedo desentrañar lo que me atormenta: el no saber en qué lugar se esconden las cosas perdidas.
miércoles, septiembre 29, 2010
Textos breves, Rodolfo Falchetti, miércoles de 17.30 a 19.30 hs.
Sonido y silencio
Sonido de fiesta, silencio de muerte. Sonido que es música, silencio también. Sonido que enerva, silencio que calma. Sonido que apacigua, silencio que exaspera. Sonido familiar, silencio extraño. Sonido singular, silencio conocido. Sonido que trae recuerdos, silencio que permite recordar. Sonido melodioso, silencio que motiva. Sonido y silencio, palabras. No hay Hombre sin palabras. Palabras hechas de sonidos y silencios.
Trámites
Por favor sea breve dijo y sentí una frustración tan grande que callé para siempre.
Cómo explicarle con pocas palabras que había hecho esa fila tantas veces sólo para verla. Ningún trámite era verdadero; esperaba con paciencia y quería lograr al menos una sonrisa.
Me fui con los papeles en la mano.
Final
Recóndita armonía. Sueño renovado. Dolor renacido. Nada servía para saber como reaccionar ante la visión después de tantos años.
Crucé la calle tras ella sin mirar y todo terminó. Nunca más la ví.
Sonido de fiesta, silencio de muerte. Sonido que es música, silencio también. Sonido que enerva, silencio que calma. Sonido que apacigua, silencio que exaspera. Sonido familiar, silencio extraño. Sonido singular, silencio conocido. Sonido que trae recuerdos, silencio que permite recordar. Sonido melodioso, silencio que motiva. Sonido y silencio, palabras. No hay Hombre sin palabras. Palabras hechas de sonidos y silencios.
Trámites
Por favor sea breve dijo y sentí una frustración tan grande que callé para siempre.
Cómo explicarle con pocas palabras que había hecho esa fila tantas veces sólo para verla. Ningún trámite era verdadero; esperaba con paciencia y quería lograr al menos una sonrisa.
Me fui con los papeles en la mano.
Final
Recóndita armonía. Sueño renovado. Dolor renacido. Nada servía para saber como reaccionar ante la visión después de tantos años.
Crucé la calle tras ella sin mirar y todo terminó. Nunca más la ví.
Volver a casa, Leonardo Fernández, miércoles de 17.30 a 19.30 hs.
No pudieron ni podrán, encerrar más que mi cuerpo. No existe el tiempo, no importa el tamaño del lugar que habito, el silencio es mi amigo y la oscuridad mi sosiego. Con ellos vuelvo cada día a mi barrio, mi vida y mi casa. Me sostiene la esperanza, la fe en mi gente y la lucha diaria de mi cerebro contra el olvido.
Algún día volveré a recorrer mis calles, a saludar afectos, a contar una por una las baldosas que me acercan a los míos.
¿Qué podré decirles cuando llegue, perdón por haberlo hecho?¿ por amar demasiado?
Sé que es mucho el tiempo que pasó, imagino la angustia de no poder hacer nada por mi. Me sostiene la imagen de ustedes, el olor a pan tostado que escapa de la cocina de mi vieja y revive mis sentidos.
Podría vendarme los ojos y sin embargo encontrar el rumbo con sólo aspirar por la ventana. Quedarme sin oír, y el rumor de chicos que vive en mi cabeza me llevaría a destino.
A pesar de todo no he perdido la voz que la nombra a cada instante, y que grita mi agonía al recordar .
No supe crecer como querías, pero estoy aprendiendo en el dolor de cada día.
Hoy me permitieron salir al patio, solo me dieron una inyección. Los médicos dicen que me estoy poniendo bien, sin embargo el sol me ciega, el viento me lastima la garganta y no soporto el chillido de los pájaros. He tocado la tierra con las manos, es áspera y no tiene buen sabor.
Extraño el mundo que he creado, la pálida luz que entra por la pequeña ventana.
En el silencio de mi lugar y la frialdad de sus paredes, nada me distrae, puedo regresar tantas veces como quiera a la casa de mi vieja, sin pedir permiso y sin este sucio y maloliente uniforme.
— ¡Se acabó el recreo!— el enfermero da por terminada lo que él cree ha sido una fiesta.
Pobre hombre está condenado a soportar: el sol, el aire, el ruido y la libertad vigilada que le impide soñar y además… ¡cree ser feliz!
Me llevo de recuerdo un lápiz labial que encontré en el patio, está casi entero. Seguro que me servirá esta noche, para dibujar la puerta de mí casa.
Algún día volveré a recorrer mis calles, a saludar afectos, a contar una por una las baldosas que me acercan a los míos.
¿Qué podré decirles cuando llegue, perdón por haberlo hecho?¿ por amar demasiado?
Sé que es mucho el tiempo que pasó, imagino la angustia de no poder hacer nada por mi. Me sostiene la imagen de ustedes, el olor a pan tostado que escapa de la cocina de mi vieja y revive mis sentidos.
Podría vendarme los ojos y sin embargo encontrar el rumbo con sólo aspirar por la ventana. Quedarme sin oír, y el rumor de chicos que vive en mi cabeza me llevaría a destino.
A pesar de todo no he perdido la voz que la nombra a cada instante, y que grita mi agonía al recordar .
No supe crecer como querías, pero estoy aprendiendo en el dolor de cada día.
Hoy me permitieron salir al patio, solo me dieron una inyección. Los médicos dicen que me estoy poniendo bien, sin embargo el sol me ciega, el viento me lastima la garganta y no soporto el chillido de los pájaros. He tocado la tierra con las manos, es áspera y no tiene buen sabor.
Extraño el mundo que he creado, la pálida luz que entra por la pequeña ventana.
En el silencio de mi lugar y la frialdad de sus paredes, nada me distrae, puedo regresar tantas veces como quiera a la casa de mi vieja, sin pedir permiso y sin este sucio y maloliente uniforme.
— ¡Se acabó el recreo!— el enfermero da por terminada lo que él cree ha sido una fiesta.
Pobre hombre está condenado a soportar: el sol, el aire, el ruido y la libertad vigilada que le impide soñar y además… ¡cree ser feliz!
Me llevo de recuerdo un lápiz labial que encontré en el patio, está casi entero. Seguro que me servirá esta noche, para dibujar la puerta de mí casa.
La mujer de chocolate, María Angélica Larocca, martes de 14 a 16 hs
Cuando me invitó a cenar acepté enseguida. Había esperado durante mucho tiempo ese encuentro. Un sin fin de veces me había preparado en vano. Hoy era el día y lo iba a aprovechar.
Nos conocimos en Bali hace años. “El chocolatinero”, como le decíamos en los noventa, había mutado en un maduro hombre de negocios sobrio e inquietante. El reencuentro en Bali no hizo más que avivar el fuego que, a pesar de los años, me consumía. No quería que lo notara .Al fin y al cabo me había dejado colgada.
La magia del lugar, los colores, aromas, sabores, todo hacía propicio el encuentro que tardó en concretarse.
Era el momento. Toqué el timbre. Al abrir la puerta un perfume a madera de cedro dulce con un poco de curry y sándalo me invadió.
El cuarto espacioso y despojado. Un sillón, una mesa, moquette ,dos luces tenues y todo el chocolate del mundo acomodado sobre dos bandejas de plata apilados en forma de pirámides. Lucían crocantes de almendra ,corazones de fondant ,erizo praliné con trocitos de almendra bañado de chocolate negro ,cubanitos ,chocolate en rama ,pétalos de chocolate y trozos de cacahuete acaramelado, gajos de frutas, troncos de chocolate blanco con sabor a coco, mazapán, nougat y mil variedades perfumadas y brillantes. Bocados pequeños formas arbitrarias, papeles fosforescentes a medida que el olfato se acostumbraba el aroma dulce se iba tornando por efecto de las esencias en un amargor picante .Los sentidos colapsaban. Lo que primero perdí fue la voz .Se dio cuenta, apoyó una mano en mi hombro mientras me acercaba con la otra un pétalo de chocolate casi transparente.
Probá, me dijo.
Apenas rozó mis labios se deshizo en una mezcla con gusto a piña y azafrán. Al tragarlo acidez y dulzor me invadieron .Me sentí florecer como un brote .Confundida me dejé llevar hasta el sillón , Me recostó y comenzó a desvestirme .Cuando estuve desnuda acercó una barra de chocolate contundente y gruesa de un color marrón muy oscuro y brillante ,uniforme ,sin ningún tipo de mácula ,burbujas o hendiduras. Despacio fue recorriendo mi cuerpo. La piel respondía a esa caricia firme y nada pegajosa . Con el calor de mi carne la barra se iba deshaciendo y pequeños trozos quedaron adheridos a mis centros neurálgicos de excitación.
Mis sentidos embotados estallando de gozo. Quería disfrutar. El se detuvo .Se puso de pie y se alejó .Temblé .Me sentí abandonada .Cuando volvió traía una jarra de porcelana. Antes de que me diera cuenta me empezó a cubrir con el chocolate más fragante y tibio que pudiera imaginar. A medida que se enfriaba se secaba sobre mí como una cáscara.
Podría comerte, pero todavía falta, quiero que seas mi mujer de chocolate, dijo mientras acercaba las bandejas .
Apagó las luces y encendió las velas. Se arrodilló a mi lado y comenzó a darme de comer pequeños bombones. Se disolvían en mi boca fácil, sin rastro alguno de granulosidades. Entretenida degustando esos sabores casi mágicos no me di cuenta que me iba cubriendo con el resto de las confituras. Para cuando caí en la cuenta dos, tres cien luces me cegaron. Todo pasó tan rápido que no me animé a moverme.
La cámara que disparaba el flash secó hasta la última gota de erotismo. Él seguía gatillando yo necesitaba gritar, pero no podía estaba atragantada incapaz de moverme ni de pensar.
Te quiero en mi campaña, sos la imagen a nivel mundial, afirmaba
Seguía invadiéndome con los fogonazos de la máquina nada podía detenerlo.
El fuego interior salía y yo ardía de bronca y odio. Tomé fuerzas, me levanté con tanta violencia que una oleada de chocolate brotó de mi cuerpo inundando todo el salón. Ni en ese momento la cámara se detuvo. Mi asombro y el descontrol furioso también eran útiles para su campaña. Humillada juntando como pude las ropas huí.
Él no hizo el menor intento por retenerme.
Nos conocimos en Bali hace años. “El chocolatinero”, como le decíamos en los noventa, había mutado en un maduro hombre de negocios sobrio e inquietante. El reencuentro en Bali no hizo más que avivar el fuego que, a pesar de los años, me consumía. No quería que lo notara .Al fin y al cabo me había dejado colgada.
La magia del lugar, los colores, aromas, sabores, todo hacía propicio el encuentro que tardó en concretarse.
Era el momento. Toqué el timbre. Al abrir la puerta un perfume a madera de cedro dulce con un poco de curry y sándalo me invadió.
El cuarto espacioso y despojado. Un sillón, una mesa, moquette ,dos luces tenues y todo el chocolate del mundo acomodado sobre dos bandejas de plata apilados en forma de pirámides. Lucían crocantes de almendra ,corazones de fondant ,erizo praliné con trocitos de almendra bañado de chocolate negro ,cubanitos ,chocolate en rama ,pétalos de chocolate y trozos de cacahuete acaramelado, gajos de frutas, troncos de chocolate blanco con sabor a coco, mazapán, nougat y mil variedades perfumadas y brillantes. Bocados pequeños formas arbitrarias, papeles fosforescentes a medida que el olfato se acostumbraba el aroma dulce se iba tornando por efecto de las esencias en un amargor picante .Los sentidos colapsaban. Lo que primero perdí fue la voz .Se dio cuenta, apoyó una mano en mi hombro mientras me acercaba con la otra un pétalo de chocolate casi transparente.
Probá, me dijo.
Apenas rozó mis labios se deshizo en una mezcla con gusto a piña y azafrán. Al tragarlo acidez y dulzor me invadieron .Me sentí florecer como un brote .Confundida me dejé llevar hasta el sillón , Me recostó y comenzó a desvestirme .Cuando estuve desnuda acercó una barra de chocolate contundente y gruesa de un color marrón muy oscuro y brillante ,uniforme ,sin ningún tipo de mácula ,burbujas o hendiduras. Despacio fue recorriendo mi cuerpo. La piel respondía a esa caricia firme y nada pegajosa . Con el calor de mi carne la barra se iba deshaciendo y pequeños trozos quedaron adheridos a mis centros neurálgicos de excitación.
Mis sentidos embotados estallando de gozo. Quería disfrutar. El se detuvo .Se puso de pie y se alejó .Temblé .Me sentí abandonada .Cuando volvió traía una jarra de porcelana. Antes de que me diera cuenta me empezó a cubrir con el chocolate más fragante y tibio que pudiera imaginar. A medida que se enfriaba se secaba sobre mí como una cáscara.
Podría comerte, pero todavía falta, quiero que seas mi mujer de chocolate, dijo mientras acercaba las bandejas .
Apagó las luces y encendió las velas. Se arrodilló a mi lado y comenzó a darme de comer pequeños bombones. Se disolvían en mi boca fácil, sin rastro alguno de granulosidades. Entretenida degustando esos sabores casi mágicos no me di cuenta que me iba cubriendo con el resto de las confituras. Para cuando caí en la cuenta dos, tres cien luces me cegaron. Todo pasó tan rápido que no me animé a moverme.
La cámara que disparaba el flash secó hasta la última gota de erotismo. Él seguía gatillando yo necesitaba gritar, pero no podía estaba atragantada incapaz de moverme ni de pensar.
Te quiero en mi campaña, sos la imagen a nivel mundial, afirmaba
Seguía invadiéndome con los fogonazos de la máquina nada podía detenerlo.
El fuego interior salía y yo ardía de bronca y odio. Tomé fuerzas, me levanté con tanta violencia que una oleada de chocolate brotó de mi cuerpo inundando todo el salón. Ni en ese momento la cámara se detuvo. Mi asombro y el descontrol furioso también eran útiles para su campaña. Humillada juntando como pude las ropas huí.
Él no hizo el menor intento por retenerme.
miércoles, septiembre 15, 2010
Los muchachos de antes no bailaban cumbia, Héctor Guetufian, miércoles de 17.30 a 19.30 hs.
En la radio todas las señales decían lo mismo. Cómo se las ingeniaba el asesino de músicos de cumbia para que no lo atrapen. Los mataba con una puñalada tras los conciertos y desaparecía sin dejar rastro. Debatían sobre la edad que podía tener; si se encontraba en libertad condicional o era la primera vez y si se merecería cadena perpetua o pena de muerte. No faltó quien recordara a otros asesinos en serie y desembocaban en la asesina de músicos de tango.
Citarla fue inevitable. Cincuenta años atrás una mujer hacía exactamente lo mismo en las tangueadas. No la atraparon, dedujeron el sexo porque descargaba más de veinte puñaladas a sus víctimas, un hombre hubiese utilizado una.
Sacada de quicio los trató de aficionados e insolentes. Aficionados porque era insostenible la hipótesis de si era mujer u hombre por matar así o asá. Insolentes porque había ocurrido hacía cuarentainueve años.
Sentada frente a la máquina de coser veía como la aguja perforaba rápidamente la tela. Más tarde la dejó caer una única vez. Pendulaba estas dos acciones como quien demostraba una teoría.
Citarla fue inevitable. Cincuenta años atrás una mujer hacía exactamente lo mismo en las tangueadas. No la atraparon, dedujeron el sexo porque descargaba más de veinte puñaladas a sus víctimas, un hombre hubiese utilizado una.
Sacada de quicio los trató de aficionados e insolentes. Aficionados porque era insostenible la hipótesis de si era mujer u hombre por matar así o asá. Insolentes porque había ocurrido hacía cuarentainueve años.
Sentada frente a la máquina de coser veía como la aguja perforaba rápidamente la tela. Más tarde la dejó caer una única vez. Pendulaba estas dos acciones como quien demostraba una teoría.
Sin título, Alejandro Crimi, miércoles de 17.30 a 19.30 hs
Apoyo la mano en el lomo del río. Y con el movimiento se expande y contrae (animal) en pequeñas madejas de espuma rubia. Un gato gordo abriéndose manso a la caricia.
Al rato hundo la mano, como si le estuviera (te estuviera) arrancando las tripas. Aprieto y descubro el albor de una sonrisa (mi sonrisa) sobre el tipo que se refleja en el agua. Siento la piel al filo de perder el estado de impermeabilidad, pero ya no importa. La saco y la vuelvo a hundir con más furia. Hasta con un ramalazo de odio. Enseguida descubro que el río no tiene nada que ver con vos. Suelto los ojos, el alma, hasta hacerte desaparecer. Hasta dejar que se cierre el pequeño hueco que dejan mis dedos al salir. Sin embargo la imagen (intuyo que es la mía) persiste en la base del agua. Le escapo, la parto pero sigue ahí. Los ojos mudos, la boca plana, el hoyo al costado de la nariz. Debo ser yo, entonces río o lloro, (en este punto el dolor es el mismo). La estupida expresión de haber dejado escapar el tiempo al lado tuyo. Te odio y me aborrezco por ello. Porque no lo mereces. Ese o cualquier otro sentimiento es mucho para vos. Entonces lo dejo ahí, en la superficie, lo rompo una vez más, lo tomo en forma de agua y me lo pego en la cara. Todo cae en míseras tiritas de agua y ya no hay nada que me haga pensar en vos. Ahora huelo a río, (soy río). Lo llevo en la mano derecha, que coincide con la manija del acelerador. Aplasto el agua, con la espalda de la lancha, reboto en el vientre inflado. Y todo es agua y río. Con las espinas de la velocidad metiéndose de lleno en los ojos. Expandiendo los huecos de la nariz hasta dejarlos ardientes. Curiosamente recién ahora pienso en Panigutti, en Soria, en la estúpida sonrisa de la Gladis. Atendiendo a los viejos desde el mostrador. Aguantando el bollito de dos pesos de propina y en el mismo acto metiéndose la puteada en el culo. Sumando bolsas de odio. Poniendo la cara a la miseria del sueldo. No hay ninguno de nosotros que le escape a eso. A las doce horas de mostrador, al olor a viejo, a la mugre injusta. A la envidia que juntamos cada día al ver al director bajando del auto importado. Se que hoy debiera estar ahí. Comiendo los ravioles, con EL Pocho y Tuqui. El olor a grasa en el pelo, en la ropa, en las mesas del “águila”. Tuco y pesto por quince pesos. Y la acidez gratis. No hoy no.
Aflojo la velocidad solo porque estoy perdido en la conciencia. Y es el río el que me aleja de todo eso. La lancha es solo una excusa. Apago el motor y dejo que la corriente me arrastre. Empale de uno todos los pensamientos ajenos al río. A su color. A la blandura del sol arremangándosele sobre el lomo. Entonces no me queda más que apretar los ojos. Pertenecer a ese rato de felicidad, hasta que la conciencia me lleve otra vez a verte la cara. A la indiferencia, a tu cama fría y oscura.
Al rato hundo la mano, como si le estuviera (te estuviera) arrancando las tripas. Aprieto y descubro el albor de una sonrisa (mi sonrisa) sobre el tipo que se refleja en el agua. Siento la piel al filo de perder el estado de impermeabilidad, pero ya no importa. La saco y la vuelvo a hundir con más furia. Hasta con un ramalazo de odio. Enseguida descubro que el río no tiene nada que ver con vos. Suelto los ojos, el alma, hasta hacerte desaparecer. Hasta dejar que se cierre el pequeño hueco que dejan mis dedos al salir. Sin embargo la imagen (intuyo que es la mía) persiste en la base del agua. Le escapo, la parto pero sigue ahí. Los ojos mudos, la boca plana, el hoyo al costado de la nariz. Debo ser yo, entonces río o lloro, (en este punto el dolor es el mismo). La estupida expresión de haber dejado escapar el tiempo al lado tuyo. Te odio y me aborrezco por ello. Porque no lo mereces. Ese o cualquier otro sentimiento es mucho para vos. Entonces lo dejo ahí, en la superficie, lo rompo una vez más, lo tomo en forma de agua y me lo pego en la cara. Todo cae en míseras tiritas de agua y ya no hay nada que me haga pensar en vos. Ahora huelo a río, (soy río). Lo llevo en la mano derecha, que coincide con la manija del acelerador. Aplasto el agua, con la espalda de la lancha, reboto en el vientre inflado. Y todo es agua y río. Con las espinas de la velocidad metiéndose de lleno en los ojos. Expandiendo los huecos de la nariz hasta dejarlos ardientes. Curiosamente recién ahora pienso en Panigutti, en Soria, en la estúpida sonrisa de la Gladis. Atendiendo a los viejos desde el mostrador. Aguantando el bollito de dos pesos de propina y en el mismo acto metiéndose la puteada en el culo. Sumando bolsas de odio. Poniendo la cara a la miseria del sueldo. No hay ninguno de nosotros que le escape a eso. A las doce horas de mostrador, al olor a viejo, a la mugre injusta. A la envidia que juntamos cada día al ver al director bajando del auto importado. Se que hoy debiera estar ahí. Comiendo los ravioles, con EL Pocho y Tuqui. El olor a grasa en el pelo, en la ropa, en las mesas del “águila”. Tuco y pesto por quince pesos. Y la acidez gratis. No hoy no.
Aflojo la velocidad solo porque estoy perdido en la conciencia. Y es el río el que me aleja de todo eso. La lancha es solo una excusa. Apago el motor y dejo que la corriente me arrastre. Empale de uno todos los pensamientos ajenos al río. A su color. A la blandura del sol arremangándosele sobre el lomo. Entonces no me queda más que apretar los ojos. Pertenecer a ese rato de felicidad, hasta que la conciencia me lleve otra vez a verte la cara. A la indiferencia, a tu cama fría y oscura.
Rita, Alicia Sabella, lunes de 14 a 16 hs.
Dejo atrás la avenida y camino por el callejón. Aprieto el pucho entre los labios, mientras mi mano en el bolsillo estruja la carta que recibí desde Chivilcoy.
Bastaron unas líneas para que mi hermana me contara la enfermedad de mamá. Entonces un sentimiento postergado me asalta de golpe, la extraño y no quiero perderla.
Hago un inventario rápido de mis ahorros, tal vez me alcancen para un pasaje de ida. Me siento desvalida.Desde hace tiempo mi relación con Rudy se volvió difícil. Enojos, gritos, reproches y mi sensación de fracaso.Escucho las excusas atolondradas, pueriles, falta de trabajo, vergüenza porque se sostiene con mi dinero. Sin embargo las ausencias prolongadas y su desamor descubren lo que está oculto.
Entro en el teatro por la parte trasera, empujando la puerta que custodia el Turco. Un vaho impuro satura el pasillo mal alumbrado. El público espera.Conozco ese desfile de rostros trasnochados, percibo cada gesto, cada voz, aunque desaparezcan entre las luces tenues y el humo enrarecido.
Al comenzar la música, me muerde el miedo. No quiero pensar.
Vamos, Rita, hacé de cuenta que estás sola, me dice Gilda.
Bajo la escalinata envuelta en una capa brillosa. Un temblor me detiene.
Dale, piba, me apura el Turco.
Sonrío. Empiezo a deslizarme con gracia aprendida, me reciben silbidos y gritos. Los movimientos fueron ensayados calculados, pero deben tener la apariencia de únicos y espontáneos. La jauría de mirones se entusiasma. Una duda no deja de acecharme: ¿Será grave la enfermedad de mi vieja?
La melodía sensual se articula con mi cuerpo, me acompaña con su cadencia y respira a través de mi piel maquillada. Al descuido, lentamente, dejo caer los breteles del corpiño que vuela por el aire haciendo piruetas. De espaldas al público, oigo las respiraciones agitadas y las palabras groseras ¿Cómo será la vida sin Rudy?
Los enfrento, desafiante. Aúllan de placer, tratan de llegar con sus manos ávidas y el Turco vigila. Suelto la falda sedosa que flotando entre susurros se demora en la caída. Estallan los alaridos, aplauden, se descontrolan. Un haz de luz azulada me encandila y tengo frío.
Bastaron unas líneas para que mi hermana me contara la enfermedad de mamá. Entonces un sentimiento postergado me asalta de golpe, la extraño y no quiero perderla.
Hago un inventario rápido de mis ahorros, tal vez me alcancen para un pasaje de ida. Me siento desvalida.Desde hace tiempo mi relación con Rudy se volvió difícil. Enojos, gritos, reproches y mi sensación de fracaso.Escucho las excusas atolondradas, pueriles, falta de trabajo, vergüenza porque se sostiene con mi dinero. Sin embargo las ausencias prolongadas y su desamor descubren lo que está oculto.
Entro en el teatro por la parte trasera, empujando la puerta que custodia el Turco. Un vaho impuro satura el pasillo mal alumbrado. El público espera.Conozco ese desfile de rostros trasnochados, percibo cada gesto, cada voz, aunque desaparezcan entre las luces tenues y el humo enrarecido.
Al comenzar la música, me muerde el miedo. No quiero pensar.
Vamos, Rita, hacé de cuenta que estás sola, me dice Gilda.
Bajo la escalinata envuelta en una capa brillosa. Un temblor me detiene.
Dale, piba, me apura el Turco.
Sonrío. Empiezo a deslizarme con gracia aprendida, me reciben silbidos y gritos. Los movimientos fueron ensayados calculados, pero deben tener la apariencia de únicos y espontáneos. La jauría de mirones se entusiasma. Una duda no deja de acecharme: ¿Será grave la enfermedad de mi vieja?
La melodía sensual se articula con mi cuerpo, me acompaña con su cadencia y respira a través de mi piel maquillada. Al descuido, lentamente, dejo caer los breteles del corpiño que vuela por el aire haciendo piruetas. De espaldas al público, oigo las respiraciones agitadas y las palabras groseras ¿Cómo será la vida sin Rudy?
Los enfrento, desafiante. Aúllan de placer, tratan de llegar con sus manos ávidas y el Turco vigila. Suelto la falda sedosa que flotando entre susurros se demora en la caída. Estallan los alaridos, aplauden, se descontrolan. Un haz de luz azulada me encandila y tengo frío.
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