Soy un pito, trozo de madera de caña, con agujeros, colores llamativos
sobre la superficie. La más barata de las artesanías del Mercado de Oaxaca,
Méjico, para que me compren todos, en especial, las madres de los pequeños.
Ellas acuden, les gusto, quieren reemplazar la vocinglería infantil por
sonidos, que a veces, se transforman en estridentes coros de pájaros de la
selva.
Me hacen bonido, para atraer las miradas mayores; me pintan primorosas
florecitas, resaltando el vibrante color del fondo, que los niños ni siquiera
distinguen. Ellos sólo toman el cilindro perforado, acercan sus boquitas
ansiosas y soplan, soplan.
Soy un pito estudioso, leo mucho, sobre mis orígenes, mis parientes de
otros continentes y en el Mercado, platico con paisanos y extranjeros, lectores
como yo y me dicen que los "aerófonos" tenemos miles de años de
existencia.
Sí, así le dicen los intelectuales. Aerófonos, o sea, instrumentos que
provocan sonidos al mover el aire contenido en los tubos de madera o metal, de
su estructura.
Mi parienta de Argentina, la flauta tucumana, es más grande que yo,
tiene 7 agujeros y 33 cm., pero hay uno mayor, el Erke, de 3 a 5 m. de
longitud, que cuando suena, semeja el bramido de un animal y es capaz de romper
los hielos de las montañas.
Mi deseo mayor, es ser un oboe de orquesta clásica.
Cuando termina la jornada, los artesanos bajan las lonetas que cierran y
cobijan los puestos, guardando todos los elementos, hasta otro amanecer.
Dedicado al descanso, leo, estudio, practico, duermo y sueño; que el
dios de mis ancestros transforma mi humilde caña en madera noble, me alarga lo
necesario, agrega otras cosas más para convertirme en un "oboe de
amor", que es el que se usa en la interpretación del
"Magnificat".
Ustedes saben qué es el Magnificat? Es música celestial, compuesta por
un señor llamado Juan Sebastián, es el Cántico de la Virgen en los oficios
religiosos en las Vísperas Navideñas del sigloXVIII.
A mí me gusta la música que acompaña el texto que dice:" porque
puso sus ojos en la humildad de su esclava".
La siento vibrar en mi interios y sé que puedo ejecutarla como él quiso.
Pero nadie me cree, porque cuando al día siguiente me prueba un infante
que no llega al tablón de la mesa en la que estoy expuesto, el sonido que emito
parece el de un cuervo, más que un canto virginal.
El niño no sabe de mi deseo, pero si me lleva, comenzará a transitar por
un sendero, el de mi ilusión.
Es probable que dentro de algunos años, este acorde que tengo muy
adentro y muy afuera, se mezcle con madera y metal y dedos jóvenes y
polvorientos genes, pulsen las llaves del instrumento y de mi deseo.
Así conmoverán auditorio, seres invisibles, creadores y cañitas
abandonadas en la manta del Artesano paciente, de un Mercado cósmico y eterno.
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