Vuelvo al balcón, entre los
edificios un cielo fragmentado por miles de cables con una luna pálida. Parece
una sonrisa torcida. No hay estrellas, las luces de la ciudad las apagan con
sus reflejos artificiales.
Abajo, a escasos tres pisos de distancia,
los que aprendieron a sobrevivir, caminan sin percatarse del peligro que los
acecha. Algunos son más sobrevivientes que otros. Salen y entran a los
negocios, toman taxis, dilapidan tiempo. Sus ojos no se percatan de la
gigantesca tela de araña que sofoca el cielo. Iluminados por el blanco mercurio
se sienten inmortales. Pobres corderos, pienso.
Entre las líneas negras que tejen
la enorme red, me parece divisar la sombra del arácnido que pronto nos
fagocitará a todos. Me asalta la idea de huir, correr sin pensar en lo que dejo
atrás. Llegar a la estación y saltar al primer tren que salga para el pueblo.
Un deseo casi infantil de seguridad dibuja una sonrisa en mi cara.
El cielo nocturno del pueblo tiene
la profundidad de la azul noche, tiene una luna brillante y montones de
estrellas. Bajo el cielo de mi pueblo yo soy inmortal.
Textos : Verónica Martinez –
Taller lectura y escritura
/ Fotos: Ana María Castro Serie
Cables y Adriana Alegre – Taller de
Fotografía
No hay comentarios.:
Publicar un comentario