miércoles, octubre 08, 2008

Integrante: Nito Bruzzese - Curso: Lunes de 17.30 a 19.30


Consigna


"Pocas cosas debe haber tan inestables, tan inseguras, como una vaca colgando de una cuerda desde un octavo piso, pero bien, lo cierto es que cuando levanté la persiana, aún somnoliento apesar de que eran las nueve y media de la mañana, para iluminar mi habitación, la ví..."

Pablo Saffarano, La Equilibrista Exótica


El colectivo traqueteaba su recorrido por la avenida Independencia. Una mano sobre
el barral y la otra sujetando el portafolios que abrigaba lapiceras, una carpeta y algunos apuntes, entre ellos una consigna de taller de escritura al que asisto todos los lunes. La coordinadora nos había dado un pequeño fragmento de un
escrito, de un autor a quien no conocía. El tema giraba alrededor de un tipo que, al levantar la persiana de su casa, en un octavo piso, había encontrado que una vaca mordía una cuerda que la tenía suspendida en el vacío, frente a una ventana de su departamento. Usen este texto como disparador y escriban, nos vemos el próximo lunes. Pero qué inspiración podría alentarse con la lectura de ese grotesco. Una ridiculez inasociable con cualquier intento de narra cualquier cosa.
Una vaca colgada. Qué historia se me podría disparar imaginando lo absurdo de un animal pendiendo de una cuerda, y justo en la ventana del narrador, casi en su casa. En fín, así son las afectadas ideas de quienes tratamos de abordar el misterioso mundo de las artes. Qué le habrá hecho pensar a la coordinadora, de la que uno se da cuenta que conoce bien el tema, que una vaca colgada puede estimular la creación de una historia. Bajé del colectivo. Una mano sujetando el protafolios, la otra apoyada en la región lumbar, que daba la sensación de haberse desacomodado en los baches de la avenida Independencia. Caminé las dos cuadras que separan la parada de la puerta de mi casa, tratando de encontrar alguna fantasía que se ajustara a la consigna. Entré. Vivo con la eterna depresión de Claudia, mi mujer, en una vieja casa con tres habitaciones, que respiran aventanadas a un patio, donde una enredadera se perpetúa prendida a unos caños que la sostienen en lo alto. Ya era noche. Me sorprendió oír un chillido de roce metálico, como de bisagras sin aceitar. Levanté la mirada y vi que, un alambre sujeto a uno de los caños, se bamboleaba provocando ese chillido que me había sorprendido. Siguiendo la línea descendiente del alambre, bajé la vista y por un segundo recordé la consigna del taller. No era ridícula, ni gorda como había imaginado a la vaca, pero ahí estaba la sinrazón del escrito y el grotesco de su decisión. La figura de Claudia, mi querida Claudia, se hamacaba del otro extremo del alambre.

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