domingo, diciembre 29, 2013

Otro libro de arena, Cristina Diez

Había una vez un libro con tantas historias que era imposible leerlo.  Viajaba en una carreta que trajinaba por caminos pedregosos y solitarios. En estos trayectos, los personajes se mezclaban y se perdían en otras épocas y en otras vidas que no les pertenecían. Por eso, el libro era para su dueño, un titiritero que iba de comarca en comarca, un objeto inquietante: nunca se agotaba su trama.
          Cierto día, un campesino que recogió en las afueras de  la última aldea habló de una bruja benévola que hacía maravillas y adivinaciones. El titiritero encontró con dificultad la choza, siguiendo las indicaciones de su compañero de camino.
          La anciana arrugadita y desdentada lo recibió con  llaneza. Sus manos resecas y callosas tomaron el volumen y recorrieron las tapas gruesas y las hojas rústicas.
          -Ya no es un libro – le dijo-; es un sueño, una ciudad, las montañas,  el cielo y el infierno, el río y la  laguna, y es la tierra y tu vida y la mía y la de todos, tu amigo y tu enemigo, las mujeres que te amaron y las que no te conocieron, los niños, tus muñecos, el hambre y el alimento, un cofre de riquezas y tu pan duro de cada día, es tus ojos cuando lo recorren pasmados y los míos que ya no ven.
          El titiritero le dio una moneda, salió a la tarde rojiza y subió al pescante.

          Antes del anochecer definitivo, hizo un pozo al costado del camino y lo enterró. Las primeras estrellas naufragaron en sus lágrimas.

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