jueves, junio 20, 2013

Imagen y Palabra - Relatos y Fotos

La inundación



El viejo hacía torta fritas en la casucha cuyas goteras se agrandaban con la lluvia. Única comida, único refugio en la vastedad de los olvidos. La masa habrá levado con la angustia, pensó ante la posible inundación cuando las cuatro gotas locas rebasaban el arroyo, lejano a los poderosos. Deseó que la hija y el nieto llegasen a tiempo del cirujeo. Él solía ir con ellos pero –en ese entonces- las piernas no le sostenían la espalda y sólo esperaba con el recuerdo de carpintero y culpa por la miseria.
La grasa se licuó por el calor tanto como los nylons del techo lo hacían por el agua. Con su cuerpo protegió al débil fuego del tifón entrante por  la puerta vestida de arpillera. Hubiera peleado con el cielo por esas brasas.
La tarde ennegreció; las gotas devinieron piedras; las nubes liberaron cataratas. El río de lodo lo vencía, el espanto  le sumó vejez. Al abandonar la casilla temió morir sin volver a verlos.
Rogó con desesperación: Dios respondéme ésta, las que  antes desoíste ahora no cuentan. Pero apuráte, el agua ya está acá y ellos no. Traémelos sanos. Y se persignó. La repitió más de cien veces en tanto se ataba a un árbol con las sogas quitadas de los palos que sostenían en pie a  la miserable casa, negándose a sucumbir junto al caserío. La oscuridad del amanecer fue testigo del lloro por sus amores mientras el riacho mortal oleaba sobre los ranchos y el corazón.
Alguien lo desató. Chapoteaba en el barro; se ahogaba en remolinos de mugre y  llanto, pero no iba a desistir hasta encontrarlos. Bomberos, hospitales, escuelas no dieron respuesta.
Tres días. Una semana. Las cifras oficiales le mentían a la pena sabedora de certezas.  Ante cierto comentario caminó errático hacia el depósito donde hallaron cuerpos. Y el último rayo lo hirió de muerte. Un niño, el sobreamado, ido para siempre sobre restos de cartones. Una joven, la querida, en viaje eterno dentro de un auto estéril para el amparo.
Luego de reclamarlos con la escasa fuerza del alma, el entierro politiquero fue aquel día de sol. No pudo decir nada; tampoco quiso gritar, sólo pasó.
Deambulaba en duelo y con pocos latidos hasta caer sobre la vereda del final. Los anteojos volaron como él hacia los suyos.

                                       Bárbara Benítez  / ombarbarelaom@hotmail.com
Fotos: Dormir con la almohada de basura: Raphael Ríos /                                        
La alfombra de los sueños: Edir Romero / Soledad: Manuel Valencia



3 comentarios:

maria cristina dijo...

Cuánto dolor, muy buen relato Bárbara.

Unknown dijo...

Me convierto en blogera. No soy la cubana.

Alicia

Unknown dijo...

Muy buena la idea Adri.