Es el único
sonido que puede pronunciar. ¿Cómo pretende este tipo que le responda si lo
tiene con la boca abierta mientras sondea con cruel pericia su dentadura?.
Distinto sería si estuvieran en un café, frente a frente, y el energúmeno le
hubiera contado lo mismo. Diría entonces “¡Ahh, qué curioso!” O en el cine, mirando una de acción y cuando
todo el edificio vuela por los aires, ambos dirían “¡Ahh, qué exagerado!
Su madre
solía reprenderlo por su vocabulario limitado, nunca entendió por qué. ¿Qué
tiene de malo responder “Ahh” al comentario: “Llegaste más tarde hoy” O
sentarse a la mesa y, al ver el plato del día, murmurar : “Ahh, me hubiera
quedado a comer en lo de mi amigo.” ¿Acaso preferiría que dijese todo lo que
pensaba? No sería saludable para ninguno.
Tal vez el
dentista lo sabe, y por eso pregunta cuando no se le puede responder. Armado
ante el paciente, lo ataca en su momento de mayor indefensión, con una sonrisa
inamovible en su rostro. Habla y comenta, comenta y pregunta, responde y no
escucha.
¿Acaso no
es siempre así? ¿Cuántos “ahh” esconden verdades no dichas, dudas no
manifestadas, dolores escondidos? ¿Podrá alguien algún día llenar ese vacío de
palabras que esconden todos los “ahh” que se han largado al mundo? ¿Qué
traductor se necesita para poder interpretar lo que tan celosamente se guarda
en esas letras que no dicen nada y lo dicen todo?
Algún día,
cuando seres de otros planetas nos observen, comentarán curiosos: “Estos bichos
humanos son más peligrosos de lo que pensamos. Tienen una forma de comunicación
muy extraña. A menudo no hablan y sin embargo todos parecen entenderse. Habrá
que indagar, quién sabe qué cosa rara están planeando. Ese “ahh” debe ser un
código secreto.”
Pilar Cuevas
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