jueves, enero 10, 2013










Vuelvo al balcón, entre los edificios un cielo fragmentado por miles de cables con una luna pálida. Parece una sonrisa torcida. No hay estrellas, las luces de la ciudad las apagan con sus reflejos artificiales.







Abajo, a escasos tres pisos de distancia, los que aprendieron a sobrevivir, caminan sin percatarse del peligro que los acecha. Algunos son más sobrevivientes que otros. Salen y entran a los negocios, toman taxis, dilapidan tiempo. Sus ojos no se percatan de la gigantesca tela de araña que sofoca el cielo. Iluminados por el blanco mercurio se sienten inmortales. Pobres corderos, pienso.




Entre las líneas negras que tejen la enorme red, me parece divisar la sombra del arácnido que pronto nos fagocitará a todos. Me asalta la idea de huir, correr sin pensar en lo que dejo atrás. Llegar a la estación y saltar al primer tren que salga para el pueblo. Un deseo casi infantil de seguridad dibuja una sonrisa en mi cara.



El cielo nocturno del pueblo tiene la profundidad de la azul noche, tiene una luna brillante y montones de estrellas. Bajo el cielo de mi pueblo yo soy inmortal.

Textos : Verónica Martinez – Taller lectura y escritura
/ Fotos: Ana María Castro Serie Cables y  Adriana Alegre – Taller de Fotografía



No hay comentarios.: