domingo, diciembre 29, 2013



El café literario "La piedra en el estanque" realizó seis encuentros en su Edición 2013, en el bar de la BCN, Alsina 1835 - Planta Baja. Los textos leídos forman parte de la producción que los escritores y escritoras de "La piedra en el estanque" realizan en el taller de escritura. Cada encuentro cuenta con la presencia de invitados especiales de otras áreas: música, teatro, coro, narradores, escritores de otros talleres,  para reunir distintas miradas sobre el arte de la palabra y su múltiples maneras de manifestarse. 

Otro libro de arena, Cristina Diez

Había una vez un libro con tantas historias que era imposible leerlo.  Viajaba en una carreta que trajinaba por caminos pedregosos y solitarios. En estos trayectos, los personajes se mezclaban y se perdían en otras épocas y en otras vidas que no les pertenecían. Por eso, el libro era para su dueño, un titiritero que iba de comarca en comarca, un objeto inquietante: nunca se agotaba su trama.
          Cierto día, un campesino que recogió en las afueras de  la última aldea habló de una bruja benévola que hacía maravillas y adivinaciones. El titiritero encontró con dificultad la choza, siguiendo las indicaciones de su compañero de camino.
          La anciana arrugadita y desdentada lo recibió con  llaneza. Sus manos resecas y callosas tomaron el volumen y recorrieron las tapas gruesas y las hojas rústicas.
          -Ya no es un libro – le dijo-; es un sueño, una ciudad, las montañas,  el cielo y el infierno, el río y la  laguna, y es la tierra y tu vida y la mía y la de todos, tu amigo y tu enemigo, las mujeres que te amaron y las que no te conocieron, los niños, tus muñecos, el hambre y el alimento, un cofre de riquezas y tu pan duro de cada día, es tus ojos cuando lo recorren pasmados y los míos que ya no ven.
          El titiritero le dio una moneda, salió a la tarde rojiza y subió al pescante.

          Antes del anochecer definitivo, hizo un pozo al costado del camino y lo enterró. Las primeras estrellas naufragaron en sus lágrimas.

Magnificat, Delia Takara



Soy un pito, trozo de madera de caña, con agujeros, colores llamativos sobre la superficie. La más barata de las artesanías del Mercado de Oaxaca, Méjico, para que me compren todos, en especial, las madres de los pequeños.
Ellas acuden, les gusto, quieren reemplazar la vocinglería infantil por sonidos, que a veces, se transforman en estridentes coros de pájaros de la selva.
Me hacen bonido, para atraer las miradas mayores; me pintan primorosas florecitas, resaltando el vibrante color del fondo, que los niños ni siquiera distinguen. Ellos sólo toman el cilindro perforado, acercan sus boquitas ansiosas y soplan, soplan.
Soy un pito estudioso, leo mucho, sobre mis orígenes, mis parientes de otros continentes y en el Mercado, platico con paisanos y extranjeros, lectores como yo y me dicen que los "aerófonos" tenemos miles de años de existencia.
Sí, así le dicen los intelectuales. Aerófonos, o sea, instrumentos que provocan sonidos al mover el aire contenido en los tubos de madera o metal, de su estructura.
Mi parienta de Argentina, la flauta tucumana, es más grande que yo, tiene 7 agujeros y 33 cm., pero hay uno mayor, el Erke, de 3 a 5 m. de longitud, que cuando suena, semeja el bramido de un animal y es capaz de romper los hielos de las montañas.
Mi deseo mayor, es ser un oboe de orquesta clásica.
Cuando termina la jornada, los artesanos bajan las lonetas que cierran y cobijan los puestos, guardando todos los elementos, hasta otro amanecer.
Dedicado al descanso, leo, estudio, practico, duermo y sueño; que el dios de mis ancestros transforma mi humilde caña en madera noble, me alarga lo necesario, agrega otras cosas más para convertirme en un "oboe de amor", que es el que se usa en la interpretación del "Magnificat".
Ustedes saben qué es el Magnificat? Es música celestial, compuesta por un señor llamado Juan Sebastián, es el Cántico de la Virgen en los oficios religiosos  en las Vísperas Navideñas del sigloXVIII.
A mí me gusta la música que acompaña el texto que dice:" porque puso sus ojos en la humildad de su esclava".
La siento vibrar en mi interios y sé que puedo ejecutarla como él quiso.
Pero nadie me cree, porque cuando al día siguiente me prueba un infante que no llega al tablón de la mesa en la que estoy expuesto, el sonido que emito parece el de un cuervo, más que un canto virginal.
El niño no sabe de mi deseo, pero si me lleva, comenzará a transitar por un sendero, el de mi ilusión.
Es probable que dentro de algunos años, este acorde que tengo muy adentro y muy afuera, se mezcle con madera y metal y dedos jóvenes  y polvorientos genes, pulsen las llaves del instrumento y de mi deseo.
Así conmoverán auditorio, seres invisibles, creadores y cañitas abandonadas en la manta del Artesano paciente, de un Mercado cósmico y eterno.
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El despertar sexual de una chica con permanente, María Angélica Larocca


¿A ver ese pelo? Y como ya creció y los rulitos de la permanente se están disolviendo se que es la hora de la tortura.
¿Por qué tengo el pelo lacio, por qué atravesar la ciudad con la cabeza pegoteada de ese líquido blanco que deja un polvo que parece talco encima de los tirabuzones apretados, por qué todos nos miran y yo me muero de vergüenza, por qué me están creciendo las tetitas, por qué me visten igual que a mi hermana, por qué, por qué tengo rabia?
Porque si y no se habla más. Mamá no habla ella ordena y hay que cumplir y como yo soy buena ¿soy buena? Bueno soy buena,  entonces no pregunto también siento otras cosas pero preguntan los que no saben y en la escuela la señorita Olga dice que se nota que los que preguntan mucho son tontos ella no dice tontos pero yo le veo la cara.
¿Por qué no me hace una cola de caballo o trenzas como a las otras chicas? -Porque tu pelo parece estopa-. ¿Qué será la estopa? No sé pero si ella lo dice debe ser algo parecido a mi pelo así duro pajoso eso es, como paja ,eso también me dice pelo pajoso.- tenés pelo pajoso- es feo y claro con la permanente queda prolijito todos los rulitos iguales pegados a la cabeza.
¿Por qué quiere hacernos la permanente? ­–Para que estén prolijas y no perder tiempo- dice suave pero inconmovible cuando mi hermana protesta porque yo nunca digo nada, yo me porto bien.
El tiempo. Mi mamá tiene un reloj hasta en el culo. Todo se hace a horario. Doce y cuarto se almuerza , tres de la tarde mate con la abuela, cuatro y media la leche, ocho en punto cena. Mamá es como un general y nosotros obedecemos menos mi hermana que salió rebelde como tía Irma que es la hermana de mi papá y que es grande y todavía no se casó y encima fuma.
Hoy llegamos del colegio y almorzamos -¿Tienen muchos deberes?- Limpia todo rápido y se sienta con nosotras hay que terminar la tarea antes de las dos, el viaje es largo la peluquería queda en la calle Virrey Ceballos solo sé que es cerca de la fábrica  de pilotos Aironal donde trabaja tía Bethy que también se hace la permanente y con razón se levanta a las cuatro de la mañana.
¿Por qué vamos tan lejos? ¿No hay peluquerías en mi barrio? Si hay yo no sé pero sé que a esta vamos porque es barata y por eso no nos lavan la cabeza porque se paga aparte y tenemos que comprar la heladera y mi papá no quiere en cuotas como el padre de la Chiny que porque es empleado y tiene un sueldo a fin de mes puede pero, mi papá trabaja en casa, por eso yo pongo comerciante cuando en el colegio hay que completar datos del padre, entonces si no hay pedidos, que es cuando no suena el teléfono , no hay plata.
La peluquería es en el garaje de una casa la señora atiende y el marido la ayuda. No es como las peluquerías de las películas que vemos los miércoles que vamos al cine porque es día de damas y es más barato. Acá nos sentamos en sillas comunes y solo hacen permanente no hay secadores ni espejos ni nada.
Llegamos y al saludar veo al rubio. Es grande tendrá como quince o veinte tiene un guardapolvo blanco como los de los doctores. Hay ¿por qué será tan lindo? Se parece al de amor sin barreras. Me muero. Siento que me suben los colores y siento cosas como cuando veo los besos en las fotonovelas por eso será que la hermana Adriana dijo que es pecado leer eso y yo le dije a mamá que no me compre más la María Rosa pero cuando el cura me preguntó no le dije que la leía.
Estoy alborotada , codeo a mi hermana, me mira con ojos de carnero degollado. ¿Cómo mirarán? no sé . Mi mamá lo dice cuando  abrimos los ojos porque no entendemos pero como ella vivió en el campo vio muchos carneros cuando los mataban. La cuestión es que mi hermana sigue en la suya . Lo que pasa es que ella todavía juega a las muñecas en cambio yo ya soy señorita pero no se lo puedo decir a nadie y menos a mi hermana y tampoco en la escuela por eso sigo jugando a la casita  pero el  otro día cuando Ramón que es grande pero me conoce de chiquita me dijo adiós manzanita me di cuenta que además de crecerme las tetitas me pongo colorada cuando me saludan los chicos.
¿Qué será esto de ser señorita? Escuché a mi mamá que le decía a mi abuela que era una lástima que me vino y que soy tan chica . Me dio un libro que seguro se lo dio tío Guillermo porque es el que más lee .Había algo del aparato del hombre y de la mujer pero no entendí nada y me dio vergüenza preguntar porque los  dibujos  eran raros, seguro que mi mamá no lo vio y por ahí  hace lio .
Tenía la esperanza  de que el rubio me pusiera aunque sea el líquido oloroso pero, está en la pileta. El solo lava  o sea que me contento con mirarlo sin que se dé cuenta mi mamá.
La permanente es una ceremonia horrible y además dolorosa esos ganchos de hierro están al rojo vivo y a pesar del algodón siento que me queman.-Dónde- pregunta mamá. Le señalo.-No seas ñañosa-. Digo- me quema- un poco más fuerte para ver si el rubio viene en mi auxilio pero ella rápida se da cuenta y acercándose para que nadie la oiga me dice-¿qué estás mirando? Bajo la vista porque sé que estoy condenada y mientras sigo quemándome por dentro y por fuera escucho la sentencia-vos lo que querés es que venga el chico- entonces se que no me cree y me rindo.
Volvemos a casa con la cabeza blanca , duros los rulos como de yeso. La gente nos mira y en el cuello, detrás de la oreja me aparece una ampolla grande al tocarla está caliente como mi rabia .-Mamá tiene todo colorado mirá- grita mi hermana que es una escandalosa. –Te dije que me quemaba- digo por lo bajo para que no se enoje pero que se dé cuenta que no mentía. -¿Esto? No es nada y no le dio la menor importancia creo que ni miró, pagamos le dimos un beso a la peluquera el rubio miraba pero ni se acercó con la cara que tenía mi mamá , pobre estaría muerto de miedo.
Cuando me toco la cicatriz pienso que le costaba mirar, decir me equivoqué.- ¿Te duele? -pero no dijo nada.

María Angélica Larocca

lunes, julio 08, 2013

Leyenda del Riachuelo, Pilar Cuevas


 Hace muchos años llegaron al barrio de Nueva Pompeya numerosas familias de inmigrantes procedentes de distintos países. Eran tiempos de río navegable, puente Alsina abierto al paso de pequeñas naves, o alzado para impedir la llegada de hordas indeseables que venían de la provincia.
Dicen que convivían en el barrio, en la calle Falucho, dos familias rivales. Rivales en lo económico y en lo político. Simón Pérez, comerciante de origen español venido de Santa Fe, formó una hermosa familia. Su vecino de enfrente, Pascual Impagliazzo, constructor del norte de Italia, se casó con la hija de un amigo de su pueblo y tuvo con ella seis hijos.
Simón, hijo de anarquistas, creyó ver en el peronismo naciente el futuro de su familia. Impaggliazzo, por el contrario, detestaba el ascenso de tanto cabecita negra. Allá en Italia había padecido compartir luchas y comida con los morochos del sur que llegaban a su lugar para saciar el hambre. Detestaba en especial a ésa, la “abanderada de los pobres”, a la que tanto amaba Simón. Ninguno de ellos ocultaba sus ideas, las proclamaban a viva voz. Ambos ostentaban progreso económico mejorando hasta el hartazgo la apariencia de sus casas. Las fachadas se pintaban, se adornaban, se lucían con los mejores materiales.
Dicen que los hijos, ajenos a las disputas de los padres, jugaban en la calle de tierra sin hacer diferencias entre ricos y pobres, rubios y morenos, criollos e inmigrantes.
Amelia Impagliazzo, rubia como pocos, tenía quince años cuando descubrió el amor en los besos del moreno Adolfo Pérez. En medio de una escondida que jugaba toda la cuadra, los dos supieron de inmediato que su amor no sería sencillo.
Acudieron a sus madres, con la esperanza de que los comprendieran. Mujeres de otros tiempos, no se atrevieron a desafiar el poder patriarcal. Intentaron en vano desalentar a los enamorados, buscaron el apoyo de los hermanos mayores, hasta los llevaron a hablar con el cura de Pompeya, que les aconsejó obediencia y docilidad.
Dicen que Pascual y Simón nunca se enteraron de lo que ocurría. El hermetismo de las mujeres ocultó todo, excepto la tristeza en el rostro de los jóvenes. Los jefes de familia no se ocupaban de los hijos. Cosa de mujeres.
Amelia y Adolfo escapaban de las miradas de los otros a orillas del río, lloraban, sufrían, planeaban cómo escapar.
Dicen que una tarde de otoño Adolfo le pidió a Amelia que huyera con él. A pesar del temor, ella accedió. Acordaron encontrarse en la esquina de Alcorta y Pepirí el sábado después de la cena. Un amigo le prestaría un bote para irse lo más lejos posible.
El poder no admite fisuras. Los padres notaron, por primera vez, miradas cruzadas entre los chicos, el nerviosismo de Adolfo y Amelia, las madres desatentas en sus tareas. Ellos, que nunca veían más allá de lo suyo, esa noche olieron algo.
Dicen que salieron a la vereda y se encontraron. Los saludos siempre negados, las miradas despectivas, todo el odio y la rivalidad les cayeron encima como una pared derrumbada.
Los enamorados navegaban en silencio por las aguas oscuras. Los padres llegaron corriendo, desesperados. Sus voces autoritarias no lograron detenerlos. El río,  a medida que se alejaban, se cerraba detrás de ellos.
Dicen que desde ese día nadie pudo navegar ese río transformado en una masa negra, inmunda.
Dicen también los viejos del barrio que fue doña Segunda, la bruja de la calle Romero, quien lanzó un conjuro para ayudar a los amantes.
Y dicen algunos soñadores que un día, no se sabe cuándo, las aguas volverán a ser limpias, como lo fueron antes, cuando el amor pueda vencer los odios y las diferencias, cuando el río y el puente sean lazos de unión, y no instrumentos de distancia y separación.
                  Pilar Cuevas

                                                 

Mutaciones, Cristina Diez

En la oscuridad del estudio hay una biblioteca. En la biblioteca, cierto libro entre muchos.
El libro es una colección de leyendas orientales En el sector del índice empieza la insurrección. Los títulos y los números romanos se deshacen y forman dos manos. Las manos destejen la trama narrativa durante varias noches. Finalmente, sólo quedan las letras doradas de las tapas y el lomo. Ahora el libro es un estuche que guarda dos ovillos negros.
Pasa algún tiempo. Se remata la casa. El comprador, hombre solvente, trae un ejército de empleadas domésticas para hacer la limpieza. Mientras apilan los volúmenes en el suelo para desempolvar los estantes, una de ellas descubre el cofre y lo abre. Se queda asombrada y complacida. ¿A quién podría interesarle un costurero con forma de libro? Lo guarda sin que la vean y lo lleva a su casa.
Pone los ovillos en la bolsa de lanas sobrantes, con las que teje cuadrados para armar frazadas, y dispone la caja como un adorno extraño en la mesa de noche.
Agotada, se acuesta y apaga la luz. Entonces, la tapa del estuche se levanta y el objeto empieza a contar las historias deshiladas. Cada noche el cuarto frío y pobre se puebla de seres increíbles, embarcaciones, perfumes, palacios, océanos, risas, música, llantos, magia, amor, aventuras, tormentas...Cada noche la mujer se va a dormir ansiosa y feliz, esperando que siga el relato.
Tanto se apasiona que empieza a tener insomnio. Ahora, mientras escucha la narración, saca los restos de lana que ha guardado y empieza a tejer un cuadrado negro, otro blanco, otro rojo... Durante todo el otoño agota las lanas y, no sólo asegura su abrigo y el de los suyos, sino que regala mantas a varios vecinos.
Pronto descubre que ya no tejerá más. La caja parlanchina se ha cerrado en un mutismo prolongado y –ella lo intuye- definitivo.
En adelante, después del trajín diario, les cuenta a sus hijos y a los de otros lo que oyó durante cada noche de cada mes. El brillo de las miradas y el silencio expectante son el espejo que le devuelve su propia imagen de oyente en silenciosa maravilla.
Y comprende todo. Todo lo que tiene que comprender: se ha convertido en una narradora oral



jueves, junio 20, 2013

Imagen y Palabra - Relatos y Fotos

La inundación



El viejo hacía torta fritas en la casucha cuyas goteras se agrandaban con la lluvia. Única comida, único refugio en la vastedad de los olvidos. La masa habrá levado con la angustia, pensó ante la posible inundación cuando las cuatro gotas locas rebasaban el arroyo, lejano a los poderosos. Deseó que la hija y el nieto llegasen a tiempo del cirujeo. Él solía ir con ellos pero –en ese entonces- las piernas no le sostenían la espalda y sólo esperaba con el recuerdo de carpintero y culpa por la miseria.
La grasa se licuó por el calor tanto como los nylons del techo lo hacían por el agua. Con su cuerpo protegió al débil fuego del tifón entrante por  la puerta vestida de arpillera. Hubiera peleado con el cielo por esas brasas.
La tarde ennegreció; las gotas devinieron piedras; las nubes liberaron cataratas. El río de lodo lo vencía, el espanto  le sumó vejez. Al abandonar la casilla temió morir sin volver a verlos.
Rogó con desesperación: Dios respondéme ésta, las que  antes desoíste ahora no cuentan. Pero apuráte, el agua ya está acá y ellos no. Traémelos sanos. Y se persignó. La repitió más de cien veces en tanto se ataba a un árbol con las sogas quitadas de los palos que sostenían en pie a  la miserable casa, negándose a sucumbir junto al caserío. La oscuridad del amanecer fue testigo del lloro por sus amores mientras el riacho mortal oleaba sobre los ranchos y el corazón.
Alguien lo desató. Chapoteaba en el barro; se ahogaba en remolinos de mugre y  llanto, pero no iba a desistir hasta encontrarlos. Bomberos, hospitales, escuelas no dieron respuesta.
Tres días. Una semana. Las cifras oficiales le mentían a la pena sabedora de certezas.  Ante cierto comentario caminó errático hacia el depósito donde hallaron cuerpos. Y el último rayo lo hirió de muerte. Un niño, el sobreamado, ido para siempre sobre restos de cartones. Una joven, la querida, en viaje eterno dentro de un auto estéril para el amparo.
Luego de reclamarlos con la escasa fuerza del alma, el entierro politiquero fue aquel día de sol. No pudo decir nada; tampoco quiso gritar, sólo pasó.
Deambulaba en duelo y con pocos latidos hasta caer sobre la vereda del final. Los anteojos volaron como él hacia los suyos.

                                       Bárbara Benítez  / ombarbarelaom@hotmail.com
Fotos: Dormir con la almohada de basura: Raphael Ríos /                                        
La alfombra de los sueños: Edir Romero / Soledad: Manuel Valencia



Imagen y palabra - Relatos y Fotos -


La noche de los deshabitados


 La noche oscura y lacerante cae en la ciudad. Apenas unas lucecitas débiles y titilantes como destellos de flash o imágenes mentales que se borran rápidamente. Pasan, se van, no vuelven jamás. Así en medio de la penumbra, entre lo descartable e inútil aparecen sombras errantes, fantasmas que se corporizan  en seres humanos. Nadie circula por las calles. Hay miedo. . Blanco y negro con algunas tonalidades de grises.
Estrellada, literalmente arrojada desde la galaxia de la indiferencia y frivolidad está Lucía. En el callejón de los sueños olvidados, entre aquellos que nadie echa de ver o con mirada estrábica  ignoran y siguen su camino sin desviar un paso ni ubicarse en las coordenadas de la realidad que nos sobrepasa. Hace frío, unos cartones olvidados por sus amigos recicladores  le sirven de lecho. Su cuerpo cansado de deambular como sonámbula  todo el día por laberintos inciertos, reposa con dificultad. La campera le sirve de almohada entre los duros adoquines. Sus pies, descalzos ..Sus brazos, entrecruzados para sentir más calor.
 Hace tiempo que anda sin rumbo. Sabe que por las noches nadie la molestará porque es una cortada y no entran coches.. Con las primeras luces, ni bien empiecen los vecinos a salir, no estará. Víctima del brutal desafecto y la explotación  huyó  de su casa sin que nadie advirtiera su ausencia o la denunciase a los medios . Mejor permanecer oculta como los fantasmas. Ella busca desesperadamente la luz de la que es portadora por su nombre, quizá algún ser bondadoso se apiade. Nunca  la habían mandado a la  escuela. No se pudo enterar del poeta anónimo que haba  escrito en la pared un texto amoroso con dedicatoria.
Miguel, uno de los cartoneros,  la protege. Siempre le deja algunos hojas de cajas desarmadas para su cama. También se encarga de vallar la calle para que ningún  borracho o distraído la moleste. Ha pintado un grafiti que indica que ese lugar le pertenece  para que lo sepan las otras bandas del barrio.  También es uno de los silenciosos pasajeros de la noche abismal ¿Poeta o perro de nadie?
Cerca, en la salida , en la calle  transversal hay un coche lleno de desechos, allí está Roberto, el coleccionista de bagatelas y basura que  después vende para hacerse de unos pesos y poder sobrevivir. Perdió su familia y su empleo .En el cascajo cubierto por una frazada gastada duerme. Sin embargo parece interpelarnos con su mirada tragicómica sabe que como decía Marechal  “ del laberinto se sale para arriba “Esboza una sonrisa y se prepara para su peregrinación  del día siguiente El olor nauseabundo lo duerme. Otro día se avecina. Quiere juntar plata para poder volver a ver a su hija.


Alicia Laurenza    - alicialaurenza@yahoo.com.ar
Fotos: Alfombra de los sueños- Eder Romero /Dormir con la almohada de basura-Rafael del Río

















 

 

 


 

lunes, mayo 20, 2013

AHH - Consigna lúdica

Las onomatopeyas esconden misteriosos relatos, sutiles diferencias, revolucionarios complots, tonadas humorísticas. A continuación transcribimos algunos relatos que dan cuenta de estas tonalidades fonéticas.


miércoles, mayo 15, 2013


En una ruta tranquila y muy poco transitada, TITO se dio cuenta que el motor estaba fallando y le dijo al otro chófer:
-Raúl debemos parar en aquel pueblo, hay que revisar que es ese ruido. 
Todo parecía estar bien, pero era preferible corroborarlo. Al parar el micro Raúl bajó y revisó y por suerte era solo una chapita mal ubicada, pero en ese momento bajó una mujer con un gracioso sombrero que tapaba más de la mitad de su cara, de los costados asomaban dos largas trenzas de cabello renegrido, sus enormes ojos oscuros describían el asombro de ella al ver ese pueblo, entonces preguntó:
-¿dónde estamos?
El chofer que estaba revisando el coche respondió:
-DONDE EL DIABLO PERDIO EL PONCHO-
Ella sin dejar su tono provinciano exclamó:
-¿AHH?
En el rostro del chofer se dibujó una sonrisa burlona y rápidamente respondió diciendo
-NO SEÑORA EL PUEBLO SE LLAMA OHH-
La ingenua mujer dándose corte de muy entendida dijo:
-ahh” ahh”
Tito puso en marcha el colectivo, entonces RAUL giró y le dijo:
-SEÑORA SUBA SEGUIMOS VIAJE-
Ella sosteniendo su sombrero, se dirigió hacia su asiento, cuando iba a sentarse, el compañero del lado le preguntò:
-¿Dónde paramos?
La buena mujer dijo: -en un pueblo llamado ohh.
El hombre largó una carcajada y reclinando su asiento, continuó con su tranquilo descanso. Ella lo miró y con los brazos cruzados, la doña volvió a exclamar: AHJA AHH……
Justo el chofer estaba en el pasillo verificando los pasajeros, cuando llegó a ella dio el grito de:
-COMPLETO- la señora   AHH está en su asiento.
Mónica Cirilo Manzur

sábado, abril 27, 2013

Los timbos, Raúl Oscar Gutiérrez


El edificio sigue igual y la feria con la misma estructura de hace más de cien años. Cuando la conocí, hace ya más de treinta, todavía se respiraban aires de prosperidad.  Entonces, la gente del barrio caminaba los pasillos entre los puestos; A paso lento, las mujeres volvían a sus casas con las bolsas pesadas y rebosantes de las compras del día, con los apios y las acelgas sobresaliendo de sus bordes, mientras otras esperaban sus turnos, charlando entre sí o con los puesteros.  Enorme, ocupa casi un cuarto de manzana, y hoy, en el mismo esqueleto habita otro cuerpo más viejo y gastado que mezquina la mercadería que supo abundar entonces.  En una de las paredes interiores, una enorme placa de bronce y todavía brillante, recuerda a 1882 como el año de su fundación. Ahora, un público  que regresa todas las semanas, deambula como buscando algo que se perdió en el tiempo, con la secreta esperanza que aparezca de nuevo ese día. Pero que buscan todavía¿  Allí mismo, donde antes estaban los alimentos, se arrimaron lentamente los puestos de venta de ropa, libros y revistas viejas,  jarrones de  vidrio azul y flores secas. Por otro lado sobreviven juegos de copas incompletos,  de pronto con una plancha a carbón, oxidada, o añejas copas con los ribetes gastados.  Los antiguos envases de galletitas parecen haberse quedado en el mismo lugar, vacíos y con su pintura desteñida cuando los patrones abandonaron sus locales.  Ahora esos espacios quedaron pequeños para albergar tal variopintos de objetos, donde sobreviven muñecos de goma con relojes que quedaron marcando las horas en que sus dueños decidieron desprenderse de ellos. De pronto un  gastado Papá Noel con un rosario colgando del cuello, y de un gancho, cerca de sus botas, dos viejas máquinas de vender boletos de los bondis de época.
Pero entremezclados con todo esto, los puestos de ropa que invariablemente le van ganando espacio al resto, y  donde yo me voy haciendo fiel devoto. Hoy llegué a la tarde, y fui derecho a los locales que siempre me surtieron.
Un mes atrás esa camisa celeste con el cuello “como nuevo” ( detalle en el que siempre me fijo) , algún botón que no coincidía, pero al final me las rebusqué. Después de todo éste invierno promete frío y la uso con la campera negra con tachas. Yo me surto cuando voy a las “ ferias americanas” . Como ¿ no eran locales de “ compra-venta de ropa” ¿. Al fin, es lo mismo, porque voy al perchero y elijo. Así de fácil. Y así ese día le tocó a la camisa celeste. Un poco ancha quizá, pero se disimulaba.
“ Era grande el finado “ me dijo la Maruca cuando volví ese día a la casa, porque ella, para criticar se pone en primera fila. Pero yo ni mus, que no es lo mismo que mozzarella, pibe ¡Bueno, sigo. Hace dos semana compré la corbata roja con las rayas grises, que no digo colorada por la tilinga ésa que escribe en la revista que leí en lo de tito el kiosquero.  Ahí decían que colorado es lo colorado y lo rojo y nada más. A mí me pudre que uniformen, y además, siempre fui un poco contra. No me preguntes contra qué… contra, entendés ¿  Pienso que por ahí te quieren domesticar, y entonces…salto, y por ahí discuto. En fin, que finalmente la corbata iba bien con la camisa. No importa si tengo un montón de corbatas…anchas, angostas, con rayas, con flores , hasta tengo una con la imagen de Carlitos que la usé el día que fui al Pellegrini en Palermo.  Y así, como te decía, yo sigo y sigo. Junto unos mangos y arranco para la feria. Hace un montón de tiempo. Es uno de los gustos que me doy.  En algunos locales ya me conocen, soy cliente, como en el 75, donde la dueña,  Noemí, me dice que tengo crédito si la guita no me alcanza. A ella también le compré el mes pasado  la campera de cuero negro.
Que me venga a joder la Maruca a ver si a ella le dan crédito. Minga le van a dar si todos saben que los mangos que le sobran se los juega a la quiniela. Que éste a la cabeza, que el otro a la redoblona… y se conoce todos los números que  se le representan de noche. Que el muerto que parla, la niña bonita, los dos patitos, y así no hasta cien, creo que hasta el infinito. Morfa mucho la Maruca. De noche sobre todo. Cosas pesadas, guisos, pucheros… unos guisos tremendos…Ella dice que en el día no tiene hambre y se guarda para la noche. Sabes porque morfa tanto ¿Porque con el buche lleno da vueltas y vueltas en la cama, y sueña…sueña. Se sueña todos los números o como dice el libro del astrólogo que guarda en la cocina, las representaciones de los números. Y a la mañana va y los juega y a la noche está seca. Y después me jode que yo compro en la feria. Pero yo siempre tengo un mango porque me hago la changa todos los días. A la mañana salgo con el carro y compro vidrio, fierro viejo, planchas, lo que venga…hasta heladera cargo , y después lo entrego en lo del turco Julian, que me paga al peso. Con eso me mantengo. Le pago a la Maruca , que me alquila una pieza, y lo que me sobra, para el morfi . El único vicio que tengo, aparte del pucho, pero poco , eh!  ( y yo armo , que me sale más barato ) , es la cancha los domingos cuando Huracán es local, y la feria de San Cristobal, donde cada 15 días estoy firme como clavo de mesa.
Hoy como siempre, entré y agarré a la izquierda. Llegué al local 95, que tiene todo tipo de zapato y zapatillas . De lo que busques tiene. Y ahí vi los timbos, lustrosos, como me gustan a mí.  Brillosos, negros y puntiagudos. Parecían mi número… por dentro impecables. Me los probé. Me iban al pelo. Había que cambiarle los cordones pero era lo de menos. Tal vez algún detalle en el taco. Ya estaba un poco pretencioso. Como puede ser ¿ Me resultó un poco extraño, que su dueño los hubiera entregado por unos mangos o los hubiera dejado para la venta . El vendedor me dice el precio y le pregunté si sabía de quienes eran. Bueno, por empezar, éste es un dato que cuando comprás en la feria ni se acuerdan de quien era si lo compraron , ni te dicen de quien eran si lo tienen en consigna. Yo pienso que por si sos supersticioso, viste, con eso de que el finado o la finada…ma´si , mejor hacerse el sota. Pero al fin me dijo que el dueño los dejó y no sabe cuando vuelve.
Te cuento que mi otra pasión aparte del Globo es la milonga. Todos los viernes estoy firme en el club, pero hacía un tiempo que no iba porque los zapatos que tenía estaban gastados. Vos sabés        que en la milonga las minas te junan como bailás pero también te echan un vistazo a los timbos. Y éstos que ya eran míos, serían mi herramienta de trabajo. Porque si te querés levantar una mina, la tenés que trabajar milongueando y bien empilchado.
Al otro día a la tarde lo vi a José el zapatero y le pedí que les diera una repasada.” Es para la milonga, José ¡” , le dije. El los miró, levantó la vista de una forma que me pareció rara, misteriosa,  fue como un guiño que se le escapó, tal vez esa ceja llena de pelos que cuando se mueve un poco flamea como una espiga. Se le arrugó la frente .No  supe qué, pero fue algo rápido y siguió con lo suyo. El viernes, me los entregó listos, cobró y antes de irme me dijo…” Pibe, estos eran de Rufino…” “ De quién” , le dije ¿. De Rufino, pibe, Rufino Paiva. Y me contó una historia de milongas, amores y traiciones. Finalmente el hombre, que supo vivir no lejos del barrio, y que milongueaba como pocos, tropezó una noche con otro fulano que le afanó la mina con la que se lucía en cada baile. Parece que el Rufino esa noche arrugó y la vergüenza lo llevó lejos. Cuando me iba contando la historia, yo sentía que algo adentro mío se iba aflojando. Como una tristeza que crecía y no dejaba de aumentar. Yo te dije pibe, soy contra, pero los códigos se respetan. Me imaginé al Rufino yendo pa’ la feria con los timbos, pero no era la guita, pibe, no era la guita... Había algo más, de congojas y traiciones que no me iban , pibe, y para cuando el José terminó, yo ya  sabía que hacer. Al otro día enfilé al 95, y cuando el dueño me miró asombrado, le dije, “ no se haga problemas, maestro, se los dejo mejor que antes y vuelvo otro día por el cambio”.

                                                                                   Oscar Raúl Gutierrez 
Ilustración fuente: http://www.imaginense.net/argentango/numeros/09/nota_01.html

Geografía extraña, pero mía, Bárbara Benítez



Avenida Corrientes, te recorro con mirada ajena; antes no padecías de apuros. Te cruzo por Pueyrredón y las comidas peruanas invaden. Me tientan pero no me atrevo.
Un poco más allá dos morenas vociferan las trenzas de Shakira. Soy asaltada por las ganas de sentarme en el banco callejero y exponer el peinado a los caminantes. Pregunto el precio; cuestiono mi edad. Tal vez otro día de más coraje.
Sigo hacia el Abasto e imagino a los africanos vendedores de gafas escapando de una dictadura. ¡Pavadas! O no.
Entro al shopping con el recuerdo de pasillos sucios, rodeados de puestos de frutas y verduras que alguna vez comí mientras preguntaba dónde filmó Tita Merello o cantó El Zorzal. Añoranza decepcionada por el piquete de la historia.  Para volver al país cuarenta años sí son muchos.
Camino por mi antigua calle hasta llegar a Bustamante y Cangallo (que ya no es can ni gallo sino general). A través de los vidrios del nuevo edificio regreso al bodegón donde los puesteros comían el mondongo de los días martes. Una lágrima se conduele en esa esquina de adioses.
Giro sobre mí y –aunque nunca más estará- veo a Isaura, mi compañera de patinaje sobre las aceras sucias, a quien cuyo padre vendía para saldar deudas de juego. No le importaba; menos a mí, dispuesta a triangular cuando la comida venía después de aplacar al cliente.
Épocas de patear con medias rotas, zapatos descoloridos y ralo abrigo a cambio de billetes para otros. Pero sólo hasta Bulnes porque ahí trabajaban las chicas del Flaco Karate, quien revólver en cinto, nariz blanca y feroz tumor en el cuello protegía la parada.
Dejaste de ser el arrabal del que la gallega Cármina echó  a la hija para quedarse con el marido; el de los proxenetas cantando en algún conventillo La Última Curda o Uno. Sólo para acompañar la pena de Cátulo o Discépolo porque las nuestras rameras no contaban.  
El sábado era de gloria. Nos sacábamos la meretriz vestimenta para usar pilchas renovadas, tacones de punta fina y alta con cinta de cuero ajustada al tobillo, pelirrojas cabelleras, perlas que no eran, chucherías carnavalescas y así entregarnos a la milonga con el otario de turno, bajo la ruda mirada del ocho cuarenta disfrazado de comprensión en nuestra noche libre.
Los diecisiete años fueron viejos hasta que un empresario se encachiló conmigo y, tras buena paga, me llevó a Italia. Allá nos casamos; por él, no por mí. Me hizo estudiar idiomas, marketing y análisis contable. Entregó buenos años y  murió sin reprochar.  
Como asesora de empresas vuelvo a este pedazo de Buenos Aires maquillado con sucursales bancarias, luces intensas, boutiques de diseñador, plaza con rejas, construcciones de lujo emplazadas en los baldíos de mi anterior quehacer y bicisendas que confabulan contra la orientación.
De ese ayer prostituto sólo quedan imágenes subrrealistas. Ni lo cuento ni lo niego. El costoso perfume no me oculta el estigma de mis comienzos.

                                                                                                                         Bárbara Benítez

Pompeya y más allá , Pilar Cuevas


Recuerdo del pasado.
Barrio de tango que ya no es.
Puente que une y divide.
Perros abandonados que corren
gente que se hace invisible.
Pungas que arrebatan carteras
Gendarmes y prefectos que miran sin mirar.
Acá se acaba la ciudad.
Acá en Pompeya comienza el más allá.
Más allá ¿qué hay?
Miles que viajan a destinos lejanos
en colectivos repletos
donde sueñan o duermen.
Aromas del Riachuelo,
de habitantes
que migran cada día.
Y en la noche el barrio se queda vacío.
Unos pocos linyeras buscan dónde refugiarse
algunas putas esperan en vano clientes
y la oscuridad es madre de otras historias
amores y dolores
adioses y regresos
perdidos que se encuentran
madres que esperan
hijos que no quieren volver
amantes esperanzados
amantes olvidados.
Y entonces el puente solitario parece un faro.
pero no guía a nadie
se traga a todo el que se le acerca
lo lanza quién sabe dónde.
El puente solitario parece una cueva
donde se esconden aquellos
que escapan al dolor al fracaso
se esconden sólo para caer
en la vieja trampa. Solos.
Más allá ¿qué hay?
Tal vez nuevas historias
o las mismas de siempre
historias del tango
de cumbia
de rock
Historias de siempre
eterno vaivén de la vida
que ofrece una oportunidad
en cada amanecer
junto al puente
un nuevo sol y volver a empezar.

Pilar Cuevas

Ilustración: Celso Agretti

La fría furia, Aldo Bianco


Ya estoy harto de ser un perdedor, , basta de ruina lo juro, desde hoy estoy totalmente decidido a no jugar ni una moneda, se acabó San Cono, no hay fe para el Santo, no da para más basta de ruina lo juro; desde hoy el hipódromo de Palermo es un hospital de enfermos terminales.
Si quiero emoción, sigo un rato más con Marilú, la cajera del Super, mi canita al aire; así cambio la honda, total ya estoy vacunado contra el metejón fuera de casa. 
Porota, si se entera me salta encima, flor de escándalo, es todo una bruja.
Por ese lado cuido mi seguridad, ni se me ocurre hacerlo largo. Bueno voy para el Super a comprar cigarros.
¡ Qué bueno esto de tomar una decisión firme !.
El hombre se merece un cafecito .
...¿Qué yegua me dijo el Tuerto?... Era en la séptima eso seguro y daba
arriba de cien; y ahora donde lo encuentro,  él también empeño el celu.
Pero si lo anote,  ¡qué laguna!... en los bolsillos ya revise, en la cartera también.
Bueno tengo que llegar antes de las cinco y tal vez me lo cruzo.
Sino, compro la Rosa como ayuda memoria... y  listo  a cobrar.
Eso sí, es la última vez que arranco para el hipódromo.
-¡Largaron!   -arriba "Achicoria", linda yegua, arrancaste en punta, metele palo no te encierres
...que le pasa al dos,... ¡esa quiere ganar!; dale matunga
 no te quedes faltan doscientos...no se puede creer, cuarta salió.-
Ahí está el Tuerto pero... por qué tan contento.
-Hola Mamerto, estoy aquí ... te lo dije, dato de la fuente; como la acertamos... eh?.-
-¡acertamos qué? Salió cuarta la yegua.-
-¡Que te pasa Mamerto, amigo mío.-
- si entro cuarta esa manca "Achicoria"-
-Achis, te dije Mamerto,  Achis, como el resfrío.
-Desaparezco me voy a casa,... chau-
Al día siguiente Mamerto estaba sentado tranquilo, con cara de Revotril, leyendo su periódico, cuando su esposa, con fría furia, llega de la cocina y le revienta un sartenazo en la nuca.
-Por Dios, ¡Qué te pasa, Porota?-
-¡¡¡Esto es por el papelito que encontré en el bolsillo de tu pantalón con el nombre de Marilú y un número!!!-

-¡¡¡Porota!!!...¡No te acordás que ayer fui a las carreras?
Marilú era la yegua que aposté, y el número es cuanto estaban pagando la apuesta, ¡ufffa!
Satisfecha, Porota le pidió disculpas.
-Otra vez con tus ideas, si me dan ganas de no llevarte a cenar afuera.-

Días después, estaba él nuevamente sentado cuando...
recibe un nuevo golpe, esta vez con una olla a presión.
Mas asustado que idiota por el golpe, él le pregunta.

-Que te pasa ahora, ¡¡¡loca!!!?-
-¡¡¡Tu yegua llamo!!!.-

                                                                                                           Aldo Bianco

Embrujo, Carlos Alberto Graziadio


Embrujo

          Rafael hacía todos los esfuerzos a su alcance para dejar de fumar. Había consultado con doctores, asistido a cursos dictados por especialistas, recurrido a tratamientos alternativos y, hasta ese año, sin éxito. Fue entonces cuando conoció a un terapista que le recomendó hacer ejercicios físicos para liberar la mente y cansar el cuerpo. “Nadie fuma dormido ni mientras practica deporte”, era el lema.
          Las caminatas formaban parte de esa terapia y, por tal razón, una mañana estaba recorriendo a paso vivo un parque, siguiendo el circuito que había armado para facilitar su entrenamiento. En dichas circunstancias, iba por un sendero solitario cuando -de pronto- se cruzó con una mujer hermosa y se sintió impactado por esa presencia sorpresiva. Calculando que la mujer, vestida con atuendo deportivo, estaba recorriendo un circuito similar al suyo aunque en sentido contrario, siguió su camino y al cabo de un rato volvió a cruzarla. Entonces no reprimió una sonrisa, que le fue graciosamente correspondida. Así sucedió durante varias vueltas, hasta que Rafael no aguantó más: la saludó e invitó a compartir asiento a la vera del sendero, en uno de los típicos bancos de plaza con respaldo, hecho con listones de madera pintados de verde y soportados por patas metálicas.
          Fuertemente impresionado por la sensualidad que emanaba de su recientemente conocida caminante, soltó su impulso de decirle: “No quisiera que ésta fuese la última vez que nos encontramos ¿Por qué no me decís tu nombre y tu número de teléfono?” Levantándose de inmediato, la mujer le respondió: “No puedo”, y se marchó siguiendo su camino.
          Rafael hizo lo propio, imaginándose que volvería a cruzarla, pero no lo lograba. En un principio intrigado, recorrió otros senderos bordeados de vegetación, hasta casi perderse como en un laberinto. Luego, ya triste por no poder encontrarla y agotado de tanto caminar, se sentó a descansar en un ensanche del camino, donde había una sucesión de estatuas de desnudos femeninos. Paseando su mirada por esas obras artísticas, llevó sus ojos hasta un pedestal al que le faltaba la escultura. A través de volutas de humo tabaquero que no le permitían ver con nitidez y haciendo foco en la placa con los nombres del escultor y de su obra, leyó:

Carlos Alberto Graziadio

jueves, enero 31, 2013

Novedades literarias

Entrevista a Ana María Shua, cuyos textos nos acompañaron el año pasado en diversas consignas de microrrelatos, contiene también la lectura de relatos  breves y el comentario de otros libros y autores. Que lo disfruten. Un agradecimiento especial a Julia Bowland que es la diseñadora de Novedades literarios. 

Novedades literarias

martes, enero 22, 2013

Gatos, Alicia Infante




Llegará el día en que alguien, algún ser iluminado y valiente desenmascare por fin a los gatos, revele el cinismo gigantesco de su mirada imperturbable, la imperdonable burla de sus modales distantes, el verdadero origen plebeyo de  su pretendida  actitud contemplativa.
Como aristócratas perdonavidas se pasean con paso elástico pero en realidad están ocultando su incapacidad para sortear un aburrimiento milenario.   Gestos mínimos y estudiados  disfrazan su falta de interés por el mundo que los rodea, como si vinieran de un planeta brillante y divertido, y todo lo trascendente lo hubieran dejado allí y ahora sólo les restara tolerar nuestra  gris rutina con actitud condescendiente.
Comparten nuestro mundo con actitud desconsiderada: no sólo se apropian de nuestro sillón preferido,  sino que además debemos resignar la mejor ubicación frente a la estufa para que ellos se tiendan indolentes. 
 Es bien sabido que los gatos o tienen dueño sino personal a disposición, que acceden a cruzarse de vez en cuando en nuestro camino y a frotarse con desdén entre nuestras pantorrillas con el único objeto de incentivar nuestra cándida alegría, ruta directa y segura al plato de leche o a la latita de atún.
Y  en el extremo de la manipulación son capaces de emitir un maullido lacerante como llanto de bebé recién nacido y abandonado  para extraernos hasta la última gota de compasión.