domingo, agosto 19, 2012

Dos poemas, Amalia Catania, jueves 18 a 20 hs.


Vida


La vida de a ratos se disfraza de colombina
y danza su pícara seducción.

Otras veces muestra el ceño  amargo
Y entre bambalinas se desvanece.
Solo de tanto en tanto, sin llanto, sin cascabeles
espera mansamente
sentada en el camino.

En los cementerios, la  verdad última
magnífica, arrogante o andrajosa.

Indolente la semilla cae
en la blandura del abrazo
o donde no se la espera.


Peatones noctámbulos,
pálidos ascensoristas
hábiles jardineros
 y un escuadrón de escolares
la esquivan, la buscan, la encuentran.

En una esquina cualquiera
su frágil paciencia se quiebra.


Ahora otra vez….

Ahora otra vez
cariátide rota.
Desprendiendo sus partes hacia abajo
rodando por la cuesta
abrupta olvidada y que vuelve.
Primero trastabilla un pie
y pierde el talón
más tarde, hasta los dedos
ruedan  trozos de un hombro.

Cascotitos agudos desnudan
la herida avergonzada
en la víscera latiente

Cuando lágrimas blandas mojan el atardecer
el horizonte recorta
 la silueta roída
de la mujer de mármol

La caja de cristal, Leonardo Fernández, jueves de 18 a 20 hs.



Crucé la calle con mucho cuidado por la senda peatonal y la luz que habilitaba. Igual no me sentí tranquilo.
La última semana se había convertido en un verdadero infierno. Todo me asustaba o le tenía desconfianza.
Yo sé que soy un poco paranoico pero pensando con cuidado supe que esto había comenzado en una cena entre amigos del circo. Esa noche dábamos la bienvenida a un nuevo integrante, el mago y mentalista Doctor Alí. A los postres dio una pequeña exhibición para matizar la cena.
El doctor Alí, halagado, se prestó a demostrar su habilidad como adivino. Dijo que estudiando el aura de cada uno podía predecir el futuro y comenzó con algunos voluntarios, utilizando extrañas palabras y tocando distintas partes del cuerpo.
Mis compañeros se prestaban con gusto y otros como yo de mala gana.
Alí se molestó especialmente conmigo, y al llegar mi turno, me tocó y se puso a temblar extrañamente y a gritar que mi aura estaba invadida por el maligno, y me auguraba todo tipo de accidentes y desgracias además de una muerte violenta  en mi futuro.

A partir de allí comencé a dormir sobresaltado. Me encontraba de pronto en un pasillo del edificio sin ninguna explicación. Despertaba bañado en transpiración y el tranquilizante que usaba habitualmente no daba ningún resultado.
Estaba en todos mis sueños.
Decidí consultar a un psicólogo que evidentemente no entendió mi urgencia y quería comenzar llevándome a las frustraciones y miedos de mi adolescencia. Naturalmente aboné la consulta y no volví a verlo.
Comencé a fallar en mi trabajo ya que la falta de descanso impedía concentrarme;  siendo el encargado de luces no generaba peligros con mis errores pero si fastidio y bronca ya que los artistas no la  recibían a tiempo, o por el contrario se iban en penumbras.
El mago tenía gran éxito y me fui dando cuenta de que todo estaba preparado con anterioridad, que gente del circo mezclada entre el público colaboraba con el engaño. El doctor Alí me eludía toda vez que me cruzaba y me miraba con desprecio. Yo pensaba  en lo fácil que podía devolverme la tranquilidad con solo algunas palabras.   

 Cada prueba de magia tenía un complicado esquema de entradas y salidas de luces y aparatos que  facilitaban desplazamientos de artistas que vestidas de un modo aparecían luego en otro lugar con ropa diferente; naturalmente no eran las mismas.
El dueño del circo, que me conoce desde hace diez años, me llamó a su oficina y me planteó su preocupación por las reiteradas fallas. Me habló con dureza y elípticamente mencionó un posible despido.
Decidí  contarle lo que sucedía y solo obtuve consejos para dormir mejor. No me creyó y solo me reiteró que pusiera más atención en el trabajo.
La presencia del mago despertaba lo peor de mí, deseaba el fracaso en alguno de sus trucos que lo pusiera en ridículo.
Varias veces pensé en matarlo, tal era mi estado emocional.  Estudié cada uno de sus trucos para ver si podía lograr por lo menos un grave accidente que lo sacara de circulación.
El espectáculo tenía momentos de gran emotividad y supuesto peligro, que mi habilidad con las luces y manejo de los aparatos acentuaba. El   cierre de la actuación consistía en emular al gran Houdini y su famoso acto de la caja de cristal llena de agua. El mago encadenado se liberaba y salía exitosamente a recibir el aplauso.
Luces apropiadas daban suspenso al momento de sumergirse y la lucha por sacarse las cadenas. Siempre había salido bien pero en esta ocasión la puerta de la parte superior se trabó y no pudo abrirla. La posibilidad estaba convenientemente estudiada y el ayudante solo debía abrir un candado inferior para que el agua se descargara con violencia. Noté que no podía. Corrí para ayudar. Le quité la llave de la mano y segundos después conseguí abrirlo. Lamentablemente el mago  había muerto ahogado. El dueño del circo me ordenó  apagar las luces para que ingresaran los payasos mientras retiraban el cuerpo.

Volví al trabajo y terminamos la función casi con normalidad. Más tarde la policía comprobó que la tapa superior estaba deformada  posiblemente por el traslado de la grúa hasta la pista. En cuanto al candado inferior, verificaron su correcto funcionamiento y llegaron a la conclusión de que los nervios del ayudante impidieron actuar con la velocidad necesaria para evitar el accidente.
Al día siguiente luego de la autopsia fue enterrado en respetuoso silencio y despedido con aplausos.

A partir de esa noche volví a recobrar el sueño. Ahora tengo en el cuello un nuevo amuleto contra la mala suerte: junto al crucifijo agregué una inútil y antigua llave de candado. Espero que dé buenos resultados.  

Que te quería, Meche Martínez, Lunes de 14 a 16 hs.



No sé cuando fue que comencé a chatear con ella, tampoco tengo idea porque lo hice, no es el tipo de mujer que me atrae, pero cada una de las sesiones me llevaba algo personal, particular, íntimo. No sé si era su sensibilidad al escribir en su cuaderno, la ternura que me daba que no use computadora para tomar sus notas, el modo en que cruzaba las piernas, o como arreglaba su cabello detrás de su oreja izquierda, pero me encandilé, me enloquecí.
Y cuando me mandaron del banco a la capital, le rogué llorando no cortar el tratamiento y ella accedió.
Luego de mis sesiones por Chat, nos mandábamos mails que pasaron de ser, algunas aclaraciones más de lo conversado, a cartas personales. Aquí las tengo oficial, se las traje para ampliar mi declaración.
Fuimos armando un lazo más estrecho, hasta que hablamos de amor…

No sé qué ocurrió con ella, esa mañana por chat alcanzó a decirme que hablaría con Joaquín, y le pediría un tiempo. Lo quería, yo sabía que lo quería, me repitió hasta el cansancio que si él le decía que no se vaya, que le diera otra oportunidad no vendría conmigo a la capital. Contaba con el mutismo de su marido como una acción a mi favor.

Él encendió la computadora y vio todas nuestras cartas, estoy seguro, seguro. Joaquín era un laburante pero no le faltaba educación y eso de no hablar nada de nada la noche anterior, hasta a mí me llamó la atención. Cuando éramos amigo-paciente, me contaba que a diario tenían relaciones, algo debe haber sospechado, porque María me dijo que ya no había sexo entre ellos. Fue desde que me confesó su amor y luego de que yo declaré el mío, parece  que el contacto se terminó. ¡Claro que creí! Le creí! Cómo no iba a creerle! María no era una chica más, nunca lo fue en ese pueblo, anótelo ahí y que quede bien escrito, no era una más, por eso me enamoré perdidamente.
Joaquín debió leer las cartas, los chat, hasta debió ver las fotos que le mandé cuando fui orador en el Congreso de Australia. Me alentó tanto ella cuando era mi psicóloga a que vaya, sino fuera por María me hubiera perdido ese viaje.

En la cocina, es donde me atendía como paciente, ahí estaba tirada la mesa, patas para arriba, bah! Todo estaba revuelto, me asusté. Entré, vi el charco de sangre que reflejaba el sol que entraba por la ventana, ese sol siempre daba de lleno a la mesa, tenía tan presente ese sol cuando la extrañaba, porque pensaba en ese sol iluminándola, nunca quiso poner cortinas, nunca, quería sol pleno.
Cuando vi la sangre en el piso pensé lo peor, porque además había olor a quemado, quemado de humo, quemado de humano, trabajo cerca de Chacarita y ese olor se sentía como los miércoles cuando creman, así que mientras llamaba a la policía por mi celular comencé a buscarla con desesperación.
Desde la cocina vi a lo lejos, que frente al galpón salía humo, corrí y en mi corrida encontré manchas de sangre que traté de no pisar y a Platón muerto. Platón era el perro de María, un labrador negro hermoso, ya estaba grande, quién lo cuidaría después de esta tragedia.
Llegué a ella, no quería reconocerla, su figura carbonizada aún humeaba, y la verdad me tapé la boca por el olor y por el horror. Demasiado espanto fue ver al perro morir, uno ve los perros ya muertos por la calle, pero Platón me hacía compañía en mis sesiones, Joaquín no lo quería, bah! Eso decía María.
-¿Y qué pasó con él?
-¿Con Platón?
-Con el marido…
María me contó que Joaquín había despertado más temprano que ella, que se había ido sin desayunar, y que no contestaba su celular, ahí decidí viajar al pueblo, imaginé que algo malo estaba por suceder. Nunca me gustó la gente que no habla, que es tan callada y que encima hace bien el amor.
Cuando entré la puerta estaba entreabierta, el charco de sangre me impresionó, después de buscarla seguí las manchas y parecían ser de Platón, estaba tirado, casi muerto, apenas respiraba, pero… ella estaba peor, muerta claro, por eso digo peor, muerta por completo.
De repente Joaquín me llamó por mi nombre, y por el apodo afectuoso que María me había puesto, por eso le digo que vio todo, que sabía todo… yo estaba armado, me dí vuelta y ni bien lo vi, tan enorme como una pared … tiré. Creo que le dí en las piernas no sé.
Yo no maté a María, y apuesto que él mató a Platón por venganza. Aclaro que si aparece él, yo aquí le traje mi pistola, fue en defensa propia, no hay duda ¿no?

La mujer tenía un tiro en la cabeza y en la casa no había armas, dijo el comisario. El galpón fue incendiado y como había elementos inflamables, puede que haya ocurrido varias explosiones, que el hombre haya volado por el aire, que haya volado, me repitió.

-¿Volado cómo?- pregunté

Para eso debió estar dentro del galpón, encerrado en el galpón, el galpón ardió por horas, costó apagar el incendio, tal vez haya quedado reducido a cenizas, se refería a Joaquín.

Cuando entré María estaba a unos pasos del galpón pero el galpón estaba entero… ¿Cómo se explica María quemada y muerta en el parque? ¿y el perro muerto? ¿Y la sangre en la cocina?

La sangre es del perro y las únicas pisadas que hay en el lugar son de la pareja, y las suyas, claro, sentenció el comisario.

-No entiendo, usted dice que a María y al perro los mataron y que él voló por el aire? ¿Y entonces… ¿quién los mató?


El paciente quedó con la pregunta que sobrevoló mientras miraba desorbitado, el silencio ahora era de él, le pertenecía.

Espero el juicio pensando en María, imaginándola con el sol cálido que se posa cada mañana, en su hermosa sonrisa, mientras no dejo de compartir mi historia con aquel que crea en mi inocencia.



martes, agosto 07, 2012

Un zapatista en la mesa de luz, Lucas Vega, Miércoles 18 a 20 hs




 A Pocho Lepratti
 el ángel de la bicicleta

Apasionado por echar claridad a cada parte oscura del mueble.
 Sus incursiones lo impulsan; va hacia al filo y observa el precipicio. La altura de la mesa le equivale a un pico de diez veces su tamaño.
Trastabilla y se cae rumbo al suelo, tan lejano. Se sujeta sorpresivamente en el tirante del cajón. Le cuesta aferrarse firmemente por la superficie redondeada del tirador de acero. Resbala su mano y cae nuevamente. Con sus pies flexionados toca una saliente de madera a metros del piso. Y usa la fuerza de la caída como aceleración. Des flexiona. Sale despedido hacia arriba con toda la energía del descenso. Una fibra colorida sale de su pubis y se aferra a la superficie superior del mueble. Justo en el centro; lugar alejado a todo borde. (Como una poderosa sensación de vértigo que así lo resuelva)
Se desliza en el aire hasta depositarse liviano en su suelo. Su madera. Observa la lámpara como a un gran monstruo metálico que se dobla sobre él, tira una mirada cuestionadora al control remoto.  Descubre un renovado interés sobre unas figuras vecinas. Un loro de madera, una tortuga hábilmente tallada, un jarro pequeño de losa.
El odioso despertador junto a la lámpara, con sus sonidos agudos y constantes, repetitivos, rutinarios. Se sube con otra atracción de su pubis sobre al velador. Observa la inmensidad con la lámpara prendida. Direcciona y re direcciona el foco. Apunta en todas direcciones.
Lo deja en una posición y se para tranquilo sobre sus erguidos flancos. Respira al cerrar los ojos. Cierra los ojos al respirar.