jueves, octubre 06, 2011

El pueblo del Gran Bonete, Bárbara Benitez



Atendí el teléfono. La voz despreocupada del otro lado no anduvo con vueltas.
- Será según lo planeado.
- ¿Cuándo?
- Cuando usted haya recibido la encomienda. Va a encontrar dos sobres. Uno con cuarenta mil euros y otro con un montón de semillas. Pero tenga cuidado, para tocarlas deberá usa guantes de látex; son muy peligrosas.
Nunca antes realicé una operación de esta extraña manera, pero el pago es bueno y aprender algo distinto me sacaría de lo rutinario. Hace años que lo hago con mucha dedicación y nada lo tomo como personal; ese enfoque objetivo me hacer ser uno de los mejores.
- Trato hecho (contesté deleitado con el desafío).
- De cualquier manera, no viaje hasta tener el envío. Eso le indicará que el momento ha llegado.
Cortamos. Yo sabía qué hacer. Sólo era cuestión de esperar. En tanto tendría tiempo para dedicarme a un trabajo solicitado y aún pendiente.
Los meses transcurrieron con rapidez. Aquel día me llamaron del correo para retirar la entrega. Tal cual lo pactado, encontré el sobre del dinero y el de las semillas.
De inmediato saqué boleto a San Juan. El bolso con lo necesario yacía preparado sobre el sofá. Esa misma noche viajaría.
Recién llegado a la provincia adquirí un pasaje a Rodeo, donde me instalé en una posada para descansar hasta la noche. Antes pasé por una fonda en la que el único tema era la minería a cielo abierto, la contaminación y el diagnóstico para muchas personas con males terminales o desconocidos.
Ya en la habitación tomé el sobre de las semillas envueltas en terciopelo rojo, las que no me atreví a tocar y que
me causaron estremecimiento; sentimiento desconocido para mí, dado que siempre debo manejarme con mucha frialdad.
Recostado pensaba en la tarea concluida, pese a haber calculado mi permanencia  ahí más por más  de dos meses.
Me levanté y al mirar por la ventana me dije:
Es un bello pueblo para vivir. Y morir también.
Noté que el relieve se parecía más a uno volcánico que a uno montañoso. Los agujeros en él daban aspecto de cráteres.
Qué pena, tanta belleza volando por el aire (lamenté con auténtico desconcierto).
Luego me acosté tranquilo hasta las veintidós. A esa hora caminaba hacia la dirección dada por la voz, según sus indicaciones.
Atravesando la tranquera alcancé el pozo de agua; habiéndome colocado primero los guantes, tiré en él una de las semillas. Nadie alrededor. El invierno los tendría a todos frente a las salamandras.
De mañana alguien en un barsucho se acercó:
- Disculpe la molestia, pero no estamos acostumbrados a ver extraños. ¿Es turista?
- No. Un escritor buscando buen sitio para la inspiración (deseé que la mentira fuese verdad).
- No creo que sea éste, don. Hay explosiones constantes. Esos bastardos hacen lo que quieren con nuestras montañas.
- Sobre eso escribo.
- Entonces cuente cómo el pueblo muere por el cianuro del agua y la tierra.
- ¿Se han registrado casos?
- De todo tipo. Los que tengamos suerte moriremos enseguida; el resto va a agonizar por años.
Como si me importara, tomé nota de lo escuchado.
- Haga saber que éste es el poblado del Gran Bonete. Acá nadie tiene la culpa.
Pobre gente; están condenados a pena de muerte (reflexioné con algo de tristeza).
Aunque inmediatamente reflexioné que al menos una familia lo estaría.
Tras algunas semanas me había ganado saludos cordiales. No pude evitar sentir cierto apego, por más que todas las noches iba a esa estancia para echar en el mismo lugar una nueva semilla. Por cábala, al amanecer, las contaba y después hacía una revisión a lo dicho por los lugareños, con fidelidad apuntado y pretendiendo ejercer el mentiroso oficio.
A los tres meses la noticia corrió por Rodeo y por los titulares de los diarios de todo el país. Los Anderson, señores del poblado, habían contraído una rara enfermedad.

                  IMPORTANTE FAMILIA SANJUANINA MUERTA POR CONTAMINACIÓN.
                                           Luego de tres meses de intensa agonía,
                                           Sus cuatro miembros fueron muriendo
                                           De a uno, junto con gente de su perso-
                                           Nal y varios de sus animales. Nadie en
                                           El pueblo se sorprende.   
                                         
Lo que no les dio  vida  para gastar las riquezas obtenidas con la destrucción (cavilé indignado).
La bronca se hizo urticaria:
Estos mierdas no hacen referencia a la gente simple que lleva en su cuerpo el mismo estigma.
Y la rabia cedió paso al sarcasmo:
Ahora resulta que soy un asesino con conciencia. El mundo está de cabeza.
Esa misma tarde la despreocupada voz llamó por teléfono.
- Hizo bien lo suyo. Le estoy enviando un sobre con un bonus. Lástima los animales y el personal doméstico. Pero todavía queda mucho para heredar.
Sin más comentario cortó y yo tiré las pocas semillas sobrantes, guardadas hasta confirmar el suceso (tal vez como fetiches de lo que fue una tarea sorprendente, incluso para mí).

Un año después el libro El Gran Bonete tiene muy buena venta. En él expongo la muerte de los Anderson y tantos otros como resultado de las explosiones.
Lo cuento todo. Menos lo de las semillas de Curare.

3 comentarios:

Diego Cleriere dijo...

Muy Interesante. Me gustó.

JORGE.H.RE@HOTMAIL.COM dijo...

Realmente me ASOMBRO, es un cuento que mezcla el misterio (bien llevado), la intriga, excelente relato y lo que me parece interesante y novedoso es la integracion ECOLOGISTA en la trama, con un final inesperado, a lo Agatha Christie, con veneno exotico, (curare) y todo. Me parecio, REALMENTE E X C E L E N T E Espero se repita este talento. GRACIAS.

Anónimo dijo...

Me parecio un cuento corto MUY bien llevado, tiene la intriga y el suspenso de Agatha Christie introduciendo un NOVEDOSO AIRE ECOLOGISTA con un remate clasicamente cientifico como es el veneno Curare. ME GUSTO......FELICITACIONES..