jueves, octubre 06, 2011

Como un diamante, María del Carmen Cerezal

Trató de reconocerse en el espejo mientras la cascada de pelo rubio era obligada por su peluquero a transformarse en el característico rodete. Su piel ya era un papel de arroz cubriendo azulinas venas cada vez más en primer plano.
Les pidió una pausa  a sus ayudantes y  se arrodilló sobre la silla buscando la posición que le permitiera soportar un dolor cada vez más lacerante.No era justo.Para ella que había buscado impartir justicia, se le hacía inaceptable que en su mejor momento ese intruso maligno le robara la vida. Pero no se quejó. Nunca fue tan impiadosa con nadie como consigo misma. No había tiempo para llorar. Tenía un discurso por pronunciar y la certeza absoluta - como nunca- de que iba a ser el último.

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