domingo, noviembre 14, 2010

Quién tiene trece margaritas deshojadas, Susana Tai Chi


En la base del cerro había un cantero de margaritas .Eligió una bien abierta y la arrancó. Lentamente mientras subía por el camino empedrado iba deshojándola y en la cima el último flotó hasta las aguas del lago, que frío y transparente, bañaba la playa desierta.
En la isla las flores adornaban el umbral que iniciaba la caminata .La segunda margarita se tentó con el paseo. Los pétalos se esparcían en las arenas mientras el sol caminaba con los visitantes .Al llegar al laberinto cayeron el resto, como lágrimas blancas indicando el camino de salida.
Navegaron atravesando un estrecho del lago donde los dos países se acercaban. Coronas de margaritas adornaban las islas flotantes festejando la llegada de la primavera. La tercera flor se desvanecía entre sus manos mientras degustaba el sabroso té en las casas de los isleños.
Entre las piedras del corte de ruta de los pueblerinos que reclamaban al gobierno central las condiciones básicas de una vida digna, una niña le regaló un ramito de flores, una de ellas, una margarita, la cuarta, fue la elegida. Al otro lado del corte un ómnibus los esperaba para continuar el viaje.
Cuándo llegaron no quedaban pasajes para el tren, esperarían al día siguiente para partir.
La plaza estaba de fiesta, llena de flores, las vendedoras de artesanías regalaban margaritas a sus clientes .La quinta se desarmó dibujando una sombra blanca de pedidos de amor.
El tren los recibió contento obsequiándoles valles, ríos y montañas a cada lado. Al subir le ofrecieron la sexta flor.  En el vagón sonaban los distintos idiomas mezclados en la euforia que los aunaba en esta experiencia casi mística. Entonces cada pétalo fue un deseo.
Caminaron hasta el hostal por las orillas del río que bajaba sonoro atravesando el pueblo. El recepcionista  le ofreció una margarita, la séptima. Un vaso de agua la mantuvo viva en su habitación. El libro en la mesita se pobló de su regalo blanco.
Fueron a las termas a tomar un relajante baño caliente y en los bordes de las piletas las margaritas rodeaban el lugar festejándolo. Arreglos de flores flotaban .Floreros invitaban a tomar una flor para sentirse integrante del entorno .Fue la octava que se deshizo en sus manos.
Su bastón de caminante la acompañó en el recorrido de la ciudadela de piedra .La novena margarita imaginó la historia que la guía les narró. Subieron, bajaron y descansaron entre las enormes piedras que duermen un sueño de otra vida.
Treparon hasta la puerta del sol, la décima fue la sonrisa de un viajero agradecido.
De regreso descansaron tirados en el pasto de una  de las terrazas. Una conocida ocasional dejó la undécima en sus manos como reflejo de su momento en común.
Bajaron hasta la entrada. Caía la tarde. La  rústica confitería fue muy acogedora con su café y sus tortas .La duodécima se estiraba en el florerito de la mesa.
Charlaron, esperaron y luego en el ómnibus de regreso, él le regalo la número trece.