viernes, julio 30, 2010

Las calles, Leonardo Fernández, Miércoles de 17.30 a 19.30 hs



Las calles extrañan el rumor de los paseantes, las pequeñas cosas que suceden cada día. Por las noches las paredes, sus amigas,  guardan los sonidos para recreárselos en las frías madrugadas de invierno. Las calles extrañan las voces de los artistas callejeros, la presencia de sus artesanos y el raro parloteo de una babel de idiomas.
Les gustaría,  estoy seguro, que todos ellos se quedaran esperando el crepúsculo y la llegada de la luna y las estrellas. Les contarían cuentos de borrachos y enamorados escondiendo su pasión en los portales;nacimientos en pleno día, los sollozos de los niños desamparados con una frazada mugrienta cubriéndolos  en la entrada de los subtes.
Extrañan el bullicio de los alumnos a la salida de la escuela, las palomas en las cornisas y su voracidad con las migas de pan que los  jubilados esparcen para tenerlas un rato como compañía. El sol y los colores de la gente y las vidrieras que encandilan a los chicos con ofertas de juguetes imposibles de comprar.
L a noche cae, sin embargo el día hace el esfuerzo todavía por quedarse un rato mas acompañando a sus amigas, sabe de su soledad,  del inútil buzón colorado con su boca siempre abierta incapaz de decirles nada. Sabe que una vez más intentarán comunicarse con el gato negro de andar sigiloso y desconfiado. Intentarán con el viento, al que nunca logran entender porque pasa muy rápido.   
Tratarán de mantener el calor del día para la gente que necesita abrigo, para los que no tienen nada. A ellas sólo les queda esperar el primer rayo de luz anunciando el nuevo día.

jueves, julio 29, 2010

Aliteraciones, Ruth Moguilner, martes de 14 a 16 hs

El cante hondo retumbó en las guitarras incendiadas de amarillo. El torna-torna, danza y zapateo de caireles, cascabeles tintineantes, eslabonados con golpeteo de tacones, pulseras y palmas, zarandeaba las faldas.
El aire, pesado, irrespirable por tantos alientos aguardentosos.
El Moro acarició su reciente cicatriz de oreja a oreja, consecuencia de un balcón de mujer, encerrada, obligada al silencio,  a los almohadillados escarpines de satén,sobre las alfombras de terciopelo.
A través de los bailes y cuerpos contorsionados, los hombres adivinaban los sueños de las hembras con el corazón prohibido, deseosas de encuentros temblorosos con galanes de dientes blancos y faja ajustada.
El Moro, pensó en su propia mujer, infiel de pensamiento; rugió al tirar las copas y botellas, y apretando su daga, corrió hacia la habitación, donde sólo entraba un hilo de luz a través de las celosías caladas

La maldad, Haydeé Medina - lunes de 14 a 16 hs

Había una montaña de tierra mezclada con raíces rotas del árbol de la esquina. Miré bien donde apoyar los pies porque la tapa de la alcantarilla estaba rota. Alguien superpuso los fragmentos para taparla en parte. De todas maneras se veía el agua estancada en el fondo, como la inminencia de un peligro.
Estaba en Salta y Bolaños esperando el colectivo 295 que me llevaría a la estación Lanús. Era el mediodía de una jornada calurosa. El colectivo nos sometía a una espera interminable. El único que circulaba por esa calle. Un raquítico árbol alguna sombra nos proporcionaba a los vecinos.La calle desierta. El calor avanzado. La mirada perdida. La mente embotada en la suma del todo.
Miré al sumidero. El agua oscura en el fondo tenía reflejos. Se movía. Hacía círculos. De pronto algo emergió. Un esbozo de algo. Pensé en un cocodrilo, porque tenía ojos amarillos, grandes. De un zarpazo veloz atrapó mi pie, me había acercado demasiado. Vi sus ojos muy cerca de los míos y sentí que todo mi cuerpo, como un pescado ondulante, se deslizaba a ese cubículo resbaladizo hacia profundidades negras y asquerosas.
Nadando en ese espacio y mientras me movía, veía las paredes con colgajos malolientes que se prendían a mi ropa. Pedazos de basura engrasada se adhería a mi piel, a mi cara. Paredes blandas de mugre que ennegrecían mis uñas.
En un momento vi la boca enorme de un caño maestro que traía la descarga de los deshechos. Líquidos de todas las casas. Me sumergí en ese torrente, en esa ola gigantesca y oleosa, con burbujas que explotaban y llenaban mis ojos de basura, impidiéndome la visión.
El ímpetu del oleaje me devolvió a la entrada. Aunque mis dedos resbalaban y las uñas se rompían, en la desesperación logré asirme al pedazo de loza que asomaba y trepé.
Conseguí estar parada, de nuevo, en la vereda. Chorreante, sucia. Impregnada de todos los despojos blandos y desmenuzados de la cloaca.
Y allí venía el colectivo 295. Lo paré. Subí. Al sacar el boleto noté mis manos barrosas, con larvas que se movían. Dejé que se fueran yendo en los pasamanos y en los bordes de los asientos. Apreté mi cuerpo, al pasar por el pasillo, contra los cuerpos de los pasajeros que viajaban parados. Me enrrollé, giré la posición y pude limpiarme, al menos superficialmente, de todas las miserias que llevaba encima. Apoyé las manos sobre los hombros de una camisa celeste y dejé huellas notables gris oscuro.
Me acerqué a una ventanilla abierta. Corría la brisa. Cuando el colectivo tomó velocidad, después de una parada, sentí que mi cabello húmedo comenzaba a ondear, secándose.
Y con ese viento, pululó en el ambiente cerrado, el tufo, la contaminación y la suciedad.
Observé que algunos cabellos se desprendían y tenían un bulbito en cada extremidad. Allí estaba mi ADN vagando libre por el aire.
Llegamos a la estación Lanús. Bajé blanca, pulcra, pura, nívea.

miércoles, julio 28, 2010

Silvia Fabiani, Textos invertidos, martes de 14 a 16 hs

LA BORRA DEL CAFÉ Texto original

El pequeño remolino absorbe la mirada fija, se detiene la
cuchara y el líquido travieso sigue girando mientras me introduzco por el frágil túnel de los recuerdos.
Océano celeste, agua pura, esa, por donde navegué sin fronteras, me perdí en inhóspitas selvas, naufragué tantas veces, hasta que la razón extendió su barrera de acero e impidió tu avasallante paso.
Tiempo sin tiempo, este que se adueña del alma sin permiso, nos cautiva en el espacio de los sentimientos.
Fragilidad humana que desciende hasta las zonas abismales, pero también se proyecta como un misil irrefrenable impulsado por el amor que lo sustenta.
Esos ojos, tus ojos que me miran desde el fondo oscuro de la borra de café, ahuyentan luminosos, a las sombras que a veces sobre mí se abalanzan, me salvan del abismo y en silencio me alientan.

LA BORRA DE CAFÉ – texto invertido

Océano celeste, agua pura, esa, por donde navegué sin fronteras,
me perdí en inhóspitas selvas, naufragué tantas veces, hasta que
la razón extendió su barrera de acero e impidió tu avasallante paso.
tiempo sin tiempo, este que se adueña del alma sin permiso,
nos cautiva en el espacio de los sentimientos.
Fragilidad humana que desciende hasta las zonas abismales,
pero también se proyecta como un misil irrefrenable impulsado
por el amor que lo sustenta.
Esos ojos, tus ojos que me miran desde el fondo oscuro
de la borra de café, ahuyentan luminosos, a las sombras
que a veces sobre mi se abalanzan, me salvan del abismo
y en silencio me alientan.
El pequeño remolino absorbe la mirada fija, se detiene la
cuchara y el líquido travieso sigue girando mientras
me introduzco por el frágil túnel de los recuerdos.

Otra versión: (Adriana)

Esos ojos, tus ojos que me miran desde el fondo oscuro
de la borra de café, ahuyentan luminosos, a las sombras
que a veces sobre mí se abalanzan, me salvan del abismo
y en silencio me alientan.
El pequeño remolino absorbe la mirada fija, se detiene la
cuchara y el líquido travieso sigue girando mientras
me introduzco por el frágil túnel de los recuerdos.
Océano celeste, agua pura, ésa, por donde navegué sin fronteras,
me perdí en inhóspitas selvas, naufragué tantas veces, hasta que
la razón extendió su barrera de acero e impidió tu avasallante paso.
Tiempo sin tiempo, este que se adueña del alma sin permiso,
nos cautiva en el espacio de los sentimientos.
Fragilidad humana que desciende hasta las zonas abismales,
pero también se proyecta como un misil irrefrenable impulsado
por el amor que lo sustenta.

María Angélica Larocca, Qué hacen las calles cuando nadie las transita, martes de 14 a 16 hs.



Pasó el torbellino. Las calles sin transeúntes,  sin coches y sin bullicio descansan, se desperezan somnolientas. Eso les dura un momento, después conversan en susurro para que nadie las oiga.  El problema es cuando  desde la esquina quieren hablar con la mitad de cuadra.  No pueden gritar para no despertar sospechas.  Qué es ese ruido se preguntaría la gente.  Los desvelados asomados a las ventanas o a los balcones aguzarían el oído.  Entonces adiós a la magia, se acabó el juego.
Por eso resolvieron mandarse mensajes, oleadas de palabras deslizándose con cuidado para no caer en un pozo o no tropezar con las veredas rotas pues ahí el mensaje se interrumpe o llega entrecortado como ya ocurrió una vez.
Otro tema son los cordones. Fríos indiferentes permanecen aislados, rudos y malhumorados no quieren saber nada, es más cuando pueden se interponen violentos. La vez del gran lio colaboraron con su mala onda y se produjo una confusión de aquellas. Que Ayacucho Milcuatrocientos escuchó todo lo que pasa entre Milcuatroveintiocho y Milcuatrotreintidós. Hay romance. Y no era. Despertando los celos de Milcuatrocuaretiuno que si era. El enredo fue tal que los involucrados estuvieron a punto de arder en gritos. El coche de algún juerguista pasó echando chispas y el asunto se detuvo pero, el tiempo que llevó que se acabara hizo que esa noche Pacheco de Melo quedará incomunicada. Peña se coló porque era testigo del verdadero romance, pero como se hacían tareas de bacheo solo pudo mandar una onda débil a ras del cordón y,  cuando llegó,  era tarde,  estaban todas contra todas.
El sexo es el tema más frecuente. El contacto de autos, camiones, colectivos, personas, manifestaciones, piquetes, caminando, corriendo, saltando, marchando lo exacerba. Es que les calles se sienten tocadas excitadas.  Durante muchas horas son acosadas por hordas de neumáticos y de pies. Se tienen que contener y, por eso a la noche, bueno, alanochepasadetododetodooo.
Las calles necesitan descargar tanta adrenalina, quieren jugar, ser mimadas y no solo poseídas.
Se expresan como solo pueden hacerlo, con olas. Son olas pequeñas  que corren veloces de la vereda par a la impar y otra vez de la impar a la par sin interrupción, solo se detienen cuando aparece alguien, se vuelven lineales para disimular.
Las calles cuando nadie las transita tienen sexo. A veces es tan alocado que por la mañana aparecen baches que no estaban el día anterior. La cuadrilla los arregla y, PÚMBATE, otra vez roto.
Las calles, en especial las del centro de nuestra ciudad, de noche cuando nadie las transita, son una bacanal de sexo y lujuria.
Quedan exentos los pasajes, nacieron y morirán como pequeños traviesos,  muy juntos, amuchados no ahí no pude pasar nada. Lo mismo pasa con las calles empedradas. Esas por viejas.
Quisiera poder confiar esto a las autoridades y a la gente. No puedo. Si supieran como se ríen cuando los oyen protestar. Son recuerdos de noches llenas de locura, quisieran decirles. Intenté hacerlo con el auto importado que rompió el tren delantero en Córdoba y Pueyrredón. Hágale entender a la señora que metió el pie en una hondonada en Santa Fe y Thames y luce un yeso hasta la cadera. Todo esto las preocupa pero no pueden dominarse. Queselevaser.
Han intentado parar las olas Hasta dejaron de comunicarse para evitar el oleaje. Entonces aparecía alguna callecita en el norte, en el sur en cualquier rumbo de la ciudad, quien creyéndose impune se atrevía a mandar un movimiento suave, apenas perceptible y al rato era una tromba. El roce. El roce. Lo que nos pierde es el roce. Es imposible evitar que nos rocen, nos caminen, nos corran.
Por eso nuestra ciudad aparece tan caótica, tan fuera de límites.
Las calles tienen un tiempo en que sí o sí piensan o hablan de otra cosa. Los días de lluvia se preocupan. La que  no desborda es un lodazal y son conscientes que cualquier movimiento puede desatar un cataclismo peor al que viven. Aisladas, transformadas en ríos sólo pueden esperar
El tema de las avenidas se arregló de acuerdo a las circunstancias. Ahí el sexo es rapidito. Nunca están vacías. Siempre algún que otro coche pasa. Igual se las arreglan
Ah, las calles de los barrios alejados, de casas bajas, serenas, ésas son unas mojigatas. Mejor de ésas no hablar, Ordenadas. Sólo algunos chicos jugando a la pelota. Una línea de colectivo. Los autos de los vecinos domingueros. Poco roce. Pequeños escozores que reprimen.  
Esas calles  se aburren, se cuentan chimentos, se critican. Ésa no está tan limpia. Qué desordenada Virgilio. No pasó el barrendero por Pola. Antiguas, sin vida, se adormecen en siestas eternas. Las de Parque Chas, cortas, se divierten inocentemente con la confusión que genera su trazado.
Cuando nadie las transita,  las calles viven, cada una a su ritmo y modo.

miércoles, julio 14, 2010

Como se vuelve a casa - Susana Taichi


No sé cuál es el camino.
Suena melódica la música en el silencio.
Quiero volver a casa y no sé cómo.
Puedo sentir que estoy lejos.
No sé como llegué acá.
Miro alrededor y me invaden sentimientos confusos.
Recuerdo aquellos días en el tibio otoño.
Camine mucho. Ha pasado tanto tiempo.
Algo me dice que no hay retorno.
Grita mi dolor tantas veces acallado. No puedo ahogarlo más.
La herida de su partida había sido para mí muy importante.
Perdón. Tuviste que irte para acercarte.
Aprender .Ese  largo y árido desierto.
Muchos sueños mueren.
La búsqueda es una película en cámara lenta.
No encuentro la alegría.
Los minutos caminan con lentitud excesiva, el tiempo perdió su urgencia.
Volver tiene sentido
Llenos de hojas  los árboles bordean el sendero.
Te espero deseando tu llegada.
Extraño tanto.
No llores por mí.
Busco y no descubro tus pasos de regreso.
No sé cómo pero sé que voy a volver.
Cuándo te encuentre reiremos juntas.
Y vos me dirás como se vuelve a casa.


jueves, julio 08, 2010

Beatríz López Siritto, Fermina siente frío, curso: miércoles de 17.30 a 19.30

Las manos mojadas de Fermina tienen aroma a perejil y a mate amargo. Es invierno y se le erizan los pelos de la nuca al entrar el viento por la banderola de la piecita del hotelucho de Barracas. Entibia sus manos ajadas sobre la hornalla del calentador a kerosén mientras pone el guiso en la olla de barro.
Ha juntado unos pesos después de vagabundear todo el día pasando de hombre en hombre. Tiene la boca seca y la suela de los zapatos pegoteada de barro.

Pronto será el año nuevo y esta vez Fermina ha decidido por fin viajar a Misiones a ver a su viejita y cebarle mate bajo la higuera mirando las colinas bajas. Esta noche se arma la bailanta en el conventillo del Juanjo y tiene ganas de sacarse el frío y mover su cuerpo flaco y huesudo, pero no sabe si irá porque también tiene ganas de dormir el sueño eterno de la soledad. Se tira en el catre y cierra los ojos por un rato pero no duerme, sueña despierta con el calor de unas manos, con la mirada profunda de un hombre y con el abrazo franco del amor que no conoce.

Ya es 30 de diciembre y prepara el bolsito gris para enfilar hacia la estación del ferrocarril. pronto llega el tren y ella se acomoda apretadamente en las butacas de madera. El viaje es largo, sus ojos divagantes miran sin cesar por la ventanilla que de vez en cuando deja asomar una vaca con los ojos muy abiertos.
Pasó un día y las campanadas de la estación anuncian la llegada, ella toma el bolso y alquila un caballo para llegar a la casa de abobe. Su madre está agachada junto a la bomba de agua con un balde azul en sus manos y las gallinas cacarean a su alrededor, tal vez implorando no ser las desplumadas para la noche de fin de año.
Fermina se para adelante y ambas con los ojos mojados se acercan para abrazarse apretadamente y luego entre mates, recuerdos y sonrisas, con la vieja casamentera del barrio preparan la lista de invitados donde figuran los hombres que aún siguen solos.
Al fin, 31 de diciembre y ella feliz con su vestido negro muy apretado mira a cada uno que llega a la pista de barro. Risas, llantos, abrazos, todo se entremezcla hasta que Doña Juana le presenta a Jacinto alguien que ella no conocía, se miran, comienzan a bailar y después de contarse las cosas que siempre se cuentan, quedan en verse otra vez.

Ya no quiere volver a Buenos Aires, después de dos meses largos de planes y deseos compartidos, deciden irse a vivir juntos a la casita del Jacinto. Se casan secretamente en medio de la montaña, ella con la mantilla blanca de su madre y él con el cinto grueso de su abuelo y de ahí en más la convivencia, los almuerzos tomados de la mano, la cama caliente, después los gritos, los ojos enrojecidos de Fermina, los reproches, las noches en vela, el cuerpo golpeado, el abrazo con su viejita y los ojos mojados y otra vez el bolso gris, las campanadas del tren anunciando su partida, la ventanilla que deja asomar una vaca de vez en cuando, las butacas de madera, el catre del hotel de Barracas, las manos sobre el calentador, la olla de barro, el viento entrando por la banderola y sus manos con aroma a perejil y a mate amargo.

Norma Laniecki, La danza de los sombreros, lunes 14.30 a 16.30 hs

Hemos visto muchas veces volarse un sombrero de una cabeza desprevenida y el ademán instintivo del dueño tratando de ganarle al viento su posesión. Pero varios sombreros cambiando de testa, bailando, sugiriendo ideas a cerebros adormilados o tímidos, ágiles, románticos, inspirados, cubiertos de rulos teñidos o flequillos lacios, de canas audaces o calvas lustrosas, fue muy divertido y original .Eso pasó en nuestro encuentro del lunes 7 de junio. Intercambiando sombreros danzaron nuestras ideas. Entre ideas y gestos aparecieron nuestros gustos, algunos eligieron ponerse el sombrero de otro o rechazaron el abrigado modelo de cosaco. Nuestra rubia compañera irrumpió con fuerza alentando a Argentina para el Mundial y confesando su pasión boquense. No es necesario que describa el modelo que lució ad hoc. El jefe-corrector del grupo se rebeló y no quiso despeinarse, no fue el único, pero se reveló como un buen imitador de un barra brava, aplausos merecidos. Bajo la influencia de dos modelos preciosos que trajeron Alicia y Ofelia, y que prestaron generosamente, el sol nos habló de vacaciones, una señora se transformó en gato, escuchamos historias, recuerdos y sueños, paseamos por paisajes ideales. Recordamos y tarareamos “el sombrero de ala ancha con que adorno mi cabeza...” canción alegre, canción de antaño, como nosotros. Delinearon con trazos invisibles algo de cada uno . Nos costó hacer que el gran Carlitos (no Tevez) cerrara el encuentro pero lo logramos. Y estuvo muy bien.
La Danza de los Sombreros nos permitió jugar con las palabras. Excelente para escritores. Y `aspirantes a´.
Aquí va, como epílogo a distancia, un ala voladora que se desprendió de mi cabeza, digo, de un sombrero. Se llama el juego del “si...”
Si vas a elegir un sombrero, cuidado, puede ser un objeto peligroso que siembre en tu mente virgen alguna idea no tan virgen. Y si tu mente no es pura y la idea tampoco, pues, qué divertido, que se junten lo podrido y lo tampoco.
Si querés escribir algo como una novela exitosa, y no se te ocurre ni cómo empezar, intentá conectarte con los muchos genios famosos que ya han partido para el más allá y pediles consejo. Eso sí, por favor no te mueras..Pero si no conocés ni recordás el nombre de algún autor de esos que llaman laureados, bueno entonces, podés probar comprándote un sombrero o pegándote un tiro.
Si le mandás a tu amada una poesía copiada de Gustavo Adolfo o de algún otro romántico, pensando que no se va a dar cuenta y “te cuelga la galleta” por un plagio estúpido, no vaciles, buscá una novia menos ilustrada y que no le importe vivir con un chorro intelectual. Si te ofende sacamos lo de intelectual.
Si a alguien he ayudado con estas ideas condicionales lo veremos. Debo confesar que las escribí sin sombrero. Se podrá acotar que lo único positivo de ellas es el `si condicional`, no afirma ni compromete. Acepto críticas, comentarios, ideas y sombreros sin uso, sobre todo ideas.