jueves, mayo 13, 2010

Impresiones, Pablo Borreani, miércoles 17.30 a 19.30 hs


            En la inmensidad solitaria de la oscura habitación, una persona yace en un catre desvencijado. A través de una puerta entreabierta, se cuela una tenue luz proveniente de un comedor contiguo. Las paredes del cuarto insisten en desprender una fetidez inhumana. Aunque sólo el propio recuerdo del hombre, logra su reacción:
            -¡Ay, mi pierna! ¡Malditos! ¡¿Qué han hecho con mi pierna?!
            Algún vecino se queja desde la ventana de uno de los pisos del departamento; responde los gritos del recién despertado con otros de igual calaña.
El hombre se encuentra absorto, tantea su cuerpo desde la cintura hasta un poco antes de la rodilla derecha que no posee. Vomita, y en el efecto del esfuerzo que produce el mismo organismo, aprovecha para sentarse sobre el viejo catre oxidado. Apoya su mano sobre la pared, que se aleja y luego se restituye, para alejarse nuevamente. La estabilidad de su alma es nula; parece un bote que quiere navegar con un solo remo; afianzado al piso, se arrastra gimiendo:
            -¿Qué es lo que han hecho con mi pierna?
            Sufre los dolores más impensables, la cabeza bombea calvario; vomita otra vez. Clama piedad a los vecinos, quienes replican silencio. Las manos tiemblan en cada arañazo contra la madera del suelo, esparcida sobre sus ojos, que luchan por mantener un rumbo fijo.
            -¡Devuélvanmela! ¡Basuras!   
            El hombre voltea su cuerpo hasta quedar de espaldas, con sus manos se toma el poco largo de la pierna cortada, y tirando la cabeza hacia atrás, entrecierra los ojos, comprime los dientes y ruega a Dios que termine con su sufrimiento.
            Tirado en el piso, observa la puerta que se encuentra detrás de él. Su espina dorsal alberga el frío del suelo. El brazo estirado, los dedos  tornando la puerta. Enceguecido descubre la rugosidad de las baldosas sucias del comedor de la casa. Un brazo se apoya sobre la silla de madera de pino, que cruje. El otro brazo se extiende por sobre la mesa rectangular, los vasos de vidrio caen súbitos. Logra sentarse luego de varios intentos. Llora y se desvanece sobre la mesa. Sobre su superficie, la mejilla; la nariz velluda aspira el vaho del alcohol desparramado por una de las botellas de vino barato que el hombre había estado bebiendo horas pasadas.
Antes de volver a cerrar los ojos alcanzó a observar la pierna ortopédica que se había quitado en algún momento de la embriagada noche.

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