miércoles, noviembre 25, 2009

La farolera, Integrante: Beatríz Roman Porcel, Martes: 14.30 a 16.30 hs

La farolera tropezó
y en la calle se cayó
y al pasar por un cuartel
se enamoró de un coronel.

Cumpliendo su ruta nocturna Macarena pasó por el cuartel donde su enamorado el Coronel cumplía su guardia.
Se paró un segundo como para captar desde lejos los suspiros de su enamorado y sonriendo bajó la vista porque su pie había tropezado con algo. Se agachó y lo tomó. Brillaba en sus manos como si fuera el sol de la primera mañana, lo atesoró tiernamente e iba a continuar con su ronda pero su vista fue atraída nuevamente por un nuevo brillo, otro roblón, lo guardó y cuando levantó la vista vió alejarse una figura que caminaba rengueando con su pata de palo.
Decidió seguirlo dobló el recodo y se enfrentó al mar embravecido y el malecón desierto. Su mano volvió a tocar los roblones y contándolos se fue cantando bajito:

Dos y dos son cuatro
cuatro y dos son seis

Mi Reino por un Viernes, Integrante: María del Carmen Cerezal, Curso: Martes 14.30 a 16.30 hs.

Yo, Robinson de ésta mi isla coralífera, intrincada malla de palabras, te busco Viernes.

Es que a veces se me angosta, infimiza, muta, puesto que algunas de las que utilicé para constituirla las he olvidado a mi pesar,

Otras, ingratas, fueron ellas las que se divorciaron de mi., Pero dada su esencia, sobre las muertas perviven las halladas. La vida siempre se impone.

Ayudáme a encontrar las justas, las precisas, para pintar emociones, lugares, sucesos.

Enseñáme a atraparte en mis viejas redes de pescadora de paciencia infinita, sedienta oteadora de horizontes sucesivos.

Que sea para vos, Viernes, comprensible y aprehensible cada oleada de vocablos que lleguen ante vos tratando de ser desentrañados.

O que pueda tanto despertar tu intriga que decidas bucear en mis aguas, cavar en mis tierras buscando el cofre aherrojado que esconden estas soledades.

No vas a descubrir riquezas desmesuradas aquí, pero sí algunas bandadas de pajaritas moteadas, cantos de mariposas en si bemol, algún galope de unicornios riendo a carcajadas u oleajes de bermejas olas cantarinas.

Sí, accedo a derretirte a la luz de estrellas fugaces, cristales de nieve dorados, pero es imperioso que entiendas que las únicas joyas aquí son el sol, la luna, la brisa, el mar, yo. Que somos todos y uno.

Y cuando necesites ternuritas, te puedo abrigar con una bruma ocre-redón .Si estás aburrido te fabularé crímenes horrendos, misterios indescífrales, viajes imposibles, terrores que se desvanezcan ante tu menor parpadeo.

Mi imaginación es el cuerno de la abundancia volcado a los pies de tu deseo o el Hubble esquivador de agujeros negros, rumbo a lo insondable, llevándote a su borde.Tu deseo o el mío, no importa el punto de partida, la estación de arribo es el placer para ambos.

No te inquiete el riesgo de perderte en mí. Todos los universos tienen salida, mas cuando así lo necesites, te daré refugio y alimento; tibias grutas azules aguardan tu presencia.

Pero, por piedad solidaria, no me abandones bruscamente sin darme una oportunidad por pequeñita que ella fuere.

No te angustie que mi cielo luzca tormentoso u oscuro: es sólo un mohín de coqueta que pretende enamorarte. No obstante, cuidado sumo con mis volcanes,:esa lava no está tan yerta como aparenta.

Desdichadamente para este encuentro nuestro no hay estrellas polares que indiquen rutas ni mapas recuperados por bucaneros tramposos.

Aguardo expectante que los cantos de sirenas no te hagan desviar, sin siquiera atisbar un poquito en mis recientes cumbres, en mis radas a descubrir, porque trabajo demasiado para que esta naturaleza mía te resulte atractiva.

Tené presente que sólo ansío ser tu Itaca.

miércoles, noviembre 11, 2009

Textos sobre la lluvia - María Cristina Matrolonardo - Curso: Martes 14.30 a 16.30 hs

Llanto de lluvia en una esquina


La mujer estaba inmóvil parada en esa esquina. Sus lágrimas caían sobre la vereda formando pequeños lagos circulares, poco a poco se fueron extendiendo y ahondando. Cuando ya nada se pudo hacer, más que flotar, ella se elevó en un segundo. Los rayos del sol traspasaban la gran cascada, describiendo en su irrigar, el arco iris.


Casi siempre llueve


El sol no alumbra como antes. Su apariencia juvenil no revela los años vividos. El viejo ritual de la cacería ahora lo cumplen a solas, para que el otro no vea el hastío. Ayer ella no regresó, él, tras los vidrios del ventanal mojado por la lluvia, ve la llegada de un extraño. Cierra sus ojos y al abrirlos nuevamente, se desprenden pequeñas lágrimas sangrientas.


La sombra en la lluvia


La sombra en la pared alargaba la noche. Tenues luces lejanas dibujaban

el frente del edificio, empapado por la lluvia. Fugazmente se deslizó por una abertura lateral. La calle estaba desierta. La penumbra interior se convirtió en un estallido fulgurante y volvió día la noche. Cuando la gente del pueblo salió para ver qué había sucedido, mezclado entre la multitud, un hombre de traje gris avanzaba quietamente tomando el ala del sombrero con una mano para cubrirse de la pertinaz llovizna. Una sonrisa torcida cruzaba su cara y en sus ojos un odio mortal brillaba embravecido.


Lluvia en el parque


Siente que ya no puede seguir avanzando. Sus piernas no permiten el movimiento necesario. Lentamente se deja caer en uno de los bancos del parque. A su derecha, un mendigo lo mira sorprendido. Las finas gotas de lluvia que comienzan a caer empañan sus lentes. Casi es mejor así, esa nube traslúcida le da una relativa tranquilidad que hace tiempo no tenía. Suspira aliviado, extiende el paquete de cigarrillos a su ocasional compañero y juntos comparten un momento de distensión bajo el aguacero impiadoso.




Puntos de vista, Integrante: Isabel Linden, Curso: Lunes 14.30 a 16.30 hs

La tarde diáfana era una gran copa de cristal. El cielo azul parecía desbordarla invitándonos a danzar entre sus ondas. Y aceptamos la invitación sumergiéndonos entre las aguas de aquel infinito.
Brillos de luz del atardecer y el sol del crepúsculo ponían reflejos mágicos en el cuerpo de los pequeños, diamantes en los de los jóvenes y calor en el de los adultos. La vida era bella en aquel lugar, y en aquel momento con toda la risa jugando entre nosotros, con el amor y la amistad unidos en la cadencia de nuestras danzas. Hasta que estalló el drama. Una enorme nube negra de presagio, de muerte, empañó nuestro cielo.
Un huracán de desolación y angustia, una ronda macabra de demonios embriagándose con nuestra sangre. Las miradas repletas de terror, el estremecimiento recorriendo nuestros cuerpos, el miedo, la ira, la impotencia, el afán de huir, el horror de vernos morir, uno a uno por la furia infernal de nuestros enemigos. La lucha por escapar de aquel festín impiadoso de los atacantes. Todo fue inútil. Aquello duró lo que duraron nuestras huestes. Muy pocos conseguimos escapar, escondiéndonos en el rincón más desolado, en el más pequeño intersticio, no por cobardía sino por la inutilidad de enfrentar a un enemigo diez, cien, mil veces superior en fuerza, número, en empuje. Caímos arrollados por los monstruos. No eran mensajeros alados del espacio, o notas musicales que vuelan o embajadores del canto, los pájaros son monstruos, auténticos monstruos sin atenuantes. Al menos desde el punto de vista de un insecto.

Travesuras, Integrante: Rosa Alhadeff, Curso: Martes 14.30 a 16.30 hs

En ese momento en el que la oscuridad de la noche llega a su máxima expresión, el hombre espera en la parada de transportes próximo a la fábrica donde trabaja, pero en estas circunstancias el lugar se le aparece desconocido.
Cómo tarda el colectivo, ¿ pasará a estas horas ?, hace tanto que espera.
Cuando su compañero del turno noche le pidió que lo sustituyera, no titubeó, alguna vez necesitará él. Y ese colectivo que no viene, que hora será, está tan oscuro que no ve la que marca su reloj. Ah, parece que allá lejos asoman débiles lucecitas, apenas vencen la niebla que está bajando, ! lo que faltaba ! Será el que lo deja bien, no importa subirá al que sea, la cuestión es salir de este lugar cada vez más amenazante, no hay un alma en las cercanías, muchas en el cementerio próximo, dice en un retruécano, haciéndose un chiste de humor más negro que la noche.
En este discurrir se le ha acortado la espera y el colectivo o lo que sea está a la altura de hacerle seña de parada, disminuye la marcha, se estaciona, el hombre no se mueve se siente como engrillado, no consigue que su cuerpo responda movilizándose hacia el transporte, lo único que parece conservar actividad son sus ojos, aun así no distingue nada dentro del extraño vehículo.
El impacientado conductor lo mira y con irónico acento le dice ¿ sube ? al no obtener respuesta sigue la marcha.
Un fuerte estruendo saca al hombre de su catatónico estado.
Las llamas hacen visible los grandes trozos de chatarra que volando por el aire se los ve caer en la curva, frente al cementerio.

La escalera / Marilú - Integrante: Ofelia Trillo - Curso: Lunes 14.30 a 16.30 hs.

La escalera

Escalones atrapados entre nostalgias
una lleva a la otra
como el despertar del sueño
enfrentado al tiempo.

Último escalón
equilibrio interior
o caída.

Y viceversa


Marilú

Los ojos de la muñeca Marilú, en aquel cumpleaños, no vieron la luz mucho tiempo. Sus resortes nuevos no sobrevivieron a la curiosidad de José, por saber que había dentro de ellos los dejó vacíos, como los sueños de su hermana, cuya ilusión más grande y la de la mayoría de las nenas en ese momento, era tener una muñeca con ojos movibles. Los años pasaron y por casualidad una foto sepia cambió de color en la mirada de una adolescente romántica. En cambio José ni siquiera se detuvo ante ella, no le decía nada. Tampoco su hermana hizo comentario alguno, él se hubiese reído y sin saberlo por segunda vez.

¿Y ahora? Integrante: Leonardo Fernandez - Lunes 17.30 a 19.30 hs.

Debo serenarme, enfriar mi mente, no puedo cometer un error, de eso depende mi libertad. ¿Cómo me libro del cuerpo?. Ni pienso en seccionarlo es demasiado hermoso, merece viajar entero al otro lado.
Tranquilo, razoná, pensá, el problema sigue aquí. Ya sé, espero la madrugada, acerco el auto, y la pongo en el baúl, siempre resulta en las películas. Pero, ahora me acordé que no tengo auto, ¿y si pido un taxi? Me estoy volviendo loco además de estúpido, ¿Qué le digo al tachero? ¿Por favor agárrela de los pies que yo me ocupo del torso? Es inútil, si pudiera volver atrás, pensaría en un lugar menos problemático, seguramente en la playa, allí se hace un pozo en la arena con mucha facilidad casi sin esfuerzo, o en la costanera sur, a la orilla del río hay unas piedras ideales para el caso. Después de estrangularla le ato una al cuello y listo. Lo cierto es que fue aquí y no sé qué hacer. Veamos el escenario; estoy en una casa de planta baja con salida directa a la calle, Y si la saco en una bolsa de consorcio a la hora que pasa el recolector? No, no…seguro la descubre primero un cartonero y empieza a los gritos, salen los vecinos que la conocen y voy en cana. Es inútil, por más vueltas que le doy siempre llego a la misma conclusión.
A partir de mañana le hago caso al médico, cena liviana sin vino y un clonazepam, no puede ser que se repita la misma pesadilla todas las noches, y lo que es peor, nunca encuentro la solución, si me casara quizá podría practicar, ver las cosas desde otro punto, y si no la encuentro por lo menos, seguro la voy a pasar más entretenido buscando el final de una nueva historia.

miércoles, noviembre 04, 2009

Integrante: Juan Francisco Martínez - El piano en la ventana - Curso : Martes de 14.30 a 16.30 hs

Gladis cumplirá quince años la próxima semana. Hace meses que estudia en el Conservatorio de Música. Sus padres orgullosos por su progreso, decidieron obsequiarle un piano.

Victoria, su mamá, se deleitaba imaginando a Gladis ejecutar el piano, cercano al balcón, escuchada por los vecinos.

Había gestionado la compra pero le faltaba resolver cómo lo subiría a su departamento del segundo piso. La empresa de mudanzas le cobraría ciento veinte pesos , para introducirlo por el balcón con la colaboración de tres operarios. Desechó esta oferta por considerarla excesiva.

Su vecina le sugirió entrevistar en el Mercado Central al señor García, changador que cobraba poco por sus trabajos. Era un hombre robusto, de anchas espaldas y mediana estatura, tez mate, pelo corto azabache, dotado de fuerza inusual para manipular bultos muy pesados. Lo conocían por el mote de “El sordo García”, porque oía muy poco y hablaba menos.

Resolvieron trasladar el piano al día siguiente.

Cuando llegó, Victoria lo interrogó, dudando:

- ¿García podrá levantarlo?

Ël asintió con la cabeza, mientras lo revisaba. Le cruzó dos anchas fajas que se unían en su pecho. Al inclinarse, el piano quedó en vilo, comenzó a caminar hacia la escalera haciéndole seña a Victoria para que se adelante. Lento, subiendo de a uno los escalones, llegó al segundo piso y con suavidad dejó bajar la carga.

Ella miraba embelesada el piano junto a la ventana, sin reparar que él esperaba.

García ¡ Gracias! ¿Cuánto le debo?

Sesenta pesos.

Victoria dio un respingo, se tiró para atrás, altiva mientras decía:

¡Es un disparate, por diez minutos de trabajo! ¿Pretende ganar trescientos sesenta pesos la hora? No, García, le pagaré menos.

En su ofuscación no reparó en el rostro de él, se denotaba su enojo por la ofensa recibida. Había reprimido el impulso de reacción, porque era mujer. Dijo secamente:

¡Son sesenta!

Victoria dispuesta a no pagar esa cantidad, ideó rápida una coartada.

Voy a consultar por teléfono a mi esposo.

Luego le diría que él opinaba igual, es excesivo lo que cobra, García. Demoró pocos minutos en regresar pero García se dirigía a la salida cargando el piano Esperó creyendo que era una estrategia para coaccionarla pero cuando había bajado cinco escalones, comprendió la situación.

Espere señor…¡No baje! (Ahora lo trataba de señor)

García continuaba bajando con el piano.

Espere señor, le voy a pagar diez más o veinte…o lo que pida.

Fue inútil la súplica. En la acera depositó el piano, le quitó las fajas y con ellas debajo del brazo se alejaba. Victoria con un ataque de desesperación e impotencia, apoyada en el piano para no desplomarse, miraba la ancha espalda del sordo García que con pasos cansinos se dirigía al Mercado Central.

Juan Francisco Martínez