jueves, agosto 27, 2009

La zamba del pañuelo, Integrante: Norma Laniecki, Curso: lunes de 14.30 a 16.30 hs.

Los pañuelos se agitan al compás de una zamba. Pies que dibujan su cadencia envolvente. Ojos que entrelazan sus mensajes o los pierden sin respuesta en la danza de la vida. Todo el pueblo presente para disfrutar y juzgar. Las veinte parejas se mueven abrazadas por las guitarras, el aire de las sierras y el ansia de ganar. La mitad será eliminada con la coronación de esa zamba. Los favoritos son el Prudencio y la Rosita. Nacieron en el lugar. Noviaron desde entonces. Tal vez por mandato tácito de sus familias nunca se separaron.. Ya lucen, aunque muy jóvenes, el orgullo de ser marido y mujer casados por el juez.
Entreverado con los lugareños está el ingeniero Alberto Quesada, llegado de la Capital hace seis meses. Se mueve como uno más. Opina, evalúa y mira con insistencia a la Rosita. El ha dicho que no se irá sin aprender a bailar la zamba. Cosas de porteño. El lunes regresa a Buenos Aires.

Las diez primeras parejas son eliminadas. Empieza la chacarera. Con el cambio de ritmo, después del corto descanso, los bailarines están renovados. Han dado un paso adelante en el concurso. Transmiten alegría, fuerza, ganas de triunfar. Todos son muy buenos pero en la próxima quedarán sólo cinco. No será una elección fácil.

El valsecito criollo empieza y todos se mueven y lo tararean. Es un placer genuino comparable a pocos. Parece tan simple ese baile, pero lo que vale es mostrar en los movimientos lo que siente cada uno. No alcanza la habilidad, la agilidad, lo que cuenta es el corazón. Y en eso el Prudencio y la Rosita se destacan. Como el número es impar se eliminaran solo dos parejas. En la final habrá tres: una, la ganadora. Igualmente ya no caben muchas dudas. Se tendrán que lucir en el pericón nacional, un malambo, y de nuevo una zamba: esta vez la del Pañuelo.

La emoción que despierta el pericón, la destreza de los hombres en el malambo y los primeros acordes de la guitarra descorren un escenario inolvidable.
En el medio de la zamba, cuando todos están por empezar a aplaudir a los consabidos ganadores, a la Rosita se le caen dos lágrimas, tres, muchas. Solloza sin consuelo. Mi zamba como un pañuelo llora en la tarde mi padecer. Los ojos de Alberto fijos en los de ella. Si andando, andando niña un día mis ojos te ven pasar.

El Prudencio, sin saber que hacer, trata de secarle el llanto con el pañuelo que iba a coronarla. La zamba que voy llorando en los senderos. Alberto Quesada sabe que hacer. Se despide en silencio del niño, que un día, florecerá.
El certamen se declara desierto.

miércoles, agosto 26, 2009

Sin título, Alejandro Crimi, Curso: Lunes de 17.30 a 19.30 hs

He visto a ese hombre muerto y lo puedo asegurar como que me llamo Eulogia Vargas Espinoza.
Un recuerdo macerado en la tristeza y una especie de furia amontonada en el estómago que no se va con nada.
Yo que he vivido toda mi vida en este pueblo, sé que no hubo ni habrá otro día igual.
A veces ,una tiene esas cosas de mujer, que están acá, debajo de la piel, algo que no hace falta entender con palabras, un amasijo de tripas que llega hasta el corazón y desde ahí mismo el recuerdo es como el polvo en la hondonada, se ve, se siente, se muerde…
Era un mediodía gastado. Sucio. Empastado con el polvo del adobe.
Yo los escuché desde mi rancho gritando toda la mañana. Endiablados como los perros en celo. Los ví subiendo y bajando del monte, con el olor de la muerte en la nariz, en los ojos. En el perfil de los rangers.
Sabía que la escuelita estaba vacía, pero reventaba de a ratos de uniformes y gritos. Y parece que a veces una tiene que estar en el lugar que le manda la vida, (digo yo).
Estaba en el patio moliendo unos granos y ví de refilón como lo arrastraban. Me tapé los ojos cuando lo golpeaban en la espalda. Se rían y escupían el hilo de huella roja que dejaba sobre la tierra seca. Al ratito escuché el ruido y ví como los pájaros se espantaban hacia la tarde. Enseguida me vinieron a buscar a la casa. Les dije que no tenía nada que ver con los melenudos, pero no les importó y me llevaron a donde estaban unos soldados.
El más gordo estaba parado detrás de una mesa, me miró, y dijo que era un día para entrar en la historia, puso las cejas hacia arriba como queriendo agrandar una cara que no daba para tanto. Vaya y déjeme bien limpio a ese gringo. Que mañana van a hablar de esto en todo el mundo, dijo, se pasó la mano por el bigote y la cara se le atrancó entre los nudillos gordos y azules.
Pero él no entró al cuarto, le ordenó al sargento que lo hiciera con migo. Supe en ese momento que el pedazo de rencor que mordía cuando ordenaba, era miedo. Un miedo pardo y amarillo como la bilis que le subía cada vez que nombraba al muerto.
Me impresioné cuando lo ví y eso que he visto muchos, una se va haciendo dura como la tierra gris. Pero este…
Tenía los pelos largos, le explotaban desde la cabeza y se le pegaban en la cara. Los ojos abiertos, desnudos, como si supiera donde sigue la vida.
Y yo tuve miedo de tocarlo, de borrarle esa cara serena, sin marcas. Me puse de costado para verle el perfil y el sargento que todavía estaba allí, aprovechó para darle un cachetazo y juro que me miró, aunque yo supiera que estaba muerto. Tuve que pedirle fuerzas a la “Pacha Mama” para no salir corriendo. No se asuste, dijo el sargento, este gringo está bien muerto y se río con fuerza llevándose la sorna de su voz hacia fuera, hacia la recamara llena de su fusil.
Le acomodé la cara y lo dejé mirando al frente, le limpié el pecho cuidando de no lastimar la herida de su corazón, después las costillas de a una. Tan flaco estaba y la selva que le brotaba de los dedos, de los dientes, del sol muerto en el frío del invierno. Y el agotamiento, vivo haciéndose piel sobre piel en el cuello y los brazos.
Estaba cansada cuando terminé de vestirlo y me quedé quieta cerca del cuerpo, en un costado, pensé como se sentiría su madre y lloré mirándolo un buen rato. Me descubrí después, enamorando un mechón hosco de su pelo entre mis dedos y soñé con su mirada de viento, dándome las gracias y repitiendo mi nombre.
Y puedo jurar haberle visto un gesto tierno en su cara. Y su voz hecha sonrisa, rodeándome la cintura. Llevándose toda mi soledad hacia el monte, hacia la guerrilla nueva que estaría comenzando en otro lugar.
A veces ya tan vieja, me pregunto si es por eso que estoy sola y él todavía sigue ahí, apoyado sobre los hombros como quien se escapa de la muerte y la vence. La doblega y se hace vivo cada día de mi vida.

Mi amigo José, Integrante: Leonardo Fernández. Lunes: 17.30 a 19.30 hs

Mi amigo José

La niebla del río por la noche jamás fue de mi agrado, mucho menos cuando el camino si bien más corto, es bastante más peligroso. La gente que trabaja en el muelle suele ser muy desordenada, dejan las cosas en cualquier lado y a veces se producen accidentes por desconocimiento de la zona o por falta de luz. En este momento por ejemplo el lugar está a oscuras y solo me guío por intuición y algún recuerdo de éste camino que hice muchas veces. De pronto, una sombra surgida de la nada me obliga a cambiar de dirección y detenerme, creo reconocer su cara, paralelamente un transformador de corriente deja caer un cable casi en el lugar donde yo estaba, el chisporroteo al tocar el suelo me dice que la suerte estuvo de mi lado. Un grupo de obreros pasa a mi lado apurado para vedar la zona y reparar el desperfecto, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que soy el único en el lugar. Más sereno, recuerdo el momento en que la sombra interrumpió oportunamente mi camino. Siento a mi espalda una presencia y giro la cabeza, creo ver a José que se aleja hacia la bruma ¡José! le grito sorprendido, pero no obtengo respuesta, quedo con la desagradable sensación de haberme dirigido a nadie. Los electricistas realizan una reparación de emergencia y la luz empuja la oscuridad hacia el río, voy hacia ella y me siento mejor

Más tranquilo me pregunto si era José, o mi cabeza lo tenía presente, ya que me dirigía a su casa a devolverle una visita. Si era José, por qué no se detuvo, qué hacía en ese lugar inesperado y solitario.

Con esos pensamientos llegaba ya a la casa de mi amigo, cuando el mismo grupo de antes pasa alborotado y gesticulante para detenerse y señalar horrorizado hacia arriba.

Alcé la cabeza y allí estaba José, enredado por la cintura a un cable eléctrico, con los brazos abiertos hacia adelante, como si fuera su último abrazo. Me sentí descompuesto, se mezclaban mil imágenes de nuestra relación, nacida casi en una niñez, huérfana entonces de sueños y vivencias pero rica en juegos y potrero. Nuestra adolescencia luchando a brazo partido contra nuestras carencias y limitaciones, el juramento frente al cuerpo de su madre de recibirnos juntos y pelearle a la vida sin aflojarle nunca. Las jornadas de trabajo y luego las horas de militancia en el sindicato que formaron nuestro carácter y nos pusieron frente a realidades que muchas veces no pudimos cambiar. Más de cuarenta años entendiéndonos con la mirada, compartiendo los primeros pasos de los chicos, la felicidad del hogar y sus pequeñas cosas. Nunca olvidaré el orgullo cuando su hija se recibió de ingeniera, hasta se compró un traje para la ocasión. Con el tiempo se nos fue despoblando el nido, la juventud pidió espacio en el gremio y la jubilación nos sorprendió aferrados a nuestra amistad insobornable. José apenas un año mayor que yo había tomado últimamente la costumbre de protegerme y darme consejos ya que según el yo era bastante gil para los años que tengo.

Miré nuevamente hacia arriba, sentí la calidez de su abrazo y comprendí entonces su presencia en el puerto, su sombra protectora cambió definitivamente mi destino.

lunes, agosto 24, 2009

Poemas, Integrante: Facundo Verna, Curso: Jueves de 17.30 a 19.30 hs.

Lejanía

Nos separa el abismo
rebelde
al destino inoportuno

Tus ojos ya no brillan
al amanecer de mi cuerpo
hecho cenizas

Moriré en tu silencio
indiferente
la eternidad de tus besos
es cristal no correspondido

Sudor

Recuestate a mi lado
miremos el cielo
se desdibujan los rostros.

La habitación está fría
abrígame con tus palabras
acaricia mi cuerpo tembloroso

Olvida la merienda
es temprano para cenar

El sudor recorre sueños sin cumplir.

Canto - Integrante: Adriana Paez Montero - , Curso: Lunes de 17.30 a 19.30 hs.


Canto
con toda la voz que tengo
a pleno pulmón
con do de pecho
como un susurro

Canto
con entonación
con ilusión
con sentimiento
con amor

Canto
a todo vapor
a flor de piel
desde el alma
por no llorar

Canto
gregoriano
canto militar
canto patriótico
canto rodado

Canto
de gallo
de madrugada
de media noche
de media luna

Canto
de pájaros y de grillos
de ángeles
de sirenas
canto de moneda

Canto
desentonado
desesperado
por que sí
porque se me canta

Dibujo erótico, Integrante: Haydeé Medina - Curso: Martes de 14.30 a 16.30 hs


Para la gente conocida fue la sorpresa del día.

En Villa Caraza, Lanús, cercano al Riachuelo, una señal divina, una dibujo milagroso esperado. En el hogar de Martín (¡Martín!), o mejor dicho; en el hogar de la familia de Lucia, un dibujo con apariencia de imagen religiosa, apareció en la pared.

La televisión mostraba lo sucedido, el barrio, el interior de la casa, la calle Filcomayo ahora colmada de vecinos curiosos, chiquillos corriendo y periodistas fotografiando la zona.

¡Martín! El papá de Lucia, a quien tantas veces vi en la reunión de padres del colegio “Jaque Mate”. Martín, con sus ojos de terciopelo, que me miraba largamente, mientras yo rehacia las trenzas y le sacaba los pelos de la cara a su hija.

Fui a ver esa señal divina. Observé el dibujo. Deje que entrara en mi cerebro y que los subtítulos me aclararan el significado. Eran dos amantes. Entrelazados con sus piernas y sus brazos. Besándose. Fundidos el uno en el otro.

Tuve que sacudir la cabeza para ahuyentar mis golondrinas.

Me alejé con la familia cuando llegó el sacerdote católico con el grupo de catequistas de la parroquia. El pastor del templo vecino también compartía la ceremonia. Las recomendaciones fueron esperar y estar atentos a algún otro signo o manifestación.

Volví a mirar el dibujo. Volví a ver a los enamorados. Era una escena romántica o mi cabeza funcionaba mal.

Los sacerdotes bendijeron a los presentes. Me acerco a saludar a la familia y en la mejilla de Martín demoro un beso intenso, pero fugaz.

lunes, agosto 03, 2009

Reloj en la acera, Integrante: Juan Francisco Martínez, Curso: Martes 14.30 a 16.30 hs.


Con pasos lentos avanzábamos, descalzos, en la arena tibia, cargando los pocos y livianos bártulos que utilizábamos, disfrutando del día y el sol, en la costa de un mar verdeazulado.
Luego de la refrescante ducha, que nos libera de arena, hidrata y estira la piel borrando incipientes arrugas que nos regala Febo, salimos a caminar por la peatonal. En la acera muchos veraneantes con rostros felices, gozando del descanso espiritual y corporal.
Frente a la puerta de una heladería, mi sandalia tocó algo en el piso. Levanté un reloj de pulsera.
Parece de un chico, dijo Juanita.
O de una dama, afirmé.
¿Qué piensas hacer con él?
No contesté, miraba a los transeúntes, tratando de descubrir si alguno daba muestra de buscarlo.
Desde la puerta del negocio pregunté hacia adentro:
¿Alguien perdió un reloj?
Varios, dándose vuelta se encongieron de hombros en señal negativa. Sólo un muchacho delgado, alto como un álamo, con aspecto de pillo, acercándose dijo:
¿A ver cómo es?
Presentí una adversa intención.
Al que lo describa se lo entregaré, contesté.
Nos quedamos un regular lapso observando a los caminantes, ninguno dió señal de buscarlo.
En casa revisé el reloj. Era un Citizen de esfera rectangular plateada y un discreto borde metálico dorado, con pulsera plástica imitación cuero de cocodrilo.
Me sentía un poco contrariado, hubiera querido encontrar al dueño y entregarlo, y más aún si era de una criatura.
Sin intentarlo estaba cuestionando mi proceder. ¿Por qué ese profundo deseo en devolverlo? ¿Sería preferible quedármelo?
Si este simple hallazgo, consideraba, hubiera ocurrido en la gran ciudad, lugar habitual de mis actividades.
¿Habría adoptado igual determinación? ¿O lo tomaría como mío sin importarme del posible dueño?
Vacacionando, experimentamos un relax íntimo, inundando nuestro ser de sentimiento altruista que nos libera de egoísmos, de intereses mezquinos, de no ocuparnos de las necesidades del prójimo, nos hacemos solidarios.
Me sentía animado de buenos sentimientos. Quería devolverlo.
El dueño del reloj continúa ignorado. Tenerlo es un grato recuerdo por haber sido el disparador de un sentir noble en las vacaciones de Enero.