viernes, julio 17, 2009

Sin título, Alejandro Crimi, Curso: Lunes 17.30 a 19.30 hs


Le pedí a mamá que lo trajera al aeropuerto. En la puerta seis, le dije. La luz blanca del hall empardaba todo, se metía en los rostros anónimos, en los murmullos abiertos, en las pequeñas búsquedas de perfiles conocidos.
Estaba inquieto, compré el diario sin querer. Leí los títulos y lo tiré, un amasijo de papel y tinta. Como los recuerdos, aplastados, amontonados contra la primera página del documento, contra las primeras canas que empezaban a clarear.
Miré el reloj, como si pudiera hacer fuerza para que los minutos pasen. Para que dejen arbitrariamente de estirarse. Y entonces los ví entrar. Mamá lo traía colgando de la mano. Se detuvieron en un puesto, ella sacó un billete arrugado y le compró un globo rojo. El sonrió un poco y dejó la sonrisa pegada, embadurnada de caramelo.
Ella tenía puesto el vestido azul. El de las tardes de domingo y sol en Plaza Francia. La boca flexible empezaba a alargarse en una sonrisa cortada por el llanto, apenas me vió. Papá estaba hundido hacia fuera. Esa fue la impresión. Supe que era él. Reconocí el perfil, el halo autoritario de su figura. El resto era la enfermedad desnuda metida en su cuerpo, en su mano arrugada sosteniendo el globo.
La miré a Mamá, ví mi figura reflejada en sus ojos. La abracé y con ella a la colonia de siempre. La de los besos mansos en las tardes de abril. Lloramos juntos ella y yo. Papá no me reconoció. Sonrió y jugó ausente con el globo. Ella me volvió a abrazar.Cada vez está peor dijo sobre mi oído. Lo malo (extendió los brazos para decirlo), es que no lo mata, sólo lo aleja cada vez más. Se puso triste en silencio y guardó todo en el bollo del pañuelo. En la saliva amarga que descendió hasta el estómago.
Él se alejó hasta el ventanal, dio largos y ruidosos pasos imitando el motor de un avión. Me acerqué a su lado y le hablé, le extendí la mano y caminamos juntos. La sonrisa plegada, blanda, vieja entre la baba del caramelo. Papá le dije y no reaccionó. Le toqué el hombro y volvió a desnudar la boca.
Nos enfrentamos de golpe, nos asombramos, Papá y yo, cruzamos la vista a través del globo rojo. Me detuve en su mirada, la misma que tenía cuando me fui. Te quiero hijo, dijo o creí que su boca se armaba para decírmelo. Y enseguida el globo se le escapó de las manos y volvió a tener la vista sucia, parda.
Al final, anunciaron mi vuelo, los abracé, los dejé ir. Mamá forzó la mueca conteniendo el llanto. Metió toda la tristeza en el borde de los ojos. Él rió y gritó ausente, dio algunos saltos y se reunió con ella, que le acarició el pelo como lo hacía conmigo. Estuve a punto de embarcar. Pero volví corriendo al pasillo. Me detuve en el puesto y compré cuatro o cinco globos de todos los colores. Quizá papá pudiera decirme algo que nunca me dijo.

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