jueves, julio 23, 2009

La partida, María del Carmen Cerezal, Lunes: 17.30 a 19.30 hs.


La partida

Ya casi no le queda cómo ni dónde esconderse. De pronto una bandada de patos surge asustada del pastizal, remontando un vuelo más que ruidoso.
Se repliega. Sabe que alguien más está en las inmediaciones. El tropel de su corazón lo ahoga, le impide moverse. No hay subterfugio que le permita escudriñar los alrededores de la laguna.
No ha escuchado ruido alguno de galope.
La pampa sigue tan inescrutable como siempre.
El sol, alto, es un testigo indiferente de su drama. Sólo le queda esperar, mimetizarse con el entorno, sin pestañear siquiera.
Pasará tiempo hasta caer la noche.
Vuelve la calma. Tensa. Sigue inmóvil.
Pero su instinto le dice que la otra presencia persiste.
Está entumecido; las ropas húmedas por el sereno de la noche anterior no han llegado a secarse y se le pegan al cuerpo como un retobo gélido.
Tiene frío y no debe temblar. Hambre. Feroz hambre ¡Si al menos pudiera fumar! Pero cualquier movimiento podría delatarlo, cuánto más el tizón de un cigarro.
El pajonal no es escudo suficiente.
Trata de hacer un balance de su situación para saber que estrategia acometer. Es entonces cuando lo ve, o más bien lo sospecha.
Es de seguro un pampa y también lo está buscando.
No lo oyó llegar, porque ha seguido el hábito de emponcharle los cascos al caballo para ahogar así el ruido de la marcha.
Pero ahora sí lo descubre parado sobre el animal, oteando.
Es un indio joven, fuerte, cuya piel morena lo escondió en el paisaje y ahora brilla magnífica al sol.
Se incorpora como un resorte y dispara su carabina un par de veces.
El pampa salta del potro con la agilidad de un puma,
gritando: “Huinca, toro, Huinca!”
El soldado le responde: “acá, Calvaiú, Hermano toro, acá!”
La sonrisa ilumina el rostro de ambos mientras se abrazan, fraternales.
El cristiano está feliz. Llegó a la toldería y allí, la partida nunca lo alcanzará. El corazón del desertor, ahora a salvo, late agradecido.

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