miércoles, noviembre 25, 2009

La farolera, Integrante: Beatríz Roman Porcel, Martes: 14.30 a 16.30 hs

La farolera tropezó
y en la calle se cayó
y al pasar por un cuartel
se enamoró de un coronel.

Cumpliendo su ruta nocturna Macarena pasó por el cuartel donde su enamorado el Coronel cumplía su guardia.
Se paró un segundo como para captar desde lejos los suspiros de su enamorado y sonriendo bajó la vista porque su pie había tropezado con algo. Se agachó y lo tomó. Brillaba en sus manos como si fuera el sol de la primera mañana, lo atesoró tiernamente e iba a continuar con su ronda pero su vista fue atraída nuevamente por un nuevo brillo, otro roblón, lo guardó y cuando levantó la vista vió alejarse una figura que caminaba rengueando con su pata de palo.
Decidió seguirlo dobló el recodo y se enfrentó al mar embravecido y el malecón desierto. Su mano volvió a tocar los roblones y contándolos se fue cantando bajito:

Dos y dos son cuatro
cuatro y dos son seis

Mi Reino por un Viernes, Integrante: María del Carmen Cerezal, Curso: Martes 14.30 a 16.30 hs.

Yo, Robinson de ésta mi isla coralífera, intrincada malla de palabras, te busco Viernes.

Es que a veces se me angosta, infimiza, muta, puesto que algunas de las que utilicé para constituirla las he olvidado a mi pesar,

Otras, ingratas, fueron ellas las que se divorciaron de mi., Pero dada su esencia, sobre las muertas perviven las halladas. La vida siempre se impone.

Ayudáme a encontrar las justas, las precisas, para pintar emociones, lugares, sucesos.

Enseñáme a atraparte en mis viejas redes de pescadora de paciencia infinita, sedienta oteadora de horizontes sucesivos.

Que sea para vos, Viernes, comprensible y aprehensible cada oleada de vocablos que lleguen ante vos tratando de ser desentrañados.

O que pueda tanto despertar tu intriga que decidas bucear en mis aguas, cavar en mis tierras buscando el cofre aherrojado que esconden estas soledades.

No vas a descubrir riquezas desmesuradas aquí, pero sí algunas bandadas de pajaritas moteadas, cantos de mariposas en si bemol, algún galope de unicornios riendo a carcajadas u oleajes de bermejas olas cantarinas.

Sí, accedo a derretirte a la luz de estrellas fugaces, cristales de nieve dorados, pero es imperioso que entiendas que las únicas joyas aquí son el sol, la luna, la brisa, el mar, yo. Que somos todos y uno.

Y cuando necesites ternuritas, te puedo abrigar con una bruma ocre-redón .Si estás aburrido te fabularé crímenes horrendos, misterios indescífrales, viajes imposibles, terrores que se desvanezcan ante tu menor parpadeo.

Mi imaginación es el cuerno de la abundancia volcado a los pies de tu deseo o el Hubble esquivador de agujeros negros, rumbo a lo insondable, llevándote a su borde.Tu deseo o el mío, no importa el punto de partida, la estación de arribo es el placer para ambos.

No te inquiete el riesgo de perderte en mí. Todos los universos tienen salida, mas cuando así lo necesites, te daré refugio y alimento; tibias grutas azules aguardan tu presencia.

Pero, por piedad solidaria, no me abandones bruscamente sin darme una oportunidad por pequeñita que ella fuere.

No te angustie que mi cielo luzca tormentoso u oscuro: es sólo un mohín de coqueta que pretende enamorarte. No obstante, cuidado sumo con mis volcanes,:esa lava no está tan yerta como aparenta.

Desdichadamente para este encuentro nuestro no hay estrellas polares que indiquen rutas ni mapas recuperados por bucaneros tramposos.

Aguardo expectante que los cantos de sirenas no te hagan desviar, sin siquiera atisbar un poquito en mis recientes cumbres, en mis radas a descubrir, porque trabajo demasiado para que esta naturaleza mía te resulte atractiva.

Tené presente que sólo ansío ser tu Itaca.

miércoles, noviembre 11, 2009

Textos sobre la lluvia - María Cristina Matrolonardo - Curso: Martes 14.30 a 16.30 hs

Llanto de lluvia en una esquina


La mujer estaba inmóvil parada en esa esquina. Sus lágrimas caían sobre la vereda formando pequeños lagos circulares, poco a poco se fueron extendiendo y ahondando. Cuando ya nada se pudo hacer, más que flotar, ella se elevó en un segundo. Los rayos del sol traspasaban la gran cascada, describiendo en su irrigar, el arco iris.


Casi siempre llueve


El sol no alumbra como antes. Su apariencia juvenil no revela los años vividos. El viejo ritual de la cacería ahora lo cumplen a solas, para que el otro no vea el hastío. Ayer ella no regresó, él, tras los vidrios del ventanal mojado por la lluvia, ve la llegada de un extraño. Cierra sus ojos y al abrirlos nuevamente, se desprenden pequeñas lágrimas sangrientas.


La sombra en la lluvia


La sombra en la pared alargaba la noche. Tenues luces lejanas dibujaban

el frente del edificio, empapado por la lluvia. Fugazmente se deslizó por una abertura lateral. La calle estaba desierta. La penumbra interior se convirtió en un estallido fulgurante y volvió día la noche. Cuando la gente del pueblo salió para ver qué había sucedido, mezclado entre la multitud, un hombre de traje gris avanzaba quietamente tomando el ala del sombrero con una mano para cubrirse de la pertinaz llovizna. Una sonrisa torcida cruzaba su cara y en sus ojos un odio mortal brillaba embravecido.


Lluvia en el parque


Siente que ya no puede seguir avanzando. Sus piernas no permiten el movimiento necesario. Lentamente se deja caer en uno de los bancos del parque. A su derecha, un mendigo lo mira sorprendido. Las finas gotas de lluvia que comienzan a caer empañan sus lentes. Casi es mejor así, esa nube traslúcida le da una relativa tranquilidad que hace tiempo no tenía. Suspira aliviado, extiende el paquete de cigarrillos a su ocasional compañero y juntos comparten un momento de distensión bajo el aguacero impiadoso.




Puntos de vista, Integrante: Isabel Linden, Curso: Lunes 14.30 a 16.30 hs

La tarde diáfana era una gran copa de cristal. El cielo azul parecía desbordarla invitándonos a danzar entre sus ondas. Y aceptamos la invitación sumergiéndonos entre las aguas de aquel infinito.
Brillos de luz del atardecer y el sol del crepúsculo ponían reflejos mágicos en el cuerpo de los pequeños, diamantes en los de los jóvenes y calor en el de los adultos. La vida era bella en aquel lugar, y en aquel momento con toda la risa jugando entre nosotros, con el amor y la amistad unidos en la cadencia de nuestras danzas. Hasta que estalló el drama. Una enorme nube negra de presagio, de muerte, empañó nuestro cielo.
Un huracán de desolación y angustia, una ronda macabra de demonios embriagándose con nuestra sangre. Las miradas repletas de terror, el estremecimiento recorriendo nuestros cuerpos, el miedo, la ira, la impotencia, el afán de huir, el horror de vernos morir, uno a uno por la furia infernal de nuestros enemigos. La lucha por escapar de aquel festín impiadoso de los atacantes. Todo fue inútil. Aquello duró lo que duraron nuestras huestes. Muy pocos conseguimos escapar, escondiéndonos en el rincón más desolado, en el más pequeño intersticio, no por cobardía sino por la inutilidad de enfrentar a un enemigo diez, cien, mil veces superior en fuerza, número, en empuje. Caímos arrollados por los monstruos. No eran mensajeros alados del espacio, o notas musicales que vuelan o embajadores del canto, los pájaros son monstruos, auténticos monstruos sin atenuantes. Al menos desde el punto de vista de un insecto.

Travesuras, Integrante: Rosa Alhadeff, Curso: Martes 14.30 a 16.30 hs

En ese momento en el que la oscuridad de la noche llega a su máxima expresión, el hombre espera en la parada de transportes próximo a la fábrica donde trabaja, pero en estas circunstancias el lugar se le aparece desconocido.
Cómo tarda el colectivo, ¿ pasará a estas horas ?, hace tanto que espera.
Cuando su compañero del turno noche le pidió que lo sustituyera, no titubeó, alguna vez necesitará él. Y ese colectivo que no viene, que hora será, está tan oscuro que no ve la que marca su reloj. Ah, parece que allá lejos asoman débiles lucecitas, apenas vencen la niebla que está bajando, ! lo que faltaba ! Será el que lo deja bien, no importa subirá al que sea, la cuestión es salir de este lugar cada vez más amenazante, no hay un alma en las cercanías, muchas en el cementerio próximo, dice en un retruécano, haciéndose un chiste de humor más negro que la noche.
En este discurrir se le ha acortado la espera y el colectivo o lo que sea está a la altura de hacerle seña de parada, disminuye la marcha, se estaciona, el hombre no se mueve se siente como engrillado, no consigue que su cuerpo responda movilizándose hacia el transporte, lo único que parece conservar actividad son sus ojos, aun así no distingue nada dentro del extraño vehículo.
El impacientado conductor lo mira y con irónico acento le dice ¿ sube ? al no obtener respuesta sigue la marcha.
Un fuerte estruendo saca al hombre de su catatónico estado.
Las llamas hacen visible los grandes trozos de chatarra que volando por el aire se los ve caer en la curva, frente al cementerio.

La escalera / Marilú - Integrante: Ofelia Trillo - Curso: Lunes 14.30 a 16.30 hs.

La escalera

Escalones atrapados entre nostalgias
una lleva a la otra
como el despertar del sueño
enfrentado al tiempo.

Último escalón
equilibrio interior
o caída.

Y viceversa


Marilú

Los ojos de la muñeca Marilú, en aquel cumpleaños, no vieron la luz mucho tiempo. Sus resortes nuevos no sobrevivieron a la curiosidad de José, por saber que había dentro de ellos los dejó vacíos, como los sueños de su hermana, cuya ilusión más grande y la de la mayoría de las nenas en ese momento, era tener una muñeca con ojos movibles. Los años pasaron y por casualidad una foto sepia cambió de color en la mirada de una adolescente romántica. En cambio José ni siquiera se detuvo ante ella, no le decía nada. Tampoco su hermana hizo comentario alguno, él se hubiese reído y sin saberlo por segunda vez.

¿Y ahora? Integrante: Leonardo Fernandez - Lunes 17.30 a 19.30 hs.

Debo serenarme, enfriar mi mente, no puedo cometer un error, de eso depende mi libertad. ¿Cómo me libro del cuerpo?. Ni pienso en seccionarlo es demasiado hermoso, merece viajar entero al otro lado.
Tranquilo, razoná, pensá, el problema sigue aquí. Ya sé, espero la madrugada, acerco el auto, y la pongo en el baúl, siempre resulta en las películas. Pero, ahora me acordé que no tengo auto, ¿y si pido un taxi? Me estoy volviendo loco además de estúpido, ¿Qué le digo al tachero? ¿Por favor agárrela de los pies que yo me ocupo del torso? Es inútil, si pudiera volver atrás, pensaría en un lugar menos problemático, seguramente en la playa, allí se hace un pozo en la arena con mucha facilidad casi sin esfuerzo, o en la costanera sur, a la orilla del río hay unas piedras ideales para el caso. Después de estrangularla le ato una al cuello y listo. Lo cierto es que fue aquí y no sé qué hacer. Veamos el escenario; estoy en una casa de planta baja con salida directa a la calle, Y si la saco en una bolsa de consorcio a la hora que pasa el recolector? No, no…seguro la descubre primero un cartonero y empieza a los gritos, salen los vecinos que la conocen y voy en cana. Es inútil, por más vueltas que le doy siempre llego a la misma conclusión.
A partir de mañana le hago caso al médico, cena liviana sin vino y un clonazepam, no puede ser que se repita la misma pesadilla todas las noches, y lo que es peor, nunca encuentro la solución, si me casara quizá podría practicar, ver las cosas desde otro punto, y si no la encuentro por lo menos, seguro la voy a pasar más entretenido buscando el final de una nueva historia.

miércoles, noviembre 04, 2009

Integrante: Juan Francisco Martínez - El piano en la ventana - Curso : Martes de 14.30 a 16.30 hs

Gladis cumplirá quince años la próxima semana. Hace meses que estudia en el Conservatorio de Música. Sus padres orgullosos por su progreso, decidieron obsequiarle un piano.

Victoria, su mamá, se deleitaba imaginando a Gladis ejecutar el piano, cercano al balcón, escuchada por los vecinos.

Había gestionado la compra pero le faltaba resolver cómo lo subiría a su departamento del segundo piso. La empresa de mudanzas le cobraría ciento veinte pesos , para introducirlo por el balcón con la colaboración de tres operarios. Desechó esta oferta por considerarla excesiva.

Su vecina le sugirió entrevistar en el Mercado Central al señor García, changador que cobraba poco por sus trabajos. Era un hombre robusto, de anchas espaldas y mediana estatura, tez mate, pelo corto azabache, dotado de fuerza inusual para manipular bultos muy pesados. Lo conocían por el mote de “El sordo García”, porque oía muy poco y hablaba menos.

Resolvieron trasladar el piano al día siguiente.

Cuando llegó, Victoria lo interrogó, dudando:

- ¿García podrá levantarlo?

Ël asintió con la cabeza, mientras lo revisaba. Le cruzó dos anchas fajas que se unían en su pecho. Al inclinarse, el piano quedó en vilo, comenzó a caminar hacia la escalera haciéndole seña a Victoria para que se adelante. Lento, subiendo de a uno los escalones, llegó al segundo piso y con suavidad dejó bajar la carga.

Ella miraba embelesada el piano junto a la ventana, sin reparar que él esperaba.

García ¡ Gracias! ¿Cuánto le debo?

Sesenta pesos.

Victoria dio un respingo, se tiró para atrás, altiva mientras decía:

¡Es un disparate, por diez minutos de trabajo! ¿Pretende ganar trescientos sesenta pesos la hora? No, García, le pagaré menos.

En su ofuscación no reparó en el rostro de él, se denotaba su enojo por la ofensa recibida. Había reprimido el impulso de reacción, porque era mujer. Dijo secamente:

¡Son sesenta!

Victoria dispuesta a no pagar esa cantidad, ideó rápida una coartada.

Voy a consultar por teléfono a mi esposo.

Luego le diría que él opinaba igual, es excesivo lo que cobra, García. Demoró pocos minutos en regresar pero García se dirigía a la salida cargando el piano Esperó creyendo que era una estrategia para coaccionarla pero cuando había bajado cinco escalones, comprendió la situación.

Espere señor…¡No baje! (Ahora lo trataba de señor)

García continuaba bajando con el piano.

Espere señor, le voy a pagar diez más o veinte…o lo que pida.

Fue inútil la súplica. En la acera depositó el piano, le quitó las fajas y con ellas debajo del brazo se alejaba. Victoria con un ataque de desesperación e impotencia, apoyada en el piano para no desplomarse, miraba la ancha espalda del sordo García que con pasos cansinos se dirigía al Mercado Central.

Juan Francisco Martínez

jueves, agosto 27, 2009

La zamba del pañuelo, Integrante: Norma Laniecki, Curso: lunes de 14.30 a 16.30 hs.

Los pañuelos se agitan al compás de una zamba. Pies que dibujan su cadencia envolvente. Ojos que entrelazan sus mensajes o los pierden sin respuesta en la danza de la vida. Todo el pueblo presente para disfrutar y juzgar. Las veinte parejas se mueven abrazadas por las guitarras, el aire de las sierras y el ansia de ganar. La mitad será eliminada con la coronación de esa zamba. Los favoritos son el Prudencio y la Rosita. Nacieron en el lugar. Noviaron desde entonces. Tal vez por mandato tácito de sus familias nunca se separaron.. Ya lucen, aunque muy jóvenes, el orgullo de ser marido y mujer casados por el juez.
Entreverado con los lugareños está el ingeniero Alberto Quesada, llegado de la Capital hace seis meses. Se mueve como uno más. Opina, evalúa y mira con insistencia a la Rosita. El ha dicho que no se irá sin aprender a bailar la zamba. Cosas de porteño. El lunes regresa a Buenos Aires.

Las diez primeras parejas son eliminadas. Empieza la chacarera. Con el cambio de ritmo, después del corto descanso, los bailarines están renovados. Han dado un paso adelante en el concurso. Transmiten alegría, fuerza, ganas de triunfar. Todos son muy buenos pero en la próxima quedarán sólo cinco. No será una elección fácil.

El valsecito criollo empieza y todos se mueven y lo tararean. Es un placer genuino comparable a pocos. Parece tan simple ese baile, pero lo que vale es mostrar en los movimientos lo que siente cada uno. No alcanza la habilidad, la agilidad, lo que cuenta es el corazón. Y en eso el Prudencio y la Rosita se destacan. Como el número es impar se eliminaran solo dos parejas. En la final habrá tres: una, la ganadora. Igualmente ya no caben muchas dudas. Se tendrán que lucir en el pericón nacional, un malambo, y de nuevo una zamba: esta vez la del Pañuelo.

La emoción que despierta el pericón, la destreza de los hombres en el malambo y los primeros acordes de la guitarra descorren un escenario inolvidable.
En el medio de la zamba, cuando todos están por empezar a aplaudir a los consabidos ganadores, a la Rosita se le caen dos lágrimas, tres, muchas. Solloza sin consuelo. Mi zamba como un pañuelo llora en la tarde mi padecer. Los ojos de Alberto fijos en los de ella. Si andando, andando niña un día mis ojos te ven pasar.

El Prudencio, sin saber que hacer, trata de secarle el llanto con el pañuelo que iba a coronarla. La zamba que voy llorando en los senderos. Alberto Quesada sabe que hacer. Se despide en silencio del niño, que un día, florecerá.
El certamen se declara desierto.

miércoles, agosto 26, 2009

Sin título, Alejandro Crimi, Curso: Lunes de 17.30 a 19.30 hs

He visto a ese hombre muerto y lo puedo asegurar como que me llamo Eulogia Vargas Espinoza.
Un recuerdo macerado en la tristeza y una especie de furia amontonada en el estómago que no se va con nada.
Yo que he vivido toda mi vida en este pueblo, sé que no hubo ni habrá otro día igual.
A veces ,una tiene esas cosas de mujer, que están acá, debajo de la piel, algo que no hace falta entender con palabras, un amasijo de tripas que llega hasta el corazón y desde ahí mismo el recuerdo es como el polvo en la hondonada, se ve, se siente, se muerde…
Era un mediodía gastado. Sucio. Empastado con el polvo del adobe.
Yo los escuché desde mi rancho gritando toda la mañana. Endiablados como los perros en celo. Los ví subiendo y bajando del monte, con el olor de la muerte en la nariz, en los ojos. En el perfil de los rangers.
Sabía que la escuelita estaba vacía, pero reventaba de a ratos de uniformes y gritos. Y parece que a veces una tiene que estar en el lugar que le manda la vida, (digo yo).
Estaba en el patio moliendo unos granos y ví de refilón como lo arrastraban. Me tapé los ojos cuando lo golpeaban en la espalda. Se rían y escupían el hilo de huella roja que dejaba sobre la tierra seca. Al ratito escuché el ruido y ví como los pájaros se espantaban hacia la tarde. Enseguida me vinieron a buscar a la casa. Les dije que no tenía nada que ver con los melenudos, pero no les importó y me llevaron a donde estaban unos soldados.
El más gordo estaba parado detrás de una mesa, me miró, y dijo que era un día para entrar en la historia, puso las cejas hacia arriba como queriendo agrandar una cara que no daba para tanto. Vaya y déjeme bien limpio a ese gringo. Que mañana van a hablar de esto en todo el mundo, dijo, se pasó la mano por el bigote y la cara se le atrancó entre los nudillos gordos y azules.
Pero él no entró al cuarto, le ordenó al sargento que lo hiciera con migo. Supe en ese momento que el pedazo de rencor que mordía cuando ordenaba, era miedo. Un miedo pardo y amarillo como la bilis que le subía cada vez que nombraba al muerto.
Me impresioné cuando lo ví y eso que he visto muchos, una se va haciendo dura como la tierra gris. Pero este…
Tenía los pelos largos, le explotaban desde la cabeza y se le pegaban en la cara. Los ojos abiertos, desnudos, como si supiera donde sigue la vida.
Y yo tuve miedo de tocarlo, de borrarle esa cara serena, sin marcas. Me puse de costado para verle el perfil y el sargento que todavía estaba allí, aprovechó para darle un cachetazo y juro que me miró, aunque yo supiera que estaba muerto. Tuve que pedirle fuerzas a la “Pacha Mama” para no salir corriendo. No se asuste, dijo el sargento, este gringo está bien muerto y se río con fuerza llevándose la sorna de su voz hacia fuera, hacia la recamara llena de su fusil.
Le acomodé la cara y lo dejé mirando al frente, le limpié el pecho cuidando de no lastimar la herida de su corazón, después las costillas de a una. Tan flaco estaba y la selva que le brotaba de los dedos, de los dientes, del sol muerto en el frío del invierno. Y el agotamiento, vivo haciéndose piel sobre piel en el cuello y los brazos.
Estaba cansada cuando terminé de vestirlo y me quedé quieta cerca del cuerpo, en un costado, pensé como se sentiría su madre y lloré mirándolo un buen rato. Me descubrí después, enamorando un mechón hosco de su pelo entre mis dedos y soñé con su mirada de viento, dándome las gracias y repitiendo mi nombre.
Y puedo jurar haberle visto un gesto tierno en su cara. Y su voz hecha sonrisa, rodeándome la cintura. Llevándose toda mi soledad hacia el monte, hacia la guerrilla nueva que estaría comenzando en otro lugar.
A veces ya tan vieja, me pregunto si es por eso que estoy sola y él todavía sigue ahí, apoyado sobre los hombros como quien se escapa de la muerte y la vence. La doblega y se hace vivo cada día de mi vida.

Mi amigo José, Integrante: Leonardo Fernández. Lunes: 17.30 a 19.30 hs

Mi amigo José

La niebla del río por la noche jamás fue de mi agrado, mucho menos cuando el camino si bien más corto, es bastante más peligroso. La gente que trabaja en el muelle suele ser muy desordenada, dejan las cosas en cualquier lado y a veces se producen accidentes por desconocimiento de la zona o por falta de luz. En este momento por ejemplo el lugar está a oscuras y solo me guío por intuición y algún recuerdo de éste camino que hice muchas veces. De pronto, una sombra surgida de la nada me obliga a cambiar de dirección y detenerme, creo reconocer su cara, paralelamente un transformador de corriente deja caer un cable casi en el lugar donde yo estaba, el chisporroteo al tocar el suelo me dice que la suerte estuvo de mi lado. Un grupo de obreros pasa a mi lado apurado para vedar la zona y reparar el desperfecto, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que soy el único en el lugar. Más sereno, recuerdo el momento en que la sombra interrumpió oportunamente mi camino. Siento a mi espalda una presencia y giro la cabeza, creo ver a José que se aleja hacia la bruma ¡José! le grito sorprendido, pero no obtengo respuesta, quedo con la desagradable sensación de haberme dirigido a nadie. Los electricistas realizan una reparación de emergencia y la luz empuja la oscuridad hacia el río, voy hacia ella y me siento mejor

Más tranquilo me pregunto si era José, o mi cabeza lo tenía presente, ya que me dirigía a su casa a devolverle una visita. Si era José, por qué no se detuvo, qué hacía en ese lugar inesperado y solitario.

Con esos pensamientos llegaba ya a la casa de mi amigo, cuando el mismo grupo de antes pasa alborotado y gesticulante para detenerse y señalar horrorizado hacia arriba.

Alcé la cabeza y allí estaba José, enredado por la cintura a un cable eléctrico, con los brazos abiertos hacia adelante, como si fuera su último abrazo. Me sentí descompuesto, se mezclaban mil imágenes de nuestra relación, nacida casi en una niñez, huérfana entonces de sueños y vivencias pero rica en juegos y potrero. Nuestra adolescencia luchando a brazo partido contra nuestras carencias y limitaciones, el juramento frente al cuerpo de su madre de recibirnos juntos y pelearle a la vida sin aflojarle nunca. Las jornadas de trabajo y luego las horas de militancia en el sindicato que formaron nuestro carácter y nos pusieron frente a realidades que muchas veces no pudimos cambiar. Más de cuarenta años entendiéndonos con la mirada, compartiendo los primeros pasos de los chicos, la felicidad del hogar y sus pequeñas cosas. Nunca olvidaré el orgullo cuando su hija se recibió de ingeniera, hasta se compró un traje para la ocasión. Con el tiempo se nos fue despoblando el nido, la juventud pidió espacio en el gremio y la jubilación nos sorprendió aferrados a nuestra amistad insobornable. José apenas un año mayor que yo había tomado últimamente la costumbre de protegerme y darme consejos ya que según el yo era bastante gil para los años que tengo.

Miré nuevamente hacia arriba, sentí la calidez de su abrazo y comprendí entonces su presencia en el puerto, su sombra protectora cambió definitivamente mi destino.

lunes, agosto 24, 2009

Poemas, Integrante: Facundo Verna, Curso: Jueves de 17.30 a 19.30 hs.

Lejanía

Nos separa el abismo
rebelde
al destino inoportuno

Tus ojos ya no brillan
al amanecer de mi cuerpo
hecho cenizas

Moriré en tu silencio
indiferente
la eternidad de tus besos
es cristal no correspondido

Sudor

Recuestate a mi lado
miremos el cielo
se desdibujan los rostros.

La habitación está fría
abrígame con tus palabras
acaricia mi cuerpo tembloroso

Olvida la merienda
es temprano para cenar

El sudor recorre sueños sin cumplir.

Canto - Integrante: Adriana Paez Montero - , Curso: Lunes de 17.30 a 19.30 hs.


Canto
con toda la voz que tengo
a pleno pulmón
con do de pecho
como un susurro

Canto
con entonación
con ilusión
con sentimiento
con amor

Canto
a todo vapor
a flor de piel
desde el alma
por no llorar

Canto
gregoriano
canto militar
canto patriótico
canto rodado

Canto
de gallo
de madrugada
de media noche
de media luna

Canto
de pájaros y de grillos
de ángeles
de sirenas
canto de moneda

Canto
desentonado
desesperado
por que sí
porque se me canta

Dibujo erótico, Integrante: Haydeé Medina - Curso: Martes de 14.30 a 16.30 hs


Para la gente conocida fue la sorpresa del día.

En Villa Caraza, Lanús, cercano al Riachuelo, una señal divina, una dibujo milagroso esperado. En el hogar de Martín (¡Martín!), o mejor dicho; en el hogar de la familia de Lucia, un dibujo con apariencia de imagen religiosa, apareció en la pared.

La televisión mostraba lo sucedido, el barrio, el interior de la casa, la calle Filcomayo ahora colmada de vecinos curiosos, chiquillos corriendo y periodistas fotografiando la zona.

¡Martín! El papá de Lucia, a quien tantas veces vi en la reunión de padres del colegio “Jaque Mate”. Martín, con sus ojos de terciopelo, que me miraba largamente, mientras yo rehacia las trenzas y le sacaba los pelos de la cara a su hija.

Fui a ver esa señal divina. Observé el dibujo. Deje que entrara en mi cerebro y que los subtítulos me aclararan el significado. Eran dos amantes. Entrelazados con sus piernas y sus brazos. Besándose. Fundidos el uno en el otro.

Tuve que sacudir la cabeza para ahuyentar mis golondrinas.

Me alejé con la familia cuando llegó el sacerdote católico con el grupo de catequistas de la parroquia. El pastor del templo vecino también compartía la ceremonia. Las recomendaciones fueron esperar y estar atentos a algún otro signo o manifestación.

Volví a mirar el dibujo. Volví a ver a los enamorados. Era una escena romántica o mi cabeza funcionaba mal.

Los sacerdotes bendijeron a los presentes. Me acerco a saludar a la familia y en la mejilla de Martín demoro un beso intenso, pero fugaz.

lunes, agosto 03, 2009

Reloj en la acera, Integrante: Juan Francisco Martínez, Curso: Martes 14.30 a 16.30 hs.


Con pasos lentos avanzábamos, descalzos, en la arena tibia, cargando los pocos y livianos bártulos que utilizábamos, disfrutando del día y el sol, en la costa de un mar verdeazulado.
Luego de la refrescante ducha, que nos libera de arena, hidrata y estira la piel borrando incipientes arrugas que nos regala Febo, salimos a caminar por la peatonal. En la acera muchos veraneantes con rostros felices, gozando del descanso espiritual y corporal.
Frente a la puerta de una heladería, mi sandalia tocó algo en el piso. Levanté un reloj de pulsera.
Parece de un chico, dijo Juanita.
O de una dama, afirmé.
¿Qué piensas hacer con él?
No contesté, miraba a los transeúntes, tratando de descubrir si alguno daba muestra de buscarlo.
Desde la puerta del negocio pregunté hacia adentro:
¿Alguien perdió un reloj?
Varios, dándose vuelta se encongieron de hombros en señal negativa. Sólo un muchacho delgado, alto como un álamo, con aspecto de pillo, acercándose dijo:
¿A ver cómo es?
Presentí una adversa intención.
Al que lo describa se lo entregaré, contesté.
Nos quedamos un regular lapso observando a los caminantes, ninguno dió señal de buscarlo.
En casa revisé el reloj. Era un Citizen de esfera rectangular plateada y un discreto borde metálico dorado, con pulsera plástica imitación cuero de cocodrilo.
Me sentía un poco contrariado, hubiera querido encontrar al dueño y entregarlo, y más aún si era de una criatura.
Sin intentarlo estaba cuestionando mi proceder. ¿Por qué ese profundo deseo en devolverlo? ¿Sería preferible quedármelo?
Si este simple hallazgo, consideraba, hubiera ocurrido en la gran ciudad, lugar habitual de mis actividades.
¿Habría adoptado igual determinación? ¿O lo tomaría como mío sin importarme del posible dueño?
Vacacionando, experimentamos un relax íntimo, inundando nuestro ser de sentimiento altruista que nos libera de egoísmos, de intereses mezquinos, de no ocuparnos de las necesidades del prójimo, nos hacemos solidarios.
Me sentía animado de buenos sentimientos. Quería devolverlo.
El dueño del reloj continúa ignorado. Tenerlo es un grato recuerdo por haber sido el disparador de un sentir noble en las vacaciones de Enero.

jueves, julio 23, 2009

La partida, María del Carmen Cerezal, Lunes: 17.30 a 19.30 hs.


La partida

Ya casi no le queda cómo ni dónde esconderse. De pronto una bandada de patos surge asustada del pastizal, remontando un vuelo más que ruidoso.
Se repliega. Sabe que alguien más está en las inmediaciones. El tropel de su corazón lo ahoga, le impide moverse. No hay subterfugio que le permita escudriñar los alrededores de la laguna.
No ha escuchado ruido alguno de galope.
La pampa sigue tan inescrutable como siempre.
El sol, alto, es un testigo indiferente de su drama. Sólo le queda esperar, mimetizarse con el entorno, sin pestañear siquiera.
Pasará tiempo hasta caer la noche.
Vuelve la calma. Tensa. Sigue inmóvil.
Pero su instinto le dice que la otra presencia persiste.
Está entumecido; las ropas húmedas por el sereno de la noche anterior no han llegado a secarse y se le pegan al cuerpo como un retobo gélido.
Tiene frío y no debe temblar. Hambre. Feroz hambre ¡Si al menos pudiera fumar! Pero cualquier movimiento podría delatarlo, cuánto más el tizón de un cigarro.
El pajonal no es escudo suficiente.
Trata de hacer un balance de su situación para saber que estrategia acometer. Es entonces cuando lo ve, o más bien lo sospecha.
Es de seguro un pampa y también lo está buscando.
No lo oyó llegar, porque ha seguido el hábito de emponcharle los cascos al caballo para ahogar así el ruido de la marcha.
Pero ahora sí lo descubre parado sobre el animal, oteando.
Es un indio joven, fuerte, cuya piel morena lo escondió en el paisaje y ahora brilla magnífica al sol.
Se incorpora como un resorte y dispara su carabina un par de veces.
El pampa salta del potro con la agilidad de un puma,
gritando: “Huinca, toro, Huinca!”
El soldado le responde: “acá, Calvaiú, Hermano toro, acá!”
La sonrisa ilumina el rostro de ambos mientras se abrazan, fraternales.
El cristiano está feliz. Llegó a la toldería y allí, la partida nunca lo alcanzará. El corazón del desertor, ahora a salvo, late agradecido.

Sin título, Integrante:Alejandro Crimi, Curso: Lunes 17.30 a 19.30 hs


A veces parece que los recuerdos no son míos. Que los tomo de alguien más y me los pongo encima. Los deshago y los vuelvo a hacer sobre un borde pelado de mi memoria.
Ahora me remito a los cinco años o quizás me haya impuesto esa edad arbitrariamente. Cuando la conocí, no llegaba a la mesa (puedo asegurarlo). Tuve que alejarme para verla y con el envión tropecé con una silla quejosa de mimbre. No me importó. Me puse en puntas de pie y ahí estaba. Asomando el cogote negro y brillante, como si estuviera lustrado. Erguida entre el pan y el humo ligero de la sopa.
Me lavé las manos antes que mamá lo pidiera y gané una sonrisa de aprobación. Con algo de esfuerzo me senté y entonces la pude ver completa. Me sorprendió la suave curva del lomo, la dura luz oscura, comparada con las servilletas y los platos hondos.
Escuché de fondo como mi abuelo empezaba a cantar la sopa. Y aún así esos silbidos opacos la hacían más bella, única.
La abuela me sirvió, yo metí los dedos en el plato por no mirar, pero fue una quemazón dulce. Todo un hombrecito (dijo mamá) y mi hermana aprovechó para decir algo que a mí no me importó.
Vacié el plato enseguida. A tiempo para ver como el abuelo la destapaba. Juro haber escuchado el canto de algunos grillos. Y una punta de burbujas brillantes, reventando ruidosas contra el mantel. Entonces las letras blancas del lomo se iluminaron por el contraste. “Coca Cola” leí o supe que eso decía y agarré la tapita por el filo. Un pequeño gato de chapa pensé y dejé que me marcara un poco la piel.
Esperé todo el almuerzo, pero mamá me sirvió agua de compota. La tomé de un solo trago y volví a esperar.
Las mujeres empezaron a levantar la mesa y yo me quedé con el vaso vacío algún tiempo más, hasta que también se lo llevaron. Ella quedó un momento sola entre las servilletas y las migas del pan. Ahora tenía el cuello casi transparente pero aún así no perdía nada de su belleza. Entonces la toque por primera vez. La panza apenas fría y húmeda. Dejé que mis dedos dibujaran el contorno y la imaginé entre mis manos, con la inclinación perfecta para que me inundara la boca, la garganta. La abuela me sostuvo la mano que todavía estaba sobre la botella, sonrió y dijo algo en italiano, que no entendí. Al final se la llevó y hasta la heladera festejó, eso creo, porque encendió la luz más fuerte. Yo me quedé esperando, hasta me dormí en la mesa, soñando su color, su perfume y las burbujas encendidas en la punta de la lengua.

Fantasía Negra, Integrante: Bárbara Benitez, Curso: Lunes 17.30 a 19.30 hs.


Cierro los ojos y tamborileo con todo mi cuerpo. Mis manos golpean fuerte el parche que cuanto más tenso, más las desgarran hasta causar en mí el sangrado que todo candombero sacraliza.
Muevo mis piernas bailoteando al ritmo del milongón que hago sonar mientras mis caderas forzadas -oprimidas por el tambor que calzo entre las piernas- siguen el compás; en tanto mis hombros se sacuden frenéticos ante esos golpes lujuriosos que le saco al parche y que me permiten dar rienda suelta a los deseos y a las sentimientos que surgen de mis ilusiones.
Se me hace difícil tocar y bailar al mismo tiempo. Pero nada me parece imposible cuando la negra pasión se desata. Ese es el momento cuando mi alma, extasiada, se deja llevar por ese sonido vertiginoso y sinfónico a la vez.
Ese místico desenfreno que sale de la sangre y del inconciente colectivo en el que guardo mis raíces, son mi razón de ser
En mi boca, las cuerdas vocales se aturden con la africana onomatopeya que resuena con el repiqueteo rítmico de los labios y los chasquidos contagiosos de mi lengua que en desatada danza golpean en el paladar.
Vivir por él es el único motivo que me aferra a la existencia. Sin él solamente hubiese sido un montón de carne sin sentido anclado en lo inhumano. Una maraña exagerada de impulsos sufridos y padecidos por culpa de la naturaleza y sus azares.
Esa es mi constante lucha entre el hombre y el fantoche que se engendró en mí, solamente derrotado por mi magia interior y gracias a que mi cabeza es el instrumento indómito de mi ejecución, lo cual es cosa de negros.

¿Ocupación o trabajo?, Integrante: Carlos Merlino, Curso: Lunes 14.30 a 16.30 hs.


UNO

Me veo en el espejo y no me gusto. Ese pelo largo que quiere ser lacio y no puede; la altura mediana, mucho busto y algo de barriga. Las piernas, cortas y regordetas, que rematan en tacos altos.
Con dejar de mirar basta. Me calzo el vestido corto –cortito- y agradezco que estemos a principios de abril: no sufriré frío. Como dice la Sofía la mercadería hay que mostrarla, sino estamos jodidas.
Son las cinco y cuarto. En una hora tengo que estar en Solís y Cochabamba donde paro con las chicas. Esto de vivir en Guernica y trabajar en Constitución jode bastante, pero no hay otra. Desde las seis y media hasta las dos de la madrugada hay que estar, esperar, caminar. Hay que atender a los autos que piden precio. Una vez hecho el levante ir a los hoteles, después volver al puesto. Viernes y sábados se pasan rápido, pero hay que estar todos los días. Algunos lunes me quedo: estoy molida y descanso todo el día.
A la mañana duermo. Duermo pesadamente como si estuviera muerta, hasta la una. Juancito se levanta temprano. Trabaja en un taller de tornería y antes de irse toma mate con pan o galleta. A las siete y media se pianta. Al rato se va la vieja –tan vieja no es: tiene cuarenta y nueve. Ahora está trabajando por Caballito. Quedo yo con Oscarcito que va al cole a la tarde, y Miriam.
En tiempo de verano –aunque es calurosa- la casilla anda al pelo. Con una garrafa de diez nos arreglamos para cocinar y calentar agua para lavarnos. Juancito se baña en el taller y yo siempre que puedo me baño en los hoteles. Los demás se arreglan con una tina chica. En invierno no hay frazada ni estufa que alcancen.
Miriam tiene dieciséis y empezó segundo año del nacional de Glew. En la primaria repitió y no quería ni oir del secundario. Yo le rompí las bolas para que fuera. Resulta que como en el fondo me admira me hizo caso. Hasta aprobó en marzo dos materias que se había llevado de primero. Como buena adolescente no sabe lo que quiere y pensó en empezar con lo que yo hago. En cuanto me lo dio a entender la frené y le dije que ella tenía que estudiar. No es que me haga la moralista, pero prefiero que termine el secundario y haga la vida normal de una chica. Que se case o qué se yo.

DOS

A veces se da que comemos todos juntos en la mesa de la casilla. Entonces Juancito me mira como para decir o pedirme algo. Una vez me dijo que había un puesto para atender un maxiquiosco cerca del laburo de él. Cuando me habló del sueldo me reí, tratando de no ofender. –Yo saco el doble de eso, a veces más- le dije. Es lógico que no le guste lo que hago, pero él sabe que lo tengo cortito. Que se meta en sus cosas.
En relación a lo que piensa la gente me acuerdo que una noche cayó uno a pie. Vestía como todos con zapatillas y jean pero no era ningún pendejo. Arreglamos el precio y fuimos para el hotel. Una vez allí me empezó a hacer preguntas: - ¿tenés familia?¿qué hacen tus hermanos?¿y tu vieja? Yo, sin perder mi sonrisa pintada, lo frené. –Señor, usted me va a pagar por acostarnos y hacer lo que quiera. Deje a mi familia tranquila que usted no la conoce-. Contestó que quería saber cómo era el ambiente en que vivía. –Mi ambiente es mío- le dije –levante los brazos que le bajo el pantalón-.
Cuento esto porque para mí un cliente es sólo eso. Los hay suaves y caballerosos, y otros que son guarangos insoportables. Pero sé cómo tratarlos. Ahora, que me quieran arreglar la vida no lo acepto. ¿Para qué quieren saber de mi familia si van a pagar por mi cuerpo? Lo que falta es que los evangelistas y los moralistas se hagan clientes de las putas.

TRES

Oscarcito es inocente como cualquier pibe chico. El padre es gasista y vive por Temperley. A veces lo viene a buscar y lo lleva en la camioneta al Parque de la Costa o al zoológico. Para no estar es bastante cumplido y cada tanto le deja al nene un sobre con plata para que se lo dé a la madre.
Yo no sé dónde está mi viejo. Por mí puede estar muerto, para lo que sirvió.
En cambio Mario, el padre de Juancito y Miriam, de vez en cuando llama al taller y pregunta cómo están. O se junta con Juan en algún bar para verse, y manda guita para Miriam. Además los reconoció, llevan su apellido.
En casa todos, menos Oscarcito, saben a qué me dedico. La vieja no está de acuerdo pero sabe que es inútil que se meta a opinar y me deja tranquila.
Hubo uno en la villa que me quería para casarse. Como futuro de vida no me atraía en lo mínimo. Jesús era un buen tipo, trabajador, pero a juntarme con un pobre albañil prefería seguir en lo mío Cuando se lo dije de frente durante unos días se quedó piola. Después una tarde me encaró cuando yo me iba. Dijo que ya que lo rechazaba se quería acostar conmigo pagando. Le contesté que en la villa no trabajaba, que yo trabajaba en hoteles y que si quería me buscase por Constitución. Nunca vino. Y era verdad: ningún hombre ha entrado a la casilla para encamarse conmigo. Mi familia es sagrada.

CUATRO

Me metí en el puterío porque me salió fácil. Con Leonor, después de los dieciocho, nos avivamos que era una especie de trabajo por cuenta propia. Patrones hay: la cana, los hoteles. Pero cuando se conoce el trabajo no hay muchos problemas. A los borrachos sabemos cómo tratarlos, y sino está el celular para llamar y pedir ayuda. Desde el hotel mandan a alguien que los raja, y de no, los cagan a trompadas.
Yo trabajo con dos hoteles. Tengo que dejar una suma mensual en cada uno, como todas. Con eso arreglan al comisario y listo. A veces cae un patrullero en las paradas y hace como que nos llevan. Al otro día estamos otra vez en la esquina, firmes como rulo de estatua.
Hay que cuidarse: que el forrito por aquí, que el forrito por allá. Con una sonrisa y de buenas maneras pero exigir que se lo coloquen. Todos hacen caso, y el que no chau y gracias.
Indigna cuando nos cuentan de los travas que llevan a la televisión. Los empilchan y los pintan como artistas y todavía los entrevistan. ¿Qué les pasa a los porteños con los travas? ¿son todos putos?
El trabajo en sí es bastante rutinario. No habría gran cosa para contar, y tampoco hace tanto que estoy en esto. Lo más raro que me pasó fue una vez que nos vinieron a buscar dos tipos. Querían cuatro chicas para una fiesta de la Cámara del Automotor o de los concesionarios de autos, o algo parecido.
Era un viernes a la tarde y nos teníamos que presentar a eso de la medianoche. Dejaron una seña y a la hora pactada nos bajamos de un taxi en la calle Lima al trescientos. Nos esperaba uno que nos llevó en ascensor hasta un piso. Había ocho o diez tipos y se veía por los restos de comida y botellas en una mesa que ya habían festejado, aunque no parecían estar muy en pedo.
Dejamos las carteras y enseguida nos pidieron que bailáramos en corpiño y bombacha con ellos. Al ratito apareció uno con una filmadora y empezó a filmar. Quisieron que nos acostáramos en el piso y moviéramos las piernas. Podían tocarnos o besarnos pero nada más. La penetración en una orgía se permite únicamente con forro y allí nadie parecía querer usarlo.
Al rato alguien gritó: ¡Viene Joaquín! Mientras tomábamos algo con las chicas vimos que hacían entrar a un pibe, mogólico, que no tendría ni veinte años, y lo sentaban, en bolas, en un sillón. Después pidieron que nos moviéramos delante de él, provocándolo. El tipo se nos quería abalanzar, pero cada vez que se levantaba lo tomaban de los brazos y lo volvían a sentar. Se desesperaba y pedía que lo dejaran libre para agarrarnos. Mientras tanto todos se reían y se burlaban de sus esfuerzos. ¡Las chicas no te quieren, Joaquín! le decían. Estaba completamente al palo pero no lo dejaban acercarse, cosa que les debíamos agradecer a esos hijos de mil putas. Después de hacerlo desear y burlarse de él durante varios minutos se lo llevaron.
Terminamos la noche chupando y bailando todos desnudos. Ya muy tarde hubo dos que nos llevaron en coche hasta Constitución, donde nos pagaron lo arreglado.

CINCO

La vieja nunca llegó a prostituirse. Los hijos que tuvo con diferentes hombres fueron cosas que le pasaron en su vida. Laburó siempre de doméstica, lo que no tiene nada de malo. Su desgracia fue que con los hombres tuvo el sí fácil. Ahora dice que no quiere saber nada de sexo. Por lo menos un nuevo hermano ya no creo que me dé.
No quiero que Miriam haga la calle. No es para ella. Va a sufrir con las miserias que se ven. Mientras pueda le voy a bancar el estudio y no voy a permitir que se dedique al yiro.
Un sábado al mediodía Juancito trajo a la novia para que la conociéramos. Se acercó a mi cama, me despertó y me pidió que me levantara para presentarla. Se llama Nancy y se quieren juntar pronto. Parece que en la casa de ella les dejarán hacerse una comodidad. -¿Y para cuándo?- pregunté. –Yo entré de cajera en el supermercado el mes pasado-dijo Nancy-así que por ahí en unos meses…
-Ojalá- les dije sinceramente. Además sin Juancito en casa estaríamos más cómodos, pensé, pero no lo dije.
Juancito se casa pronto. Oscarcito va al colegio, Mirian-aunque sin ganas- también. A mí me gustaría largar lo que hago al llegar a los treinta. Conocí dos o tres chicas que encontraron buenos hombres y dejaron la calle. Por Constitución pasan miles de tipos. Puede ser que alguno se enamore de esta gordita teñida y también yo lo presente un día en casa, para avisar que me voy a juntar con él.
Hasta podríamos hacer una fiesta y todo.

miércoles, julio 22, 2009

¿Soy un hombre? Integrante: Beatriz Roman Porcel, Curso: Martes 14.30 a 16.30


Soy un hombre, me lo he formulado una y mil veces. Soy un hombre de pelo en pecho y aventurero ¿Por qué no puedo tomar una decisión tan simple como ésta? ¿Si fuese mujer, como actuaría? Tal vez no pensaría ni un instante y adelante con ello. Pero eso no me tiene que preocupar. Vamos, hombre, adelante, que tiene que ser hoy y no mañana. Agarrá la navaja y afeitate de una buena vez, el bigote.

Las pupilas, Integrante: Alicia Sabella, Curso: Lunes 14.30 a 16.30 hs


Buenos Aires, 1932

Christe audi nos

El silencio del descanso dominical se interrumpe con las campanadas que preanuncian la misa. Los pasillos del convento, iluminados por luces mortecinas se llenan de ecos y susurros. Pasos sigilosos y el roce de los hábitos despiertan a las pupilas que, por decisión paterna, permanecen en el colegio los fines de semana.
Después de las ocho, las muchachas salen de la capilla. Es la hora del desayuno y en el comedor, las recibe el olor a café con leche mezclado con el persistente perfume a incienso. El entrechocar de la vajilla produce disonancias que resuenan en lugares distantes. Entonces se sientan alrededor de la mesa, una novicia lee algo, pero nadie escucha, porque las pupilas, rostros pálidos con ojos tristes se pierden en recuerdos y ensoñaciones, liberándose así del encierro.
A media mañana en sinuosa fila, custodiadas por las monjas, atraviesan el patio, cruzan las verjas y salen del colegio. Caminan por la calle, las manos juntas, los ojos bajos, leves en el andar, casi etéreas a pesar de los gruesos uniformes.
El paseo dominical es un recorrido de pocas cuadras hasta llegar a la iglesia donde las espera un adusto sacerdote, dominador de palabras, que despierta con sus sermones miedos y sobresaltos.

Kyrie eléison

Comienza el descanso dominical y la casa se cierra, pero siguen resonando en la sala las carcajadas de Doña Sarita que prolonga la tertulia con algún cliente demorado. Por los pasillos del prostíbulo iluminados por luces ambarinas, se escuchan ecos de pasos, son las pupilas que aún en ropa interior y dominando el cansancio se van acercando al comedor para desayunar. Las recibe el olor a café mezclado con el penetrante perfume que se agota en los pebeteros.
El entrechocar de la vajilla produce disonancias apenas audibles en el rumor de las charlas. Entonces se sientan alrededor de la mesa, el sonido monocorde de la voz de Doña Sarita se desvanece en el humo del cigarrillo, porque nadie la escucha. Las pupilas, rostros pálidos con ojos tristes, se pierden en recuerdos y ensoñaciones, liberándose así del encierro.
A media mañana ataviadas con trajes de seda, leves en el andar, casi etéreas van subiendo a los coches que las llevarán a pasear por espacios arbolados.
El trote acompasado de los caballos balancea los vehículos y los cascos resuenan en la soledad de las calles.

Amén

El domingo soleado acaricia una ciudad que descansa. Los coches se detienen al llegar a la esquina, un caballo se encabrita, entonces el cochero se baja para acomodar el correaje del animal nervioso.
Una fila de muchachas uniformadas espera para cruzar. Las monjas, perturbadas, agachan la cabeza y aprietan el rosario.
Las pupilas observan el singular cortejo, desde los vehículos las prostitutas ven a las jóvenes que han detenido la marcha.
Por algunos minutos, las miradas se encuentran y se reconocen. Sin gestos, ni palabras se entienden, cada una hace suya la sumisión de la otra. Acostumbradas a la desesperanza acallan las broncas inútiles.
Los carruajes comienzan a moverse. Los caballos sacuden las cabezas en una silente despedida, mientras las pupilas atraviesan la calle.
En el cielo las nubes se apelmazan, bellas en la diversidad de sus formas y matices, pero sin libertad porque el viento las desarma empujándolas hacia destinos diferentes.